La Antártida es el último continente sin COVID-19: ¿qué harán los científicos para que eso no cambie?

Estudiar la Antártida es fundamental para combatir el cambio climático, pero muchos científicos no podrán viajar al continente este año.

Por Di Minardi
Publicado 10 ago 2020, 12:19 CEST
Fotografía de una persona y un pingüino papúa

Una persona sentada cerca de una colonia de pingüinos papúa (Pygoscelis papua) junto a un viejo cobertizo de investigación.

Fotografía de Ronan Donovan, Nat Geo Image Collection

En la Antártida, el verano comienza en octubre y se extiende hasta febrero. En esta estación, miles de científicos de decenas de países se aventuran a las remotas estaciones de investigación del continente. Cuarenta bases permanentes salpican el paisaje desolado, una cifra que casi se duplica cuando las instalaciones estivales reanudan su funcionamiento. Sin embargo, este año las expediciones a este reino helado vienen acompañadas de una cuestión grave: la Antártida es el único continente sin un solo caso de COVID-19.

La atención médica en las estaciones de investigación es limitada y la vida en habitaciones abarrotadas facilita la propagación de enfermedades incluso en los mejores años. Durante una pandemia, reducir la cantidad de científicos en el continente mitigará el riesgo de un brote, pero también afectará a los estudios urgentes.

Los científicos que trabajan en la Antártida escrutan las estrellas con telescopios, buscan partículas fundamentales y estudian algunos de los animales más asombrosos del mundo. Este continente remoto también es crucial para comprender los cambios en el resto del planeta. Los climatólogos estudian las antiguas burbujas de aire atrapadas en el hielo para entender la historia de la Tierra y supervisan la fusión del manto de hielo y el calentamiento del océano Antártico para pronosticar el posible futuro del planeta.

Con todo, este año la mayoría de estos científicos tendrán que trabajar lejos del continente y recurrir a sensores remotos y a los grandes volúmenes de datos y muestras tomados en los años anteriores.

“Es desgarrador”, dice Nancy Bertler, directora de la Plataforma de Ciencia Antártica de Nueva Zelanda. “Solo nos quedan unos pocos años para hacer cambios importantes y evitar las peores consecuencias del cambio climático, y no podemos permitirnos esperar un año”.

Mantener la COVID-19 alejada

El entorno antártico es tan extremo que Dirk Welsford, científico jefe del Programa Antártico Australiano, lo compara con el espacio exterior, y por una buena razón. La Estación Espacial Internacional orbita a 350 kilómetros sobre la Tierra, mientras que la base más remota de la Antártida —el centro de investigación Concordia de Italia y Francia— se encuentra a unos 560 kilómetros de su vecina más próxima y a más de 965 kilómetros de la fuente de suministros más cercana en la costa.

La mayoría de las bases antárticas se encuentran en el litoral, no en el interior como Concordia, pero incluso esas son difíciles de alcanzar. Los científicos viajan en aviones y barcos que se retrasan por las condiciones meteorológicas extremas con tanta frecuencia que el Programa Antártico de los Estados Unidos tiene una sección en su guía de participantes titulada “Tenga paciencia”.

Este año no bastará con tener paciencia. “Para todos los países que trabajan en la Antártida, la meta principal es mantener el virus alejado del hielo”, afirma Christine Wesche, coordinadora de logística del programa antártico alemán. Pero la forma de lograr este objetivo es un proceso en constante cambio, ya que los programas deben explorar elementos cambiantes.

El Consejo de los administradores de los programas antárticos nacionales (COMNAP, por sus siglas en inglés) y sus 30 miembros están coordinando una reducción de personal. Todos los programas reducirán sus equipos en diversos grados; Australia y Alemania, un 50 por ciento y Nueva Zelanda, un 66 por ciento, por ejemplo. Estados Unidos no ha compartido cuánto ajustará del tamaño de su equipo, pero comunicados de prensa recientes señalan que la cantidad de personas que pueden enviar de forma segura es “limitada”.

Al reducir el tamaño de los equipos, los programas podrán garantizar una cuarentena y un régimen de pruebas estrictos, ya que los test pueden ser caros y se tarda en obtener los resultados. Limitar la cantidad de trabajadores en las bases también servirá para garantizar que, si el virus llega, por ejemplo, debido a las pruebas deficientes, se expondrán menos personas.

Varias ciudades del hemisferio sur son cruciales para llegar a la Antártida. El equipo alemán suele hacer escala en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, un país que ha confirmado más de medio millón de casos de coronavirus. La incertidumbre de los vuelos internacionales que pasan por esta ciudad se traduce en que el equipo alemán podría tener que viajar en su propio buque de suministro, el Polarstern.

Estados Unidos viajará a través de Christchurch, Nueva Zelanda, donde completan el entrenamiento antes de la salida y se dotan de equipo para el frío antes de proseguir su viaje a las bases McMurdo y Scott con el equipo neozelandés. Ambos países están trabajando en la elaboración de una estrategia de cuarentena y pruebas para que la COVID-19 no llegue a Christchurch cuando los estadounidenses hagan escala.

Cuando los equipos lleguen a la Antártida, la vida se parecerá mucho a la de antes de la pandemia. Los programas podrían hacer pruebas a los recién llegados o exigir que mantengan la distancia social, pero no conservarán estas prácticas durante los meses de vida en común. Se asumirá que nadie padece el virus a no ser que muestren síntomas, en cuyo caso serán aislados, se les practicará la prueba y, de dar positivo, se les evacuará del continente. Un brote de COVID sería más peligroso en invierno, cuando las duras tormentas polares imposibilitan el despegue seguro de los vuelos de evacuación.

Mantener el funcionamiento de las estaciones

Cada año, los programas antárticos prevén cierto grado de alteraciones por las tormentas, la banquisa y los problemas mecánicos en lugares remotos, pero nunca habían cancelado proyectos a esta escala. Se ha pausado la mayoría de las colaboraciones internacionales, nuevos experimentos y trabajos de campo, como etiquetar pingüinos y tomar muestras. Sin embargo, los administradores de estos programas señalan que no pueden cancelar toda su temporada de investigación.

La Antártida es el continente más frío, seco y ventoso del planeta. El explorador polar Sir Douglas Mawson describió la Antártida como “un país maldito”, mientras que Robert Falcon Scott, el segundo hombre que llegó al Polo Sur, escribió: “¡Dios mío! Este es un lugar horrible”. Cien años después de sus expediciones, apenas ha cambiado nada.

Por consiguiente, las bases de investigación necesitan intervención humana para mantener el funcionamiento de las plantas de agua y depuradoras y evitar riesgos como fugas de combustible e incendios. El mantenimiento se programa durante el verano austral, cuando el tiempo es más suave y que es la única época en que estas instalaciones pueden reabastecerse para el invierno. Dejar las bases vacías —o peor, verse obligados a evacuarlas— sería más complicado que una temporada normal.

Con unas pocas excepciones para proyectos provisionales, como la expedición de ciencia marina de Australia para estudiar el kril en las aguas del este de la Antártida, los programas nacionales antárticos limitan su labor a actividades operativas esenciales y a mantener los conjuntos de datos a largo plazo.

En la Base Scott neozelandesa, los conjuntos de datos más antiguos se remontan a 1957, cuando se abrieron las instalaciones. Estos conjuntos de datos de estaciones meteorológicas, reconocimientos ecológicos y fondeos en el agua ayudan a los científicos a seguir la variabilidad del clima antártico. La ciencia puede ser un juego lento de cambios incrementales y estas mediciones de hace más de 60 años permiten a los investigadores detectar tendencias a largo plazo en los datos.

“Algunos de estos registros no se han visto alterados nunca, así que no queremos ser la generación que lo haga”, explica Bertler.

La próxima temporada

Este año servirá para ensayar las medidas preventivas de los programas antárticos. Si pueden mantener aislados, sanos y a salvo a sus equipos durante esta temporada, quizá puedan organizar expediciones con más científicos el año que viene, aunque la amenaza de la COVID-19 persista.

“Creo que, con suerte, estaremos en un lugar diferente para cuando empiece la próxima temporada”, afirma Sarah Williamson, consejera delegada de Antarctica New Zealand. “Nos prepararemos para una temporada entera haciendo toda la ciencia que podamos y después estaremos mejor preparados para cambiar de plan, igual que hemos hecho este año”.

Aunque la investigación del clima antártico es fundamental para la salud del planeta, la salud de los científicos y el resto del personal es prioritaria, añade Wesche. “Mi objetivo principal es mandar a la gente sana y devolverla a sus casas sana”.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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