El silencio en los mares debido a la pandemia podría reducir el estrés y mejorar la salud de las ballenas
Los científicos tienen la rara oportunidad de estudiar un mundo marino sin humanos ni máquinas ruidosas.
Una ballena jorobada sale a la superficie en las cálidas aguas de la bahía de Monterrey, California.
La pandemia ha enmudecido las aguas de la bahía de Monterrey. Las lanchas, yates y barcos de observación de cetáceos han desaparecido. El cierre de los restaurantes y los puertos ha dejado amarrados los barcos de pesca. Los cruceros se han interrumpido.
A principios de este año, con los primeros confinamientos por el coronavirus, el investigador de cetáceos y explorador de National Geographic Ari Friedlaender vio una oportunidad. Acababa de volver de estudiar cetáceos en la Antártida y se topó con carreteras casi desiertas y aguas casi sin barcos justo cuando las ballenas jorobadas llegaban a California desde sus áreas de alumbramiento en México. Los ruidos humanos que perjudican a las criaturas marinas habían desaparecido de uno de los lugares de ocio más populares del estado.
Así que Friedlaender obtuvo un permiso para navegar en las aguas de la bahía de Monterrey. Mientras las ballenas jorobadas engullían sardinas y anchoas, tomó muestras de tejido de 44 animales. Con ellas estudiará sus niveles hormonales, que aumentan o disminuyen según el estrés al que estén sometidas.
De California a Alaska, pasando por las bahías pantanosas del sur de Florida, las alteraciones que ha causado la pandemia de coronavirus ofrecen a los científicos marinos una oportunidad única para abordar la pregunta sobre la que llevan décadas meditando: ¿cuánto afecta nuestra vida ruidosa al mundo de las criaturas marinas?
Cacofonía marina
No es ningún secreto que el ruido humano puede ser problemático para muchos seres marinos. Se ha demostrado que el sónar de la Marina provoca embolias a los zifios cuando ascienden a la superficie a toda velocidad para huir de los pulsos, mientras que el zumbido de los buques portacontenedores sofoca hasta tal punto los cantos de las ballenas que la cacofonía silencia a algunos animales. Las marsopas de Dall cambian sus patrones de nado para evitar el ruido de las embarcaciones.
En los últimos años, se ha descubierto que el impacto del ruido marino no se limita a los cetáceos. El estrés auditivo puede afectar a las focas, los peces, los calamares e incluso a criaturas simples como las ostras. Los motores fueraborda provocan que algunas damiselas dejen de huir del olor de los depredadores. Los sonidos fuertes pueden causar deformidades en las vieiras que podrían reducir la supervivencia, alejar a los bacalaos polares de sus áreas de alimentación y dispersar bancos de atunes, lo que podría cambiar sus patrones migratorios.
El sonido de baja frecuencia de los cañones de aire que se emplean en la cartografía oceánica y en la prospección de gas y petróleo puede matar al zooplancton que compone la base de la cadena trófica marina, incluido el kril en fase larvaria.
Estos hallazgos son más importantes que nunca, ya que la globalización ha causado un aumento drástico del tráfico de barcos en el último medio siglo. De hecho, se ha descubierto tanta información sobre las repercusiones del ruido en la vida marina en las dos últimas décadas que en 2016 la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) adoptó un plan de 10 años para cartografiar y estudiar el aumento de la cacofonía en el océano.
«Casi todos los seres que viven bajo el agua dependen del sonido. Sabemos que muchas funciones vitales se ven afectadas cuando hay demasiado ruido», explica Michelle Fournet, ecóloga acústica de la Universidad de Cornell que también dirige un grupo sin ánimo de lucro de expertos en fauna silvestre, el Sound Science Research Collective.
Y a diferencia de la luz, el sonido se desplaza bien por el agua. Los hidrófonos de la bahía de Monterrey pueden detectar la salpicadura de la lluvia en la superficie del océano a cientos de metros de profundidad. En el agua, el estallido de un dispositivo que tiran al agua los cerqueros comerciales para alejar a las focas y lobos marinos que saquean sus redes repletas de calamares y anchoas puede recorrer mucha distancia.
«Desde la cubierta del barco, lo único que escuchas es un ruido sordo», afirma John Ryan, oceanógrafo biológico del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey. Sin embargo, bajo la superficie el sonido que emite la detonación de estos petardos submarinos puede envolver la plataforma continental y sumergirse en el cañón submarino de Monterrey.
Entender cómo perjudica el ruido a cada especie es una labor compleja. Las lanchas rápidas y los motores fueraborda crean sonidos penetrantes y agudos, mientras que los grandes buques comerciales, como los buques petroleros y de carga, crean un alboroto de baja frecuencia, como el barullo de fondo de una ciudad. Los ruidos pueden ser perjudiciales para una especie, pero completamente inaudibles para otra. Las ballenas azules se comunican utilizando algunos sonidos por debajo de la frecuencia que pueden escuchar los humanos, mientras que los delfines pueden emitir sonidos muy por encima de nuestro espectro audible.
Para resolver estos problemas, la mayor parte de la investigación del ruido en el océano se ha llevado a cabo en laboratorios o en aguas marinas plagadas de sonidos humanos.
Hasta ahora.
Un cambio hacia el silencio
Fournet estudia la ecología tropical y trabaja con un equipo que ha colocado dispositivos de escucha submarina en la bahía de Florida, en el parque nacional de los Everglades. Allí rastrea el impacto del ruido en la corvinata pintada, los alfeidos y el pez sapo del Golfo, un pez que canta a su pareja, que después pone los huevos en el nido del macho.
Pero este año se siente especialmente entusiasmada por su trabajo en el sudeste de Alaska. Fournet lleva una década estudiando el impacto del ruido de las grandes embarcaciones en la comunicación de las ballenas jorobadas en la región. Sin embargo, este año se cancelaron los cruceros y la observación de ballenas en Juneau debido al riesgo del coronavirus. Según ella, el cambio «es colosal».
La última vez que los científicos lograron encontrar una zona tranquila donde escuchar a las ballenas en el Paso del Interior fue durante tres días en 1976, cuando la población de ballenas jorobadas se había desplomado a 250 ejemplares. Ahora, con entre 3000 y 5000 miembros, la población se ha recuperado. «Eso significa que para las ballenas nacidas entre 1970 y ahora, este será el primer verano silencioso», afirma. Será la primera vez que una población de ballenas más sana se comunique sin obstáculos mientras los científicos escuchan atentamente.
Las ballenas jorobadas son famosas por la belleza de sus cantos. Aunque los machos en edad reproductora se llevan la palma, las hembras y las crías también se comunican con un repertorio abundante. Las ballenas jorobadas gimen y gruñen y producen ruidos que suenan como las gotas de agua. Tienen cantos que se parecen al ronroneo y otros que suenan como la risa humana, e incluso otro que se parece al chillido de una escobilla de goma húmeda sobre el cristal.
Por eso este año Fournet y sus colegas instalaron un hidrófono en las aguas de Juneau, la capital de la observación de ballenas, donde normalmente hay demasiado ruido para escuchar a las jorobadas. Quieren entender cómo son sus conversaciones sin la presencia de los humanos y de máquinas ruidosas.
Ella sospecha que la naturaleza de las interacciones acústicas cambiará: su hipótesis es que las ballenas, al no verse silenciadas por el ruido de los barcos, podrían tener una comunicación más compleja.
«Si estás en un concierto de rock e intentas tener una conversación, hablas alto, despacio y utilizas palabras simples», explica. En cambio, si estás charlando mientras te tomas un té en el sofá de tu salón, quizá intentes transmitir ideas más complejas. «Puedes emplear un lenguaje mucho más rico y tienes la capacidad de transmitir mucha más información en ese intercambio».
¿Menos estrés para las ballenas?
En la bahía de Monterrey, Friedlaender está buscando algo ligeramente distinto. No trata de calibrar si los cetáceos cambian sus cantos o movimientos, sino que le interesa su bienestar general. ¿Les permite el silencio humano llevar vidas más sanas? ¿Pueden los científicos medirlo?
Durante años, se ha asumido que el ruido incrementa el estrés de los cetáceos y se sabe que el estrés crónico puede ser tan peligroso para los animales como lo es para los humanos. Se ha demostrado que reprime el crecimiento, la reproducción y el funcionamiento del sistema inmunitario y provoca muerte prematura y descensos poblacionales en especies tan diversas como los lémures de cola anillada y las iguanas marinas.
«Que no se observe una reacción conductual no quiere decir que no haya consecuencias», explica Brandon Southall, colega de Friedlaender y experto en cetáceos que ha trabajado para la NOAA en Washington D.C. durante años y que trata directamente con la Marina sobre los efectos del ruido submarino en los seres vivos.
Aunque analizan de forma regular los niveles de cortisol de las ballenas, rara vez se ha contado con un grupo de control sometido a poco ruido para comparar los niveles hormonales. Es posible que el grupo de control más importante hasta la fecha apareciera como resultado de una trágica coincidencia.
Durante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, dos grupos diferentes de científicos se encontraban en la bahía de Fundy, en Canadá. Uno estaba grabando audios de las crías de ballena franca y sus madres, mientras que el otro estaba tomando muestras fecales de ballenas francas. Permanecieron en el mar incluso después de que se detuviera todo el tráfico aéreo y marino.
Los investigadores consiguieron demostrar una reducción significativa de los niveles de hormonas en heces de ballenas justo cuando las aguas se quedaron en silencio total. En los años posteriores, con el aumento del ruido, los científicos descubrieron que el estrés de los animales había repuntado.
Friedlaender quiere volver a la bahía de Monterrey la próxima primavera para tomar más muestras de tejido cuando el tráfico marítimo vuelva a la normalidad. Como también tiene fotografías de las aletas dorsales y de la cola de muchos animales, podrá incluso tomar muestras de esos ejemplares. El instituto de investigación del acuario ya tiene un hidrófono en la bahía, así que su equipo podrá establecer una correlación entre los diferentes niveles de estrés y los cambios en el ruido de las embarcaciones.
Friedlaender prevé que los hallazgos serán similares a lo que descubrieron los científicos tras el 11 de septiembre. Sin embargo, sus resultados podrían ser más complejos, ya que las interrupciones del tráfico no son idénticas. Tras los ataques del 11 de septiembre, todo se detuvo: el tráfico marítimo y el tráfico aéreo. En la primavera de 2020, en la bahía de Monterrey y en otras partes, los barcos pequeños y los buques petroleros quedaron parados, pero continuó el transporte marítimo en alta mar.
«No se ve cuando observas a una ballena, pero lo que hacemos perjudica a estos animales», afirma Friedlaender.
Este año, Fournet, él y otros científicos de todo el mundo podrían desvelar por fin cuánto alteramos sus vidas.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.