Un informe de la ONU revela que se no se han cumplido los objetivos de biodiversidad de la última década

En 2010, los miembros de Naciones Unidas elaboraron un acuerdo para frenar la pérdida de biodiversidad. Aunque hemos fracasado estrepitosamente, no todo está perdido.

Por Katya Zimmer
Publicado 16 sept 2020, 14:47 CEST
Papúa Nueva Guinea

Una península cercana protege un delicado jardín de coral de las tormentas en la bahía de Kimbe, isla de Nueva Bretaña, Papúa Nueva Guinea. El mundo ha fracasado a la hora de proteger áreas biodiversas como esta, según un nuevo informe de la ONU.

Fotografía de David Doubilet, Nat Geo Image Collection

En 2010, antes de que nadie previera el brillo anaranjado y apocalíptico de los cielos de California o una pandemia mundial que prácticamente ha paralizado las economías del mundo, los representantes de 196 países se reunieron en Nagoya, Japón, para abordar una crisis planetaria distinta que está vinculada inextricablemente al cambio climático y la salud humana.

El aumento de la población humana, el consumo y la transformación de hábitats naturales está desenmarañando el tejido vivo de la Tierra en una crisis de extinción que amenaza con convertirse en el legado más duradero de la humanidad.

El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas —ratificado por todos los miembros de la ONU salvo Estados Unidos— fijó 20 objetivos para detener la ola de la pérdida de biodiversidad. Con la publicación de un importante informe, ha llegado el veredicto final sobre si los gobiernos del mundo han estado a la altura de la situación.

La mala noticia es que hemos fracasado. Ninguna de las 20 metas se ha cumplido por completo y solo seis se han cumplido parcialmente. El informe es un recordatorio más de la necesidad urgente de rediseñar la forma en que producimos, consumimos y comerciamos bienes. Con todo, repartidos por en el documento de 220 páginas —una síntesis de evidencias científicas, otras evaluaciones de la ONU y los informes nacionales de los países— hay indicios de progreso que demuestran que la naturaleza mejora cuando tomamos medidas. Si pudiéramos ampliar estas acciones, aún habría esperanzas de un futuro en el que la humanidad conviva en armonía con la naturaleza.

«Si no se hubiera tomado ninguna medida en esas pocas áreas, la situación sería mucho más grave que la que tenemos ahora», afirma Elizabeth Maruma Mrema, secretaria ejecutiva del CBD.

Al borde del abismo

El incumplimiento de las metas de Aichi —nombre que se debe a la prefectura donde se redactaron— no es ninguna sorpresa. En 2014, una evaluación a medio plazo ya sugería que no íbamos por buen camino. Y un informe histórico de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas del año pasado advirtió que un millón de los casi nueve millones de plantas y animales estimados corren el riesgo de extinguirse en los próximos años debido a la destrucción de hábitat, la contaminación, la sobreexplotación, la propagación de especies invasoras en todo el mundo y, cada vez más, el cambio climático.

Aunque en la última década las acciones de conservación han rescatado a entre 11 y 25 especies de aves y mamíferos de la extinción, el informe del CBD señala que muchas más se han declarado extintas, aunque no incluye la cifra exacta. Y la extinción es solo la punta del iceberg. Muchas especies que antes eran frecuentes son cada vez más raras y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza las clasifica en categorías de riesgo más vulnerables en su Lista Roja.

La semana pasada, el Informe Planeta Vivo 2020 del World Wildlife Fund estimaba que, en todo el mundo, las poblaciones de casi 21 000 especies de mamíferos, peces, aves, reptiles y anfibios se habían desplomado una media de un 68 por ciento entre 1970 y 2016. «La verdad es que suscita mucha preocupación por que pudiéramos estar presenciando un gran evento de extinción si no podemos invertir algunas de estas tendencias», afirma Thomas Lacher, biólogo de conservación en la Universidad A&M de Texas y miembro del Comité de la Lista Roja.

Proteger el planeta

Una de las metas —que aspira a proteger un 17 por ciento de la superficie terrestre del planeta y un 10 por ciento del océano— sí se ha cumplido parcialmente. Hoy, un 15 por ciento de los entornos terrestres y de agua dulce están protegidos, así como un 7,5 por ciento de los océanos.

Aunque no cabe duda de que es «una evolución positiva», como indica el ecólogo marino Boris Worm, de la Universidad de Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia, hay varias salvedades. Las áreas protegidas no siempre están protegidas. Por ejemplo, según su investigación, muchas reservas marinas europeas permiten la pesca de arrastre, que es muy destructiva, y determinadas especies, como los tiburones, se encontraban en una situación peor comparada con la de fuera de las reservas.

Las áreas protegidas también tienen que estar mejor conectadas para que las especies migren entre ellas y deben abarcar una amplia gama de hábitats. Las autoridades responsables suelen optar por designar áreas remotas con poco valor económico que no se benefician demasiado de la protección. «No pasa nada por ir a lo fácil primero. Pero al final tienes que llegar al resto de las partes», afirma Worm.

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    Uno de los principales motivos por el que hemos logrado proteger grandes superficies es porque las agencias ambientales suelen participar en su creación. En cambio, los aspectos más importantes —reducir la presión de la sobrepesca, la deforestación, el transporte, la producción de energía y la agricultura— suelen estar controlados por otras agencias más poderosas que no prestan mucha atención a las metas del CBD, explica el biólogo marino David Obura, de CORDIO (Investigación y desarrollo de los océanos costeros en el Océano Índico), en Mombasa, Kenia. «Las metas y objetivos del CBD están muy centrados en la biodiversidad, pero no los gestionan necesariamente las agencias responsables de los elementos impulsores y las presiones».

    Reducir las repercusiones humanas

    Por ejemplo, en las pesquerías del mundo aún se extraen productos alimenticios marinos mucho más rápido de lo que pueden reponerse las especies, aunque las poblaciones de peces están recuperándose en los lugares donde las pesquerías adoptan prácticas sostenibles. Y los bosques —una reserva importante para la biodiversidad terrestre— siguen desapareciendo, aunque la velocidad a la que lo hacen ha disminuido un tercio en la última década, según el informe del CBD. Tampoco se han cumplido las metas para reducir a la mitad el ritmo de pérdida de hábitats naturales y para restaurar los ecosistemas degradados importantes.

    La principal fuerza impulsora de la destrucción de hábitat es la agricultura, que se ha expandido en la última década y abarca casi un 40 por ciento de la superficie terrestre. El uso de plaguicidas y fertilizantes a nivel global —una de las principales causas de contaminación y de numerosas «zonas muertas» en el océano— tampoco parece estar disminuyendo. El informe señala que la magnitud de las repercusiones agrícolas podría reducirse si la gente consumiera menos proteína animal. «Quizá no necesitaríamos tener tantos terrenos convertidos si nuestro suministro de alimentos estuviera más orientado hacia consumir los recursos de las partes más bajas de la cadena de producción de alimentos», afirma Lacher.

    El mundo sí ha avanzado parcialmente hacia una meta que aborda una gran causa de las extinciones: las especies invasoras. Aviones y barcos transportan a estos intrusos a zonas nuevas donde compiten y superan a las especies autóctonas y pueden provocar estragos ecológicos. Pero el progreso en esta meta podría deberse en gran medida a su redacción, que incluye la identificación y priorización de las especies invasoras, algo que es fácil lograr «sin tomar ninguna medida real», afirma Vigdis Vandvik, ecóloga de flora de la Universidad de Bergen, en Noruega.

    Aunque las invasiones de nuevas especies no están ralentizándose, en parte debido a la falta de regulación del comercio, desde 2010 se han erradicado unas 200 especies de mamíferos invasores en islas, una pequeña victoria para la fauna y flora autóctonas, señala Vandvik. «Nos encontramos en una fase en la que una gota en el océano es una buena noticia».

    El informe del CBD sí cita otras pequeñas victorias. Hemos progresado a la hora de compartir conocimiento y datos científicos sobre la biodiversidad, por ejemplo, y más países han suscrito un tratado internacional para limitar el comercio de especies amenazadas. Los gobiernos han aumentado el dinero que invierten en proteger la biodiversidad, que ahora figura entre los 80 000 y 90 000 millones de dólares al año. Pero esa suma es insignificante frente a los 500 000 millones de dólares anuales que los gobiernos asignan a sectores dañinos para la biodiversidad, como los subsidios para la extracción de combustibles fósiles y determinadas prácticas agrícolas.

    Siempre y cuando la humanidad destine más recursos a destruir la biodiversidad en vez de protegerla, la capacidad de los ecosistemas para proporcionar polinizadores, agua potable y suelo fértil e incluso inspiración y alegría se deteriorará. El informe señala que, si todo sigue igual, esto podría tener un coste de unos 10 billones de dólares en la economía mundial para 2050 y los países más pobres serán los más afectados. Y cuanto más interfiramos en los hábitats naturales, más probabilidades habrá de que los virus que podrían provocar pandemias y que antes estaban aislados salten de los animales a las personas.

    «Con el aumento de la población humana y los mayores índices de urbanización y consumo, la naturaleza se deteriorará en las próximas décadas, de eso no cabe duda», afirma Obura. La cuestión es, «¿podemos pararlo en una fase más temprana de ese proceso?».

    ¿Aichi 2.0 o cambios significativos?

    La solución es el «cambio transformador», una frase repetida 14 veces en el informe. Esto no solo quiere decir metas mejor redactadas y más específicas y formas concretas de medir el progreso de los países, sino también poner la biodiversidad en el centro de las políticas que afectan a cómo producimos, consumimos y construimos nuestras ciudades y tierras agrícolas. El informe añadió que también tenemos que impedir que las temperaturas globales superen los 2 grados Celsius; de lo contrario, las repercusiones que tendrá el cambio climático en los ecosistemas podrían superar las de todas las acciones positivas para la biodiversidad.

    Hace poco, el CBD publicó un «primer borrador» que será la base de las negociaciones del año que viene en Kunming, China, donde se establecerán las nuevas metas para la próxima década. Pero Linda Krueger, asesora política de Nature Conservancy, teme que el documento no sea lo bastante sólido para impulsar cambios significativos. «Para que sea transformador, deberá incluir compromisos claros por parte de los países para reducir las repercusiones de la industria, la agricultura, la infraestructura, todas las partes de las cadenas de suministro. Políticamente, esto será difícil, pero cualquier otra cosa no estaría a la altura del reto de detener la pérdida de biodiversidad».

    Lo ideal sería que las autoridades responsables reconocieran formalmente que la biodiversidad es una de las bases de los derechos humanos, no un conflicto de intereses con las actividades humanas, señala Elisa Morgera, experta en derecho medioambiental en la Universidad de Strathclyde, en Escocia. «Una vez introduces los derechos humanos y te das cuenta de que esto no solo atañe a una planta o un microbio en particular, sino que trata [del derecho a la salud, el agua potable, la comida] de todos, la conversación cambia y los gobiernos tienen más peso sobre los hombros para tomarse en serio estas cuestiones».

    Las nuevas metas también deberían ser vinculantes, recomienda Ramiro Batzín, codirector del Foro Internacional Indígena sobre Biodiversidad. Señala que muchos países siguen sin respetar el saber tradicional de las comunidades indígenas —otra meta de Aichi incumplida—, aunque los pueblos indígenas desempeñan un papel fundamental a la hora de proteger la biodiversidad. «Tiene que haber un equilibrio» entre nosotros y la naturaleza, explica Batzín. «Podemos sacar lo que necesitamos de la biodiversidad, pero no debemos explotarla».

    Desde una perspectiva histórica, el fracaso de las metas de Aichi no es ninguna sorpresa. Según Dolly Jørgensen, historiadora ambiental de la Universidad de Stavanger, en Noruega, los cambios significativos rara vez vienen solo de arriba. Más bien, la historia nos dice que el cambio suele empezar desde abajo. En el fondo, algunos de los éxitos ambientales más famosos de la historia moderna —como la prohibición casi internacional de la caza de ballenas o la recuperación de los castores en Europa— han sido impulsados por particulares o grupos que se movilizaron, crearon demanda para que las empresas ofrecieran mejores opciones y generaron una espiral ascendente que llegó hasta las personas que toman las decisiones.

    «Juntas, las personas forman un conjunto», afirma Jørgensen. «Así que lo que haga cada uno importa».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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