Así se le devuelve la vida a un rostro antiguo
Los humanos intentamos reanimar los cráneos de nuestros muertos durante miles de años. Con la ayuda de la tecnología moderna y el ADN ancestral, ahora es tanto un arte como una ciencia.
Los humanos llevan miles de años intentando reanimar los rostros de nuestros antiguos muertos, pero la tecnología moderna ha hecho que las reconstrucciones faciales (como ésta de una adolescente nativa americana cuyo esqueleto se descubrió en una cueva sumergida de Yucatán) sean aún más impactantes.
Es un momento que nunca deja de sorprender a Oscar Nilsson: un instante en el que la arqueología y el arte chocan.
Tras muchos meses reconstruyendo la estructura facial de un ser humano muerto hace mucho tiempo en su estudio de Estocolmo, Nilsson empieza a aplicar una capa de "piel" a su último busto de silicona. Utiliza agujas cada vez más finas para crear arrugas y poros, aplica pinturas que captan la esencia de una epidermis humana y pincha pelos infinitesimales en su creación. Luego abre los párpados.
"Inmediatamente se convierte en un rostro", dice Nilsson, arqueólogo y escultor especializado en reconstrucciones faciales en 3D de humanos antiguos: "Después de más de 20 años, sigue siendo un gran día en el estudio".
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Nilsson no es el único: las reconstrucciones faciales son una forma cada vez más popular de aproximarse al pasado. Pero crear una reconstrucción no es sólo cuestión de arcilla y manos seguras. Es un proceso minucioso que lleva el arte al borde de la ciencia y la ciencia al borde del arte, y sus resultados pueden dejarnos sin aliento. He aquí cómo los arqueólogos devuelven la vida a los rostros de la historia de la humanidad.
Un artista construye la estructura muscular de un modelo de cráneo del Hombre de Pekín (un homínido que vivió hace unos 400 000 años en la actual China) en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.
Por qué reanimamos rostros del pasado
La práctica de la reconstrucción facial es más antigua de lo que se cree: como escribe un equipo de investigadores bioarqueológicos, "la idea de reanimar un cráneo forma parte de la historia humana desde hace miles de años". En el Neolítico de Levante de hace unos 10 800 años y en el Neolítico Tardío de Anatolia de hace unos 8500 años, explican, "los cráneos se desenterraban una vez transcurrido un tiempo socialmente apropiado y luego se cubrían con yeso, arcilla y pigmentos que se moldeaban y pintaban para que se parecieran a la persona muerta".
Los padres de la reconstrucción facial moderna en el siglo XIX utilizaron estrategias similares, pero añadieron los conocimientos y la experiencia de médicos y anatomistas expertos. Impulsados por el deseo de celebrar y romantizar figuras públicas veneradas pero fallecidas, primero examinaban los huesos de una persona muerta antes de aproximarse a su apariencia en la escultura.
Una de esas esculturas no era otra que la del legendario compositor Johann Sebastian Bach. En 1894, el anatomista alemán Wilhelm His intentó reconstruir el rostro del compositor para determinar si los restos humanos exhumados descubiertos en un cementerio alemán eran realmente los de Bach. El anatomista lo hizo aplicando arcilla directamente al cráneo, utilizando datos sobre la profundidad media del tejido facial que recopiló examinando los rostros de 27 cadáveres humanos. El rostro que se obtuvo se parecía a los retratos existentes de Bach, lo que aseguró a los historiadores que el esqueleto probablemente había pertenecido al difunto compositor, y más tarde sirvió de base para futuras obras de arte y para la reinhumación de Bach en Leipzig.
Esto despertó un creciente interés científico por la anatomía del rostro humano y las sutiles diferencias en la profundidad facial y la formación de los tejidos que hacen que cada cara sea única. Los datos sobre el grosor de los tejidos faciales creados por estos primeros anatomistas siguen siendo utilizados por reconstructores faciales como Nilsson.
Los primeros pasos de la reconstrucción facial
Antes de iniciar una reconstrucción facial en 3D, los investigadores deben recopilar toda la información posible sobre la vida del sujeto. ¿Quiénes eran? ¿Dónde vivieron y murieron? ¿Qué se sabe de su dieta, estilo de vida y salud? Hoy en día, los avances en el análisis arqueológico permiten obtener todo tipo de información sobre los individuos (desde sus alimentos favoritos hasta el tipo de clima que habitaban) examinando los isótopos de un espécimen.
Y esto es sólo el principio: cada vez son más las reconstrucciones faciales que incluyen pruebas de análisis de ADN, que pueden determinar no sólo la ascendencia de una persona, sino también su color de piel, pelo y ojos. Los antiguos análisis de ADN "han supuesto un cambio radical para mí", afirma Nilsson, ya que eliminan las conjeturas de muchas facetas de la reconstrucción que antes se dejaban en manos del artista.
El sexo, la etnia, el peso y la edad en el momento de la muerte de un individuo determinan la profundidad de su rostro y otros rasgos, mientras que su cráneo posee también sutiles marcas que indican los lugares en los que el tejido estuvo unido al hueso. "A veces es muy fácil ver exactamente dónde se colocó el músculo, porque deja marcas de tensión o crestas en el cráneo", dice Nilsson. Toda esta información ayuda al reconstructor a decidir qué va dónde, lo que da como resultado un inquietante modelo anatómico.
De la arqueología al arte
Para el siguiente paso, es fundamental conocer a fondo la anatomía facial: Los reconstructores escultóricos como Nilsson moldean meticulosamente piezas individuales de cartílago y músculo a partir de arcilla y las superponen directamente a una réplica impresa en 3D del cráneo del sujeto.
Aunque la reconstrucción facial en 3D puede intentarse con la ayuda de un ordenador, Nilsson prefiere un enfoque práctico. "Me interesan los rostros desde que tengo uso de razón", afirma.
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A medida que el mosaico de conjeturas va tomando forma humana, el reconstructor pasa de la recreación a la interpretación, utilizando lo que sabe de la persona para dar forma a sus ojos, boca y piel. Por ejemplo, puede añadir arrugas o manchas de sol a la cara de alguien que murió de viejo, o incluir pruebas de enfermedades descubiertas durante la investigación del ADN.
"A menudo siento que mi trabajo es un proceso de dos pasos", dice Nilsson. En primer lugar, su trabajo consiste en actuar como un observador imparcial, obedeciendo las reglas de la arqueología forense y ciñéndose a los datos concretos. "Y luego se lo paso al artista", dice.
Finalmente, el cráneo cubierto de arcilla se utiliza como base para un busto de silicona moldeada del individuo. Una pintura delicada y sutil y un pelo meticulosamente aplicado dan vida a la reconstrucción.
La ética de estas reconstrucciones sigue suscitando debates en la comunidad científica. Al fin y al cabo, no hay forma de saber si estas representaciones son exactas, y la persona que se reproduce no tiene nada que decir al respecto. También está el dilema de cómo evitar que el público saque conclusiones demasiado generales sobre la historia de la humanidad a partir de un solo rostro.
Pero hay otra forma de ver los rostros, a veces extraños, que surgen del proceso. Cada reconstrucción facial es una oportunidad para reflexionar (incluso homenajear) sobre un individuo cuyo tiempo está muy lejos en el pasado. Las reconstrucciones añaden una capa de humanidad a lo que de otro modo podría parecer simplemente un montón de huesos humanos. En otras palabras, esta compleja danza entre arte, anatomía y arqueología puede dar vida al pasado, pestaña a pestaña, arruga a arruga y poro a poro.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.