¿Qué ocurre cuando se produce un desastre natural durante una pandemia?

«Los desastres no se detienen ante un virus», dice un experto, y los equipos de respuesta nacionales ya sienten la presión.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 20 abr 2020, 14:39 CEST
Randy Shoemaker y su hijo

Randy Shoemaker abraza a su hijo Conner después de que la familia sobreviviera a un tornado en Chatsworth, Georgia, Estados Unidos, el lunes, 13 de abril de 2020. Como el tornado se llevó por delante el techo de su casa móvil, Shoemaker y su familia se cubrieron con colchones para protegerse.

Fotografía de Curtis Compton, Atlanta Journal-Constitution, via Ap

A primeras horas de la mañana del 22 de marzo, Ranko Glumac salió disparado de la cama mientras el mundo se sacudía a su alrededor. En la habitación retumbaba el sonido metálico de un secador de pelo que se había caído. Cuando Glumac acudió tambaleándose a apagarlo, observó una grieta oscura que atravesaba la pared de su habitación y se percató de que su ciudad natal, Zagreb, en Croacia, acababa de sufrir un terremoto.

Su familia y él salieron al gélido aire primaveral mientras en el resto de la ciudad muchas personas hacían lo mismo. Sin embargo, otro riesgo acechaba entre la multitud: el nuevo coronavirus, cuyos casos habían empezado a aumentar en la región.

Terremoto en Zagreb

El 22 de marzo de 2020, un terremoto de magnitud 5,3 sacudió la capital croata, dañó edificios y cortó la electricidad en varios barrios.

Fotografía de Denis Lovrovic, AFP via Getty Images

Para mucha gente, el seísmo de Zagreb fue una de las primeras llamadas de atención: durante la pandemia de COVID-19 aún acechan peligros naturales como las inundaciones, los incendios, los tornados, los huracanes e incluso las erupciones volcánicas.

El riesgo es particularmente grave en Estados Unidos, que alberga la mayor cantidad de casos con casi 640 000 confirmados. Algunos modelos sugieren que el brote del país pronto podría acercarse a su pico y sobrecargar los sistemas sanitarios, los presupuestos y las cadenas de suministro. Esta semana, varios tornados afectaron al sudeste de Estados Unidos, donde mataron a al menos 34 personas y dejaron a más de medio millón sin electricidad.

«Los desastres no se detienen ante un virus», afirma Craig Fugate, exadministrador de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés).

Con todo, los expertos insisten en que las personas que viven en regiones propensas a los desastres naturales no están desamparadas. La preparación personal es más importante que nunca, como perfeccionar los kits de desastres o limpiar los canalones y los patios de cualquier cosa que pueda actuar como yesca.

«Siempre podemos crear un futuro mejor», afirma Mika McKinnon, investigadora de desastres.

Un pronóstico de desastre

Con la llegada de la primavera, muchas partes de Estados Unidos se enfrentan a posibles riesgos naturales. Un pronóstico reciente de la NOAA estadounidense advierte que 1,2 millones de personas de la región del Medio Oeste corren riesgo de inundaciones graves esta primavera. Un análisis preliminar de la Universidad del Estado de Colorado también sugiere que hay más probabilidades que la media de que los huracanes atlánticos, que en general se forman entre el 1 de junio y el 30 de noviembre, toquen tierra este año.

La devastación que provocan los fenómenos meteorológicos extremos ha aumentado drásticamente en los últimos años conforme el cambio climático aumenta la intensidad y la frecuencia de las tormentas. Las emisiones de gases de efecto invernadero también contribuyen a las sequías prolongadas y a incendios forestales más frecuentes y erráticos.

«No hemos tenido manto de nieve en las tierras bajas de nuestra zona, así que sabemos que tendremos una temporada de incendios mala», indica Carlene Anders, alcaldesa de Pateros, Washington, y directora ejecutiva del Equipo de Liderazgo de Desastres.

En Estados Unidos, la reacción a los desastres es una tarea fundamentalmente local. Los voluntarios, los trabajadores de primeros auxilios y las pequeñas organizaciones sin ánimo de lucro se sitúan en la vanguardia en cualquier calamidad. Después están los equipos de respuesta regionales y estatales. El gobierno federal de Estados Unidos solo se implica si la catástrofe traspasa fronteras o sobrecarga la capacidad de respuesta local. Sin embargo, las personas de todos los niveles del sistema de respuesta de emergencias se enfrentan a las consecuencias de la pandemia.

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    “No hay ningún componente de la respuesta a un desastre en el que no repercuta la COVID-19.”

    por SAMANTHA MONTANO, PROFESORA ADJUNTA, UNIVERSIDAD DE NEBRASKA, OMAHA

    «No hay ningún componente de la respuesta a un desastre en el que no repercuta la COVID-19», afirma Samantha Montano, profesora adjunta del programa de gestión de emergencias y ciencia de los desastres de la Universidad de Nebraska, en Omaha.

    Tornados en Tennessee

    El estado de Tennessee es un buen ejemplo de los grandes retos a los que se enfrentan las comunidades. La noche del 2 de marzo, antes de que el virus se extendiera por el estado, una serie de tornados mataron a al menos 25 personas y dejaron cientos de heridos. La mañana siguiente, la respuesta comunitaria fue rápida y arrolladora.

    «Literalmente teníamos kilómetro y medio de coches que eran o personas presentándose voluntarias o personas que venían a donarnos cosas», cuenta Tina Doniger, directora ejecutiva del Centro de Recursos Comunitarios (CRC) de Tennessee, una organización sin ánimo de lucro con sede en Nashville que recoge y distribuye bienes durante las emergencias. Otros voluntarios se desplegaron para limpiar los escombros y cortar árboles caídos.

    Pero la situación pronto cambiaría. El 23 de marzo, cuando aumentaron los casos de COVID-19, el Departamento de Salud Pública de Nashville indicó a los residentes que se quedaran en casa si no se dedicaban a actividades esenciales y las labores de reconstrucción se detuvieron en seco.

    En el CRC, los grupos de voluntarios, que normalmente suelen superar el centenar, se redujeron a 10, de acuerdo con las recomendaciones oficiales. Amy Fair, vicepresidenta de servicios de donantes de la Fundación Comunitaria de Middle Tennessee, explica que se cerraron tiendas y empresas, se cancelaron muchos eventos de recaudación de fondos y se suspendieron las donaciones financieras para las respuestas de emergencia.

    Tornados en Tennessee

    Los equipos de rescate buscan personas desaparecidas el día después de que una serie de tornados arrasaran Tennessee, donde derribaron edificios e inutilizaron los tendidos eléctricos. Todo lo que queda de este edificio del barrio de Buena Vista es una puerta solitaria.

    Fotografía de Luke Sharrett, New York Times, via Redux

    En cierto modo, Nashville está preparada de forma singular. Los equipos empezaron a almacenar suministros antes de que la COVID-19 llegara a la región y en los supermercados la gente arrasó con artículos básicos como el papel higiénico, los guantes y los productos de limpieza. «Seremos los únicos preparados si llega una tormenta», explicó Doniger el jueves pasado.

    Tres días después, los tornados afectaron a la ciudad vecina de Chattanooga y el CRC estaba preparado para ayudar con suministros de emergencia. «Mientras escribimos este mensaje, nuestros voluntarios están preparando cajas», publicó la organización en su página de Facebook el lunes pasado.

    El distanciamiento social durante los desastres

    Como evidencia la situación de Tennessee, uno de los retos fundamentales es que una respuesta de emergencia eficaz exige contacto cercano, lo opuesto al distanciamiento social.

    «Todos se acercan físicamente, convergen físicamente en una comunidad», explica Montano. Los equipos buscan víctimas en las ruinas de los edificios, los centros de distribución organizan a los voluntarios y los supervivientes se congregan en albergues con espacio reducido. Pero el nuevo coronavirus añade más riesgos a estas actividades vitales.

    En circunstancias normales, más de la mitad de las camas de hospital de Estados Unidos están llenas. En cambio, ahora están llegando pacientes con fiebre y tos a pesar de que cada vez más médicos y enfermeros se contagian de COVID-19. Los trabajadores de primeros auxilios también sufren la enfermedad en sus filas. Mientras escribo este artículo, casi 10 600 bomberos y trabajadores de servicios médicos de emergencia han informado de que se han expuesto a la COVID-19 en Estados Unidos y casi 5000 de ellos están en cuarentena.

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    Por otra parte, los grupos de respuesta de emergencias se topan con dificultades para formar a los nuevos voluntarios.

    El 70 por ciento del cuerpo de bomberos de Estados Unidos se compone de voluntarios formados y para aprender el oficio se necesita entrenamiento físico en persona. Con todo, Anders señala que las sesiones de formación para los bomberos voluntarios en Patreos, Washington, han pasado a ser por Internet, lo que limita la capacidad de preparar a los novatos para combatir las llamas.

    Las agencias también tienen dificultades por la disminución de los fondos ante la COVID-19, ya que la gestión de emergencias suele estar falta de personal y de financiación incluso sin una pandemia. Erica Arteseros, capitana del departamento de bomberos de San Francisco, cuenta que está intentando cambiar el programa de formación de voluntarios para respuesta de emergencias a una modalidad en línea, pero carece de los recursos necesarios para abordar esta cuestión. «Estoy yo sola y nuestro presupuesto no crece», afirma.

    Estos retos no harán más que ampliarse cuando aumente la escala de los desastres en potencia. Ante grandes catástrofes, suele dependerse de equipos y suministros de fuera para aumentar la respuesta local. Sin embargo, la pandemia ha consumido los recursos y las restricciones a los viajes paralizan los desplazamientos. «Eso quiere decir que cuando superas tu capacidad local, no puedes buscar más ayuda», afirma McKinnon.

    Rescribir las normas

    La forma más eficaz de reducir el riesgo es que los particulares asuman más responsabilidades. Notificar de posibles peligros, como el desborde de las orillas de los ríos o los tentáculos de humo en la distancia, puede hacer que los equipos de rescate y evacuación ganen unos minutos cruciales. Los kits de emergencia también son vitales para cualquier persona que viva en regiones propensas a los desastres y contienen muchos de los mismos suministros que la gente ha comprado para atrincherarse durante la pandemia.

    Asimismo, los grupos de respuesta de emergencia han ideado formas creativas de mitigar el desastre.

    Algunas agencias han actuado con agilidad a la hora de llenar posibles brechas de la reacción en caso de catástrofe. Evacuteer, un programa dedicado a ayudar a los residentes de Nueva Orleans a evacuar durante un huracán, ha cambiado sus operaciones para recaudar dinero para alimentos no perecederos y otros suministros, ya que la mayoría de las agencias responsables de esta faceta de la respuesta ante huracanes trabajan para alimentar a personas que han perdido su empleo por el virus.

    Estos grupos también trabajan para construir vínculos comunitarios, una parte fundamental de la resiliencia local. La capitana Arteseros y su equipo están instando a los miembros de su comunidad a que conecten por la red social Nextdoor, sobre todo las personas vulnerables. «Tener un vecino que vaya a ver cómo está otro vecino anciano cuando los canales oficiales están saturados es algo valiosísimo», afirma.

    Según Trevor Riggen, vicepresidente de servicios de desastres, la Cruz Roja está rediseñando sus albergues para prevenir la propagación de la enfermedad.

    Los albergues suelen ser una serie de catres en un espacio abierto, como un gimnasio o un centro comunitario, un entorno donde los virus pueden propagarse con facilidad. Por consiguiente, la Cruz Roja ha aplicado nuevas estrategias, como colocar las camas más lejos las unas de las otras y comprobar que la gente no tenga síntomas antes de entrar y durante su estancia. Si es posible, se recurrirá a los hoteles para mantener a la gente separada. Con todo, los albergues aún experimentan dificultades y a los trabajadores sanitarios les preocupan los portadores asintomáticos de la COVID-19.

    «Es algo que sabemos que debemos hacer bien», afirma Riggen. «Lo último que queremos que ocurra es que alguien no evacúe porque se pregunte a dónde ir o si los albergues son seguros».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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