Querido Hubble: cómo un telescopio cambió la astronomía y a todos nosotros
En el 29º aniversario de la primera imagen del telescopio, un exanalista reflexiona sobre cómo se convirtió en un motor científico y un icono cultural.
Querido Hubble:
Hace unos años, aparecieron una serie de segmentos en Late Night With Jimmy Fallon que gustaron mucho a los frikis de la astronomía. La premisa es la siguiente: un tipo ataviado con vestimenta de los Yankees llamado «Milki J» salió de entre el público y expresó su emoción por, de entre todas las cosas posibles, el telescopio espacial Hubble. Milky J mostraría, una tras otra, imágenes asombrosas del Hubble y a continuación gritaría su muletilla: “Hubble gotchu!” («¡Hubble te ha pillado!»).
En mi caso, la muletilla de Milky J acabó siendo bastante precisa. En todos los periodos de mi vida —de friki de la astronomía a analista de datos de telescopios y, finalmente, a periodista científico que te mantiene al día—, me has pillado.
Tu camino a la fama ha estado lleno de obstáculos. Empezaste siendo un enorme despilfarro del gobierno, un remate presente en el mismo tipo de programas de la franja de medianoche que más adelante te homenajearon. Tenían que haberte lanzado en 1983, pero te pospusieron. Se suponía que costarías cientos de millones, pero tu presupuesto se disparó. Y cuando finalmente te lanzaron en 1990, tu visión estaba borrosa debido a un espejo deformado por los contratistas que te construyeron.
Tu situación empezó a cambiar en la primavera de 1993, cuando los astrónomos avistaron un cometa fragmentado que se dirigía hacia Júpiter. Te querían trabajando a la máxima potencia para observar y ese invierno, los astronautas te visitaron e instalaron lentes correctoras. Días antes del impacto del cometa, aún tenías problemas de software (¿nervios de antes del partido, quizá?). Pero, justo a tiempo, capturaste en la atmósfera de Júpiter las cicatrices que habían dejado los impactos del cometa, ecos de la antigua colisión que condenó a los dinosaurios.
Poco después, me topé contigo por primera vez. Cuando estaba en la escuela primaria, vi tu famosa imagen «Pilares de la Creación» y recuerdo que puso mi mundo patas arriba. Nos mostraste estalagmitas en Technicolor que medían varios años luz de alto. Eran algo vasto, algo que no podía ser real.
Entonces, no comprendí que inspirar dicho asombro solo era una pequeña parte de tu gran misión. Por ejemplo, mediste la velocidad a la que se alejan las galaxias lejanas conforme se expande el universo, un ritmo que, como tú, comparte su nombre con el astrónomo Edwin Hubble.
Durante décadas, los cosmólogos vivieron y murieron peleándose por el valor preciso de este número, y tú fuiste construido para zanjar el debate. Pero no podías quedarte ahí: al observar las explosiones de estrellas distantes, demostraste que la expansión del espacio se está acelerando gracias a un misterioso mezclador del cóctel cósmico que ahora denominamos energía oscura. Mientras vuelves a medir el ritmo de expansión con mayor precisión, tus hallazgos no coinciden con los llevados a cabo por los mejores observatorios cosmológicos del mundo. Si esta discrepancia persiste, quizá signifique que has detectado otro ingrediente del universo que nos faltaba.
También has observado durante días, meditabundo, el rincón más oscuro del espacio que encontraste. Cada vez que lo has hecho, has encontrado galaxias innumerables que se extienden más allá de los albores del tiempo. Tu primer intento de este viaje visual en el tiempo se denominó Campo Profundo del Hubble. Ahora, después del «Campo Ultraprofundo», el «Campo Profundo Extremo» y los «Campos Fronterizos», debes estar quedándote sin adjetivos para descubrir la profundidad de tu vista.
Y cuando no escudriñas los primeros días del universo, a veces observas las atmósferas de los mundos fuera de nuestro sistema solar. Nadie conocía la existencia de los exoplanetas cuando te construyeron. Ahora puedes observar un planeta que transita frente a su estrella y ver la luz que se filtra por la atmósfera de un planeta. Dichas señales sutiles son lo más cercano que tenemos de olfatear aire alienígena.
Durante todo este tiempo, has seguido publicando imágenes y yo he seguido observándolas con asombro. Recuerdo obligar a amigos y compañeros de estudio de la universidad a ver galerías enteras y contarles que tus paisajes de ensueño eran tan sublimes como los habrían definido Edmund Burke e Immanuel Kant. ¿Recuerdas esas imágenes? ¿Galaxias desgarrándose como huracanes que chocan? ¿Cúmulos de estrellas innumerables? ¿Las nebulosas hinchadas por soles muertos, talladas en adornos de vidrio de colores?
Después de la universidad, trabajé en tu base en la Tierra, el Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial de Baltimore. No creo que me recuerdes; era una de las personitas, una ínfima parte de un equipo que analiza una de tus cámaras en busca de señales de desgaste. Ahora, paso mucho menos tiempo observando tus datos brutos. Pero aún adoro contemplar tus fotos; sigues siendo un ojo avizor sobre la atmósfera terrestre, una presencia constante que descubre todo lo que puede.
El año pasado, cumplí 30 años, una edad para la retrospección. Quiero que sepas que, conforme tú también entras en tu treintena, muchos de nosotros, los terrícolas, sentimos mucha afinidad contigo: un telescopio mundialmente famoso del tamaño de un autobús, un portal a lo surrealista y lo sublime, y quizá uno de los mejores experimentos científicos de la historia humana.
Lo que quiero decir es: te hemos pillado.
Josh
Joshua Sokol es un escritor freelance establecido en Boston. Es un exinvestigador y analista del instrumental del Hubble, y ahora trata el espacio exterior, el tiempo profundo y otros temas de la historia natural. Puedes seguirlo en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.