Los parásitos están extinguiéndose: te explicamos por qué debemos salvarlos

Son «asquerosos, viscosos, flácidos». Pero los parásitos pueden ser tan importantes como los animales más carismáticos y muchos podrían estar a punto de desaparecer.

Por Erika Engelhaupt
Publicado 9 abr 2021, 14:57 CEST
Larvas de un gusano nematomorfo

Las larvas de un gusano nematomorfo se infiltran en los grillos y crecen en su interior. Los gusanos necesitan agua para aparearse, así que hacen que los insectos salten en arroyos, donde se convierten en una fuente de alimento importante para los peces.

Fotografía de Anand Varma, Nat Geo Image Collection

De niña, Chelsea Wood soñaba con convertirse en bióloga marina y estudiar tiburones o delfines, la clase de animales grandes y emocionantes que los biólogos denominan megafauna carismática. En cambio, en un puesto de becaria, acabó observando los intestinos de un bígaro por el microscopio.

Conocía bien a este gasterópodo. De niña, solía arrancar los bígaros (Littorina littorea) de las rocas en las orillas de Long Island y los metía en cubos para ver cómo se movían. Pero nunca había visto uno por dentro. Abrió al gasterópodo, extrajo las partes blandas y, bajo su imagen ampliada, vio «miles de cositas pequeñas y blancas en forma de salchicha que se caían del cuerpo del bígaro», cuenta.

Rana con deformaciones

El gusano trematodo Ribeiroia se ha vinculado a deformaciones en las extremidades de las ranas, como esta rana toro. El gusano parásito vive en varios tipos de anfitriones animales, como los renacuajos, durante su ciclo vital.

Fotografía de Anand Varma, Nat Geo Image Collection

Las «salchichas» eran larvas del trematodo Cryptocotyle lingua, un parásito común en peces. Vistas con el microscopio, cada una tenía dos manchas oscuras en los ojos, lo que les daba un aspecto sorprendentemente adorable y encantador. «No me podía creer que hubiera estado observando bígaros durante tanto tiempo y no hubiera visto todas estas cosas que ocurren dentro de ellos», cuenta Wood, que ahora es ecóloga de parásitos en la Universidad de Washington. «Me enamoré de ellos. Me llegaron hondo, por así decirlo».

Wood se ha convertido en la lideresa de un nuevo movimiento de conservación que aspira a salvar a la minifauna menos carismática del mundo.  

Casi la mitad de todos los animales conocidos del mundo son parásitos, explica Wood, y según un estudio, una décima parte de ellos podrían estar condenados a la extinción en los próximos 50 años debido al cambio climático, la desaparición de sus anfitriones y los intentos deliberados de erradicarlos. Pero ahora mismo parece que no mucha gente se preocupa por ellos o los conoce siquiera. De las más de 37 000 especies clasificadas como en peligro crítico de extinción en la lista roja de la UICN, solo un piojo y algunos mejillones de agua dulce son parásitos.

Por definición, los parásitos viven dentro o encima de un anfitrión y sacan algo de él. Esto los ha convertido en los parias del mundo animal. Pero no todos los parásitos provocan daños perceptibles a sus anfitriones y solo un pequeño porcentaje infecta a los humanos. Los científicos advierten de la gravedad de las consecuencias si despreciamos al resto. No solo podemos aprender mucho de los parásitos y sobre las formas de utilizarlos para nuestras propias necesidades (como las sanguijuelas medicinales, empleadas en algunas operaciones quirúrgicas), sino que también estamos empezando a comprender que desempeñan papeles cruciales en los ecosistemas, manteniendo a raya algunas poblaciones al mismo tiempo que ayudan a alimentar a otras.

Algunos expertos afirman que también hay un argumento estético para salvarlos. Si superas el asco y empiezas a conocerlos, quizá veas que la resiliencia de los parásitos es encantadora. Han desarrollado medios de supervivencia ingeniosos, desde el crustáceo que se convierte en la lengua de un pez hasta la avispa esmeralda que paraliza el cerebro de las cucarachas y después la atrae a un nido por su antena, como un perro con una correa.

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    Anfípodo invadido por larvas de acantocéfalo

    Un tipo de crustáceo acuático diminuto llamado anfípodo ha sido invadido por larvas de acantocéfalo. El fin último del gusano es introducirse en las aves marinas, así que provoca cambios en el cerebro del anfípodo que lo conducen hacia la luz y espacios abiertos, convirtiéndolo en presa fácil.

    Fotografía de Anand Varma, Nat Geo Image Collection

    «Las personas piensan que los parásitos son asquerosos, viscosos, flácidos y se retuercen, y es cierto la mayor parte del tiempo», afirma Wood. «Pero si los miras bajo el microscopio, son muy bonitos».

    Obviamente, se supone que el movimiento de conservación moderno no debe preocuparse por el aspecto ni el carisma, dice Kevin Lafferty, ecólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara. Hay muchas plantas anodinas e invertebrados poco atractivos, enclenques o espeluznantes que están protegidos. «Ninguna de esas cosas es bonita y adorable», dice. «Al público le importan un bledo. Pero la biología de conservación moderna sigue teniendo en cuenta esas partes importantes de la biodiversidad».

    Un mundo de parásitos

    Cuando los humanos observamos un paisaje, ya sea una sabana africana o un arrecife de coral australiano, vemos a las otras especies hospedadoras, como nosotros. Pero los leones, las cebras y los peces no son más que hogares para la mayor parte de la vida que se esconde delante de nuestras narices.

    En total, el 40 por ciento de los animales conocidos son parásitos y eso solo los que se han descrito. Los científicos creen que esa cifra solo representa un 10 por ciento de todos los parásitos que existen, lo que significa que podría haber millones más por descubrir. Las avispas parásitas probablemente superan a cualquier otro grupo de animales, incluso a los escarabajos.

    Resulta que la mayoría de las especies son parasitadas por otras. Por ejemplo, los humanos: a pesar de nuestros esfuerzos por ser poco hospitalarios, somos excelentes anfitriones. Más de un centenar de parásitos diferentes han evolucionado para vivir dentro o sobre nosotros, y muchos de ellos dependen de nosotros para que su especie siga existiendo.

    Los parásitos proliferan porque todos los seres vivos son una mezcla de nutrientes y energía, y ser un gran depredador no es la única forma de sacar tajada. Los parásitos deciden no participar en esta carrera entre depredador y presa, optando por un camino más fácil. Es inteligente, si lo piensas, y es precisamente la razón por la que el parasitismo es tan común. «La naturaleza aborrece el vacío. Si se da la oportunidad, alguien va a evolucionar para llenarlo», dice Wood.

    El parasitismo ha evolucionado como forma de vida una y otra vez, a lo largo de miles de millones de años, desde los microbios más pequeños y simples hasta los vertebrados más complejos. Hay plantas parásitas, aves parásitas, una gran variedad de gusanos e insectos parásitos, e incluso un mamífero parásito: el murciélago vampiro, que sobrevive bebiendo la sangre de las vacas y otros mamíferos. De las 42 ramas principales del árbol de la vida, llamadas filos, 31 son principalmente parásitos.

    Sin embargo, apenas hemos empezado a identificar a todos los parásitos, y mucho menos a conocer sus estilos de vida o a supervisar sus poblaciones. «No es algo a lo que hayamos dado prioridad», afirma Skylar Hopkins, ecóloga de la Universidad del Estado de Carolina del Norte. Por eso hace unos años, Hopkins reunió a un grupo de científicos interesados en la conservación de los parásitos, y empezaron a compartir lo que sabían. En 2018 presentaron la investigación en la conferencia de la Sociedad Ecológica de Estados Unidos. Más adelante, en octubre de 2020, publicaron el primer plan internacional para salvar a los parásitos en un número especial de la revista Biological Conservation.

    “Es posible que haya millones de especies de parásitos amenazadas y probablemente muchas que ya se han extinguido.”

    por SKYLAR HOPKINS, UNIVERSIDAD DEL ESTADO DE CAROLINA DEL NORTE

    Una de las cosas que Hopkins y sus colegas han advertido es lo que denominan la paradoja de la coextinción. Como por definición los parásitos necesitan a otras especies, son especialmente vulnerables a este fenómeno. Un ejemplo es el piojo pigmeo Haematopinus oliveri, en peligro de extinción. Solo vive en otra especie en peligro crítico de extinción, el jabalí enano, que está desapareciendo de los pastizales donde vive, en las faldas del Himalaya.

    «Es posible que haya millones de especies de parásitos amenazadas y probablemente muchas que ya se han extinguido», dice Hopkins. «Pero lo raro es que apenas hemos documentado las extinciones de los parásitos».

    Wood dice que lleva más de una década buscando datos históricos sobre la abundancia de los parásitos, cualquiera, terrestre o acuático. «He estado muy atenta», dice, y hasta ahora solo ha encontrado un total de dos conjuntos de datos útiles: uno de un crucero de investigación a finales de la década de 1940 y otro en el cuaderno de laboratorio de uno de sus mentores.

    Con tan poca información, «no tenemos ni idea de si los parásitos desempeñan el mismo papel ahora que en el pasado», dice Wood. «Creo que es una tomadura de pelo».

    El emblema de la conservación de los parásitos, si es que hay uno, es el piojo del cóndor californiano, una irónica víctima del propio movimiento de conservación. En la década de 1970, desesperados por salvar al cóndor californiano, los biólogos empezaron a criarlos en cautividad. Parte del protocolo consistía en desparasitar a todas las aves con plaguicidas, asumiendo que los parásitos eran perjudiciales para los cóndores, aunque no está claro si lo son. El piojo del cóndor californiano no se ha vuelto a ver desde entonces.

    Igualmente, la sanguijuela medicinal de Nueva Inglaterra lleva sin observarse una década y la sobrepesca probablemente haya acabado con el Stichocotyle nephropis, que dependía de rayas en peligro de extinción para completar su ciclo vital. Se cree que innumerables gusanos, protozoos e insectos parásitos se han hundido con el barco, por así decirlo, al morir sus huéspedes.

    Un mundo sin parásitos

    Aunque la desaparición de los parásitos podría parecer algo sin importancia, o incluso algo a lo que aspirar, los ecólogos advierten que erradicarlos a todos probablemente supondría el fin del planeta. Sin los parásitos que las mantienen a raya, las poblaciones de algunos animales se dispararían, al igual que ocurre con las especies invasoras cuando se las introduce lejos de sus depredadores naturales. Otras especies se desplomarían en el tumulto subsiguiente.

    Los depredadores grandes y carismáticos también saldrían perdiendo. Muchos parásitos han evolucionado para trasladarse a su siguiente anfitrión manipulando al anfitrión en el que se encuentran, lo que suele conducir a ese anfitrión a las fauces de un depredador. Los gusanos nematomorfos, por ejemplo, maduran dentro de los grillos, pero necesitan estar en el agua para aparearse. Así que influyen en el cerebro de los grillos y obligan a los insectos a saltar a arroyos, donde se convierten en una importante fuente de alimento para las truchas. Mediante fenómenos similares, alimentan a aves, peces, gatos y otros depredadores en todo el mundo.

    Ni siquiera la salud humana se beneficiaría de la eliminación de todos los parásitos. En países como Estados Unidos, donde se ha eliminado la mayoría de los parásitos intestinales, existen enfermedades autoinmunes que son prácticamente inéditas en lugares donde todo el mundo sigue teniendo esos parásitos. Una forma de verlo es que el sistema inmunitario humano evolucionó con un conjunto de gusanos y protozoos parásitos, y cuando los eliminamos, nuestro sistema inmunitario empezó a atacarnos a nosotros mismos. De hecho, algunas personas con la enfermedad de Crohn se han infectado a propósito con lombrices intestinales para intentar restablecer el equilibrio ecológico de sus intestinos, con resultados desiguales.

    Dicho esto, los científicos no están dispuestos a salvar a todos los parásitos. El gusano de Guinea, por ejemplo, recibe un rotundo no hasta de los conservacionistas más acérrimos. Crece hasta la adultez dentro de la pierna de una persona, llegando a medir varios centímetros de largo, y sale dolorosamente a través del pie. La fundación del expresidente estadounidense Jimmy Carter se ha propuesto extinguir al gusano y pocos lo echarán de menos cuando desaparezca.

    Si hay alguien que quiere deshacerse de todos los parásitos, se podría pensar que es Bobbi Pritt. Como directora médica del laboratorio de parasitología humana de la Clínica Mayo, Pritt identifica los parásitos presentes en Estados Unidos y en todas las partes del cuerpo. En un día normal puede trabajar con sangre portadora de parásitos de la malaria, con tejido cerebral lleno de Toxoplasma gondii o con uñas de los pies cortadas con pulgas de la arena que alguien cogió cuando caminaba descalzo por la playa.

    Con todo, incluso Pritt siente debilidad por los parásitos. Tiene un blog llamado Creepy Dreadful Wonderful Parasites («Parásitos espeluznantes y maravillosos») y pasa los fines de semana estudiando las garrapatas de la cabaña donde pasa las vacaciones. Como médica, apoya la idea de erradicar los parásitos en los lugares donde causan enfermedades y sufrimiento. «Pero como bióloga, la idea de intentar extinguir algo a propósito no me gusta», dice.

    En última instancia, el objetivo de fomentar la conservación de los parásitos no es que todo el mundo se enamore de ellos. Más bien, se trata de declarar una tregua en nuestra guerra contra ellos, porque todavía hay mucho que no entendemos sobre su valor para los ecosistemas y tal vez incluso para las personas. Y si no te convence la utilidad de los parásitos, escucha la opinión de Kevin Lafferty:

    «Si eres una persona religiosa, dirás que todos son criaturas de Dios; deberíamos preocuparnos por ellos de la misma forma», argumenta. «Y ese es más o menos el enfoque que ha adoptado la biología de la conservación, con una excepción importante. Y eso son los parásitos».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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