Los árboles más viejos y altos del mundo se mueren
Las consecuencias para la fauna y flora silvestres y para la capacidad de los bosques de almacenar CO2 procedente de la quema de combustibles fósiles podrían ser enormes.
El tocón de una secuoya gigante, conocida como Discovery Tree, en el parque estatal de Calaveras Big Trees.
Las secuoyas gigantes de California pueden vivir durante más de 3000 años. Sus troncos pueden medir dos coches de diámetro y sus ramas pueden extenderse a más de 90 metros de altura. Pero hace unos años, en una sequía sin precedentes, los científicos advirtieron algo extraño. Algunos de estos gigantes arbóreos de los parques nacionales de las Secuoyas y Cañón de los Reyes estaban muriendo de formas jamás documentadas: de arriba hacia abajo.
Cuando los investigadores treparon hasta las copas, descubrieron que los escarabajos de la corteza habían perforado algunas ramas. Para 2019 habían muerto al menos 38 árboles. No era una cifra descomunal, pero sí «era preocupante, porque nunca lo habíamos observado antes», cuenta Christy Brigham, jefa de gestión de recursos del parque.
Los escarabajos habían devastado cientos de millones de pinos de toda Norteamérica. Sin embargo, los científicos habían asumido que las secuoyas, con sus taninos repelentes de bichos, eran inmunes a esas plagas. Los expertos, preocupados, investigaron si la combinación de la sequía y los incendios forestales, ambos agravados por el cambio climático, habían hecho que las secuoyas fueran susceptibles a las invasiones de insectos nocivos.
Estos robles de Alemania occidental tenían aproximadamente mil años. Según un estudio, los árboles viejos como estos mueren mucho más deprisa que los jóvenes.
«Entre todos los factores que pueden afectar a la mortalidad arbórea, la competencia, el tamaño del árbol y el clima se han mostrado particularmente importantes», afirma un estudio publicado por el Ministerio de Transición Ecológica.
Los bosques del norte, centro y este de Europa en riesgo
Ahora, un nuevo estudio liderado por el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y la Universidad Autónoma de Barcelona revela que "la exposición a las sequías determina si un árbol resistirá al ataque de las plagas", afirman en un comunicado. "Cuantas más sequías haya sufrido, más probabilidad tiene de morir si es atacado por determinados insectos".
Este estudio, publicado recientemente en Global Change Biology, ha analizado los bosques de coníferas de toda Europa durante los últimos 10 años y ha descubierto que el 30 por ciento de los árboles están afectados por alguna plaga forestal y al 6 por ciento les ha causado la muerte.
“Según los resultados de la investigación, la resistencia que tiene un bosque ante el ataque de estos insectos depende casi exclusivamente de la sequía y cómo de intensa y duradera ha sido esta. Además, los efectos son acumulativos: los bosques tienen memoria y cuantas más sequías reúnan en su historial, más probabilidad tendrán de sucumbir”, explica Luciana Jaime González, investigadora del CREAF y primera autora del estudio.
Las secuoyas, estos antiguos centinelas, serían el último ejemplo de una tendencia que los expertos están documentando en todo el mundo: los árboles mueren a una velocidad cada vez mayor, sobre todo los más viejos y altos. Según un estudio publicado en la revista Science en 2020, el índice de mortalidad deja bosques más jóvenes, amenaza la biodiversidad, elimina hábitats importantes para plantas y animales y reduce la capacidad de los bosques de almacenar el dióxido de carbono generado por nuestro consumo de combustibles fósiles.
«Se observa en casi todos los lugares estudiados», señala Nate McDowell, autor principal y experto en ciencias de la Tierra del Laboratorio Nacional del Pacífico Noroeste del Departamento de Energía de Estados Unidos.
Mueren más árboles viejos por todas partes
Para elaborar el panorama más detallado de la pérdida arbórea global, casi dos docenas de científicos de todo el mundo examinaron más de 160 estudios previos y combinaron sus hallazgos con imágenes por satélite. Su análisis revela que, entre 1900 y 2015, se perdió más de un tercio de los bosques primarios del mundo.
En lugares donde los datos históricos son más detallados —como en Canadá, el oeste de Estados Unidos, y Europa—, los índices de mortalidad casi se han duplicado en las cuatro últimas décadas y una mayor proporción de esas muertes son de árboles viejos.
No existe una única causa directa. Los científicos señalan que las décadas de tala y desbroce han estado implicadas, pero el aumento de las temperaturas y del dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles han agrandado de forma considerable las otras causas de la muerte arbórea. De las plantaciones de eucaliptos y cipreses de Israel a los grupos de abedules y alerces de Mongolia, los científicos han documentado sequías más duras y prolongadas, invasiones de insectos y brotes de enfermedades más graves e incendios forestales más catastróficos.
La mayor franja restante de bosque primario de secuoyas se encuentra en el parque estatal Humboldt Redwoods, en California. Los árboles más grandes del mundo están muriéndose más rápido, lo que significa que liberan carbono a la atmósfera en lugar de almacenarlo. Esto tiene repercusiones desconocidas para el cambio climático.
«Habrá menos bosques», dice Monica Turner, ecóloga forestal de la Universidad de Wisconsin. «Hoy en día hay zonas con bosques que no existirán en el futuro».
Los bosques de España, aún más amenazados por la sequía
Durante la década de los años 70 comenzó a observarse un proceso general de degradación forestal que afecta a gran parte de los países industrializados, y cuyo origen es aún hoy día incierto, según afirma el Inventario de Daños Forestales 2020 de la Red europea de Seguimiento de Daños en los Bosques. «Esta situación acababa propiciando la entrada posterior de plagas, enfermedades u otros agentes que pueden desequilibrar el ecosistema forestal», afirma el estudio.
«En España, propensa a la sequía, la disminución de los bosques se atribuye principalmente a la grave escasez de agua», alertan los autores de un reciente estudio sobre las causas del declive en los bosques de España. Esta tendencia «provocará potencialmente la muerte regresiva de los bosques, caracterizada por la disminución del crecimiento de los árboles y la mortalidad».
La muerte masiva de árboles, de forma aparentemente natural, es un fenómeno en aumento en los bosques de todo el mundo que se ha bautizado como decaimiento o forest decline, en inglés. Para estudiarlo, en 1985 se inició el Programa de Cooperación Internacional para la Evaluación y Seguimiento de los Efectos de la Contaminación Atmosférica en los Bosques (ICP-Forests), dentro del Convenio de las Naciones Unidas para Europa.
La defoliación media observada en la muestra estudiada en 2020 es de más del 22 por ciento, excluyendo los árboles que han sido cortados por aprovechamiento forestal. «Los resultados obtenidos [...] muestran una ligera recuperación respecto al estado general del arbolado evaluado, comparado con los valores promedio de los últimos 5 años», indica el estudio.
En el caso de los árboles más viejos, el estudio indica que la situación es delicada en el caso de la enfermedad por Xylella, que sumada a otros factores provoca que la bacteria se extienda de manera generalizada, sobre todo por las islas Baleares.
También los ataques de insectos, como el Cerambyx, vienen motivados especialmente por la edad de los ejemplares y por la debilidad de los árboles, debido al empobrecimiento del suelo.
Cambios mundiales
En la Tierra se han documentado 60 000 especies de árboles, así que estos cambios se producen de forma diferente en cada parte del planeta.
En Europa central, por ejemplo, «no hay que buscar árboles muertos, están por doquier», dice Henrik Hartmann, del Instituto Max Planck de Biogeoquímica, en Alemania.
Un pinar arde en el parque nacional de Yellowstone.
En un año reciente, tras una semana de mucho calor, cientos de miles de hayas perdieron las hojas. Los escarabajos de la corteza también habían matado abetos, lo que no es nada inusual. Pero el calor debilita los árboles, los hace más vulnerables y permite que los insectos se multipliquen y sobrevivan durante el invierno y hasta el año siguiente.
Incluso en regiones frías «con un par de años cálidos, los bosques sufren», afirma Hartmann, que no es uno de los autores del estudio de McDowell. «Afrontamos una situación en la que los bosques no pueden aclimatarse. Hay especies individuales que están superando el umbral de lo que pueden soportar».
Esto también podría aplicarse a algunos de los bosques más queridos de Norteamérica. Durante 10 000 años, se han producido incendios en el parque nacional de Yellowstone cada 100 a 300 años. En 1988, el fuego atrajo la atención internacional, ya que chamuscó 485 000 hectáreas.
Desde entonces, Turner, la ecóloga de Wisconsin, ha estudiado las consecuencias de esos incendios y no ha sacado las mismas lecciones que antes.
Normalmente, el calor de las llamas ayuda a que las piñas de los Pinus contorta liberen las semillas al fundir su resina pegajosa. En cambio, en 2016, cuando los nuevos bosques no tenían ni 30 años, se produjo un nuevo incendio en un lugar que ya había ardido en 1988. Como vivimos en un mundo más caluroso y seco, los nuevos incendios arden con más intensidad y, en algunos casos, arrasan con casi todo. El proceso que suele contribuir a la creación de bosques nuevos impidió que creciera uno. «Cuando regresé, me quedé atónita», cuenta Turner. «Hay lugares donde no quedan árboles pequeños. Ni uno».
En el año 2019 se produjeron incendios gigantescos en Australia, las llamas ardieron a lo largo de casi tres millones de hectáreas en Siberia y la quema de la selva amazónica recibió atención internacional.
En algunas partes de esa selva, las estaciones secas duran más tiempo y se producen con más frecuencia. Las precipitaciones han descendido hasta un cuarto y suelen producirse de forma torrencial, lo que provoca grandes inundaciones en tres de las seis estaciones entre 2009 y 2014. Toda esa actividad altera la mezcla de árboles de la selva. Los que crecen rápido y llegan a la luz enseguida, y son más tolerantes a la sequía superan a las especies que necesitan un suelo húmedo.
El Moringa peregrina es un árbol amenazado en Jordania e Israel, donde la desertificación está acabando con los árboles autóctonos.
Los expertos aún están evaluando las consecuencias de estos cambios en el mundo. El primer análisis nacional de la mortalidad arbórea en Israel desveló que estaban desapareciendo grandes superficies de bosque, en gran medida por el calor y los incendios forestales. En un país cubierto en gran parte de piedras y arena, los bosques significan mucho. Los árboles albergan los nidos de las águilas y sustentan el hábitat de los lobos y los chacales. Sostienen el suelo con las raíces. Sin ellos, las plantas que suelen crecer a la sombra de los árboles quedarían expuestas a las altas temperaturas y a la luz intensa.
«Los árboles son plantas grandes que diseñan los ecosistemas para el resto de las plantas y los animales», afirma Tamir Klein, del Instituto Weizmann de Ciencias.
A principios de mayo, Klein se reunió con el director del departamento forestal israelí para hablar de los bosques del sur del país, que podrían no sobrevivir a este siglo. «Contactaron conmigo para preguntarme qué podían hacer. No querían que el desierto avanzara hacia el norte», recuerda Klein.
«Nos enfrentamos a una situación muy dura. Es una carrera hacia lo desconocido».
Primeros indicios
Las semillas del estudio de Science se sembraron a principios del siglo XXI, cuando el autor principal, McDowell, se mudó al sudoeste de Estados Unidos para trabajar en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. Desde la ventana de su oficina veía los campos de enebros y pinos piñoneros muertos. Una intensa ola de calor había devastado el 30 por ciento de los pinos a lo largo de más de 11 600 kilómetros cuadrados de bosque. «Como fisiólogo de árboles, pensé que sería una estancia breve porque todos estaban muertos», recuerda.
McDowell y sus colegas empezaron a sopesar cómo alterará la pérdida de árboles a la capacidad de los bosques para capturar CO2 y cómo predecir mejor este tipo de devastación en el futuro. Una década después, un colega examinó los anillos de los árboles y las variaciones de temperaturas pasadas y descubrió un vínculo entre el calor y las muertes de los árboles. A continuación, simuló cómo cambiaría el bosque basándose en las proyecciones de temperatura del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Los resultados sugerían que, para 2050, las temperaturas normales del sudoeste de Estados Unidos podrían ser similares a las raras olas de calor pasadas causantes de sequías que mataron árboles. «Resultaba realmente aterrador», afirma McDowell.
McDowell y otros científicos empezaron a investigar en términos más amplios. Mucha gente había asumido que el aumento del CO2 contribuiría al crecimiento arbóreo. Pero con el calentamiento del planeta, la atmósfera absorbe la humedad de las plantas y los animales. Los árboles responden perdiendo las hojas o cerrando los poros para retener la humedad. Esas reacciones naturales limitan la absorción de CO2. Es como «ir a un bufé libre con cinta aislante en la boca», afirma McDowell.
En un bosque tropical, la gran mayoría de la masa arbórea puede estar en el uno por ciento de los árboles más grandes. «Estos árboles grandes y viejos contienen de forma desproporcionada el almacén de carbono en superficie», afirma Craig D. Allen, coautor del estudio y ecólogo forestal del Servicio Geológico de Estados Unidos. «Cuando mueren, dejan espacio a árboles más pequeños, pero contienen mucho menos carbono».
Esto es importante porque la mayoría de los modelos de carbono globales utilizados por el IPCC asumen que los bosques compensarán mucho más nuestro uso de combustibles fósiles. Puede que la realidad sea diferente.
«Cuando los árboles viejos mueren, se descomponen y dejan de absorber CO2 y liberan más a la atmósfera», afirma McDowell. «Es como un termostato estropeado. El calentamiento genera pérdida arbórea y la pérdida arbórea genera más calentamiento".
La ladera de una montaña cubierta de falsos alerces dorados en los Dolomitas de Italia. Los árboles maduros de todo el mundo se mueren mucho más deprisa de lo pensado.
Aunque algunos de los cambios en los bosques son inevitables, Turner dice que reducir las emisiones de la quema de combustibles fósiles podría tener grandes repercusiones. Una situación hipotética que ha documentado sugiere que disminuir las emisiones de CO2 en las próximas décadas podría reducir a la mitad la pérdida forestal en el parque nacional de Grand Teton.
Con todo, en algunos casos podrían necesitarse soluciones más radicales.
En su reunión, Klein instó a las autoridades forestales israelíes a que sopesaran la plantación de acacias, que normalmente crecen en el Sáhara, en lugar de pinos y cipreses. Son capaces de seguir creciendo incluso en los días más cálidos del año.
«Es triste», añade Klein. «No tendrá el mismo aspecto. No será lo mismo. Pero creo que es mejor hacer esto que tener tierra yerma».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.