¿De dónde vienen los nombres de las variantes de los virus y cómo podemos mejorarlos?
Los nombres de las variantes de coronavirus son una mezcla confusa de letras y números, o van seguidos de nombres de países, lo que estigmatiza a las personas de esa región. Los expertos tienen un plan para solucionarlo.
Este microscopio electrónico de transmisión muestra el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, aislado de un paciente en Estados Unidos. Las partículas virales emergen de la superficie de células cultivadas en el laboratorio. El nombre del coronavirus se debe a las espículas del borde exterior de las partículas del virus, que parecen coronas. Imagen capturada y coloreada en los Rocky Mountain Laboratories (RML) del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID, por sus siglas en inglés) en Hamilton, Montana, Estados Unidos.
Los nombres de las variantes de coronavirus son extraños y complejos. Sí, puede que B.1.1.7 o P.1 sean nombres perfectamente válidos cuando los virólogos y los microbiólogos hablan de ellas, pero no son tan útiles cuando el público general trata de comprender las variantes que provocan aumentos de casos de COVID-19.
Eso opina Salim Abdool Karim, epidemiólogo y exdirector del comité asesor sobre COVID-19 de Sudáfrica. Él ayudó a nombrar la variante descubierta en el país, 501Y.V2, que también se conoce como B.1.351 y 20H/501Y.V2, lo que genera confusión.
«¿Quién va a querer decir 501Y.V2?», dice Abdool Karim. «501Y.V2 es muy largo para decirlo. Es un nombre terrible. No querrías llamar a tu hijo 501Y.V2».
Abdool Karim dice que es comprensible que mucha gente haya optado por referirse al virus como «la variante sudafricana». Pero él también es uno de los muchos científicos que han criticado esta práctica, sosteniendo que es estigmatizador e inexacto.
Por eso la Organización Mundial de la Salud ha anunciado un nuevo sistema de nombramiento para las variantes del coronavirus que espera que facilite que los no científicos puedan seguirlas mejor. La organización internacional ha asignado letras del alfabeto griego a cada una de las variantes principales que provocan aumentos de casos en todo el mundo. La variante documentada por primera vez en el Reino Unido, B.1.1.7, pasará a ser conocida simplemente como Alfa, mientras que la variante que Abdool Karim bautizó en Sudáfrica se denominará Beta. Y así sucesivamente.
Pero ¿por qué es necesario? A continuación, analizamos cómo se suelen nombrar los virus y sus variantes, el caótico sistema de nombramiento que ha surgido durante la pandemia y las dificultades históricas de ponerles a los virus los nombres del lugar donde se han identificado.
La importancia de los nombres
Muchos virus llevan el nombre de las regiones geográficas donde se identificaron, como el bosque de Zika en Uganda o el río Ébola en la República Democrática del Congo. Con todo, históricamente esto ha sido estigmatizador para las comunidades de las que se derivan los nombres de los virus.
«Debido a los brotes, pandemias y escándalos de nombres pasados, sabemos que estas cosas pueden tener repercusiones reales porque eso podría ser lo único que alguien sabe de un país, que este virus malo viene de allí», afirma Emma Hodcroft, epidemióloga molecular de la Universidad de Berna, en Suiza. «Así que en la comunidad científica se hace un esfuerzo real para evitar utilizar nombres geográficos».
De hecho, en 2015 la OMS publicó unas pautas para nombrar enfermedades infecciosas que desalentaban el uso de lugares geográficos, nombres humanos o especies de animales. El año pasado, la organización también evitó deliberadamente cualquier referencia a China o Wuhan cuando nombró la COVID-19, que quiere decir enfermedad coronavírica de 2019 en español. (Más adelante te explicamos cómo se nombró el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19.)
Pero Alexandre «Sasha» White, profesor adjunto de historia de la medicina y sociología en la Universidad Johns Hopkins, señala que esto no impidió que hubiera sentimientos antiasiáticos este último año, con ayuda de personalidades como el expresidente estadounidense Donald Trump, que insistió en referirse al SARS-CoV-2 como el «virus chino» o «virus de Wuhan».
«No me cabe duda de que las asociaciones entre la COVID-19 y China y el estigma existente han sido, por desgracia, cruciales para el aumento de los delitos de odio contra personas asiáticas en todo el mundo», afirma. Este no es un fenómeno nuevo. La propagación de enfermedades infecciosas ha sido una fuerza poderosa para justificar el racismo y la xenofobia durante siglos.
Pero también existen argumentos científicos para no emplear nombres geográficos: los científicos señalan que los nombres son engañosos en el mejor de los casos y totalmente imprecisos en el peor.
Lo cierto es que los científicos no saben dónde surgió realmente la denominada variante sudafricana. Sí, la variante se identificó primero en Sudáfrica, pero los investigadores no han encontrado al paciente cero. Es posible que Sudáfrica fuera el primer país donde se halló la variante porque realizaba más secuenciaciones genéticas que otros países.
Abdool Karim también dice que este calificativo es engañoso, porque la variante se ha propagado por todo el mundo y ahora es más prevalente en lugares como Estados Unidos que en Sudáfrica. «Es evidente que es una locura llamarla la variante sudafricana», afirma.
Utilizar un nombre impreciso tiene consecuencias reales, como la prohibición de los viajes a Estados Unidos desde Sudáfrica, Brasil y el Reino Unido a principios de este año. Los efectos también pueden ser duraderos. Ha transcurrido más de un siglo desde que la pandemia de gripe de 1918 devastó el planeta y, aunque los primeros casos se documentaron en Estados Unidos, Hodcroft señala que muchas personas aún creen que surgió en España porque pasó a conocerse popularmente como la gripe española.
Cómo se nombra un virus
Aunque la OMS es responsable de nombrar enfermedades, los virus son nombrados por un grupo de virólogos y filogenetistas que trabajan en el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ICTV, por sus siglas en inglés).
En febrero de 2020, el ICTV rebautizó el que entonces se llamaba nuevo coronavirus 2019 como SARS-CoV-2, las siglas en inglés de coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave (de tipo) 2. Stanley Perlman, microbiólogo de la Universidad de Iowa y miembro del grupo de estudio de coronavirus del ICTV, explica que el grupo escogió el nuevo nombre porque la composición genética del virus era «claramente cercana» al que causó el brote de SRAG (o SARS, en inglés) en 2003, que se llama SARS-CoV.
Pero debido a la gran cantidad de patógenos que existen en el mundo, el ICTV solo bautiza los virus al nivel de especie o superior. Así que el proceso para bautizar las variantes comienza de forma mucho más informal entre científicos y varía según el patógeno, señala Hodcroft.
«No existe un reglamento sobre cómo nombrar a tu patógeno», dice. Básicamente, los científicos proponen un nombre y ven si la comunidad científica lo adopta o si arraiga un nombre distinto.
Una forma habitual de clasificar un virus es por sus antígenos, una parte del virus que provoca una respuesta inmunitaria y cuyas mutaciones son de especial importancia.
La gripe A, por ejemplo, tiene dos antígenos destacados, conocidos como H (hemaglutinina) y N (neuraminidasa). Cada vez que esos antígenos mutan, se les asigna un número nuevo, de ahí el nombre H1N1 del subtipo de gripe pandémica más infame. El virus tiene 18 mutaciones H diferentes y 11 mutaciones N diferentes que pueden mezclarse para formar 198 combinaciones posibles, aunque solo se han identificado 131 subtipos en la naturaleza.
«Todos estos virus mutan constantemente, así que no podemos ponerle un nombre nuevo a todo», afirma Abdool Karim. «Solo merece la pena ponerles un nombre nuevo cuando cambian un antígeno».
El SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, está mutando a bastante velocidad y de muchas formas tanto benignas como peligrosas, por lo que, según Perlman, se necesita «un sistema de nombres muy intrincado». El problema es que los científicos han tenido que hacerlo sobre la marcha y han propuesto varios sistemas diferentes, cada uno con un uso distinto.
El caos de las variantes del SARS-CoV-2
En noviembre de 2020, investigadores de Sudáfrica secuenciaron una nueva variante del SARS-CoV-2 más transmisible, que incluía una mutación N501Y que permitía que la proteína de la espícula se fijara más estrechamente a las células humanas. Esta mutación remplaza el aminoácido asparagina (N), que normalmente se encuentra en la posición 501 de la proteína de la espícula, por tirosina (Y). Pero antes de poder anunciarlo al público, los investigadores necesitaban un nombre.
«Nos sentamos mientras tomábamos un té y lo llamamos 501Y.V2», cuenta Abdool Karim. La primera parte del nombre representa la mutación más importante del virus, mientras que V2 simplemente significa que es la segunda variante identificada con esa mutación en particular. (La variante descubierta en el Reino Unido es 501Y.V1 y la descubierta en Brasil, 501Y.V3.)
Pero ese no es el único nombre de la variante. Han surgido varios sistemas de nombres desde el comienzo de la pandemia y los más destacados son Nextstrain y Pango. Aunque tener más de un sistema de clasificación de variantes puede parecer exagerado, estos sistemas ofrecen a los científicos formas diferentes de analizar el árbol familiar del SARS-CoV-2.
Hodcroft explica que el sistema Nextstrain, que ella misma ayudó a desarrollar, está destinado a científicos que quieren analizar los patrones generales del árbol familiar de los virus asignando nombres a grandes agrupaciones genéticas (o clado) de virus. Utiliza nombres simples que se basan en el año en que se identificó cada subtipo, seguidos de una letra que se asigna en orden alfabético. El clado basal del sistema es 19A, que representa los virus que eran prevalentes en China al comienzo del brote.
Sin embargo, Hodcroft señala que las limitaciones del sistema Nextstrain fueron evidentes cuando variantes como 501Y.V2 empezaron a impulsar brotes regionales. Aunque técnicamente no estaban lo bastante extendidas para merecer su propio clado, señala que estas variantes debían ser identificables. Por consiguiente, en este sistema, la variante identificada en Sudáfrica se llama 20H/501Y.V2.
«Es solo porque para esto no existe un sistema», afirma Abdool Karim. «Se creó sobre la marcha. A medida que aprendemos, lo cambiamos».
Por su parte, Pango adopta un enfoque más detallado del árbol familiar del SARS-CoV-2 y se ha convertido en el sistema más utilizado, ya que es útil para rastrear brotes locales. Existen cientos de linajes en este sistema, que está diseñado para reflejar cómo ha evolucionado el virus en cada nuevo brote. Asigna nuevos linajes no solo basándose en mutaciones importantes, sino que también incluye otros fenómenos epidemiológicos, como si el virus ha saltado de un lugar a otro.
«El principio fundamental es que los nombres de los linajes representan ascendencia y descendencia», indica Oliver Pybus, biólogo evolutivo de la Universidad de Oxford que ayudó a diseñar Pango.
Pybus explica que cada linaje de Pango puede leerse básicamente como un árbol familiar. Los primeros virus que circularon en China se identifican como linajes A o B. A medida que evolucionaban y se propagaban por todo el mundo, sus descendientes se identificaron con una serie de números. Por ejemplo, B.1 incluye el brote en el norte de Italia a principios de 2020 y es el primer descendiente del linaje B que se nombró. Por su parte, la variante identificada en Sudáfrica, llamada B.1.351, es la 351ª descendiente del virus que causó ese brote italiano.
Para impedir que estos nombres sean demasiado difíciles de manejar, cada linaje de Pango solo puede tener hasta tres puntos en él. Si después el virus cambia considerablemente, comienza un nuevo linaje con una letra diferente del alfabeto. Por eso la variante identificada en Brasil se llama P.2, aunque desciende del linaje B.1.1.28.
¿Aún te resulta confuso? Esto se debe a que los sistemas de nombramiento no están diseñados para ser fáciles de recordar, sino para dar a los científicos un lenguaje común en el que poder debatir e investigar la evolución del SARS-CoV-2.
«Como científicos, estamos bastante acostumbrados a este tipo de nombres complicados», dice Hodcroft. «Nos encanta dividir cosas y bautizarlas».
Las variantes de virus no suelen llegar a los titulares nacionales. Pero ahora que algunas de esas variantes están impulsando la pandemia y dominando las noticias, Hodcroft dice que debe existir una forma de que los no científicos estén al tanto de ellas y, preferiblemente, sin emplear denominaciones geográficas.
Desarrollar un nuevo sistema de nombramiento
Por todos estos motivos, la OMS ha intervenido para desarrollar otro sistema de nombramiento para las variantes de virus más preocupantes. Reunió a un grupo de virólogos y científicos expertos en nombrar microbios y les encargó la tarea de elaborar lo que describe como «etiquetas fáciles de pronunciar y no estigmatizantes». El grupo recomendó emplear las letras del alfabeto griego.
Abdool Karim, a quien consultaron para el nuevo sistema, dijo en una entrevista antes del anuncio que era un cambio bienvenido de la práctica de utilizar una mezcla de letras y números. «Me pareció bastante bueno», dijo.
En lugar de renombrar cada mutación del virus, el sistema de la OMS se aplica a las cuatro variantes preocupantes, que los científicos consideran más virulentas, transmisibles o que se asocian a una disminución de la eficacia de las vacunas o los tratamientos. Además de las etiquetas Alfa y Beta para las variantes descubiertas respectivamente en el Reino Unido y Sudáfriac, la variante descubierta en Brasil pasa a llamarse Gamma y la variante descubierta en la India se ha bautizado Delta.
El nuevo sistema también ha asignado letras del alfabeto griego a seis variantes de interés, que se han asociado a cúmulos de casos locales o se han detectado en varios países. Estas variantes se denominan Épsilon, Zeta, Eta, Theta, Iota y Kappa.
Aunque los científicos seguirán empleando sistemas como Nextstrain y Pango, la OMS espera que su nuevo sistema facilite que el público pueda seguir las mutaciones del virus que amenazan sus comunidades. En un comunicado, instó a gobiernos, medios y otros a adoptar la nueva nomenclatura.
Se ha sugerido tratar las variantes como tormentas tropicales, creando un banco de nombres como Irene y Hugo para asignárselos a cada nueva variante. Hodcroft explica que la OMS también podría adoptar un método similar a los nombres de las marcas de productos creados por las farmacéuticas, uniendo dos sílabas aleatorias para crear nombres fáciles de pronunciar como Zoloft o Advil que no signifiquen nada en ningún idioma. Este sistema garantiza que los nombres de las marcas sean diferentes y puedan emplearse a nivel mundial.
Sin embargo, ahora el reto consistirá en que el público lo adopte y sustituya los nombres geográficos. En una entrevista realizada antes del anuncio del nuevo sistema, Hodcroft declaró que la forma en que la OMS elaboró el nuevo sistema de nombramientos de las variantes podría ayudar: si la organización pudiera reunir un grupo de virólogos y conseguir que acuerden utilizar estos nombres cuando hablen al público, sería mucho más probable que la comunidad científica y el resto del mundo adopten el nuevo sistema.
Sea como fuere, Abdool Karim dice que los científicos han aprendido una lección importante para la próxima pandemia inevitable. «Estamos descubriendo que necesitamos contar con un sistema de nombres con antelación», afirma Abdool Karim. «Creo que la próxima vez seremos proactivos».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
Nota de la editora: Este artículo se ha actualizado con el anuncio del nuevo sistema de nombramiento de variantes de la OMS. Se publicó originalmente el 21 de abril de 2021.