Estas jóvenes huyeron de Boko Haram. Ahora comparten sus historias.
Dos víctimas de secuestro nigerianas trabajan para evitar que otras niñas sufran los horrores a los que se enfrentaron.
En una esquina junto a Times Square, en Manhattan, Ya Kaka y Hauwa se ríen de la caricatura de un artista callejero. Telas de colores sobresalen bajo sus enormes abrigos de invierno, pero las adolescentes se mezclan perfectamente entre la multitud, disfrutando de un momento de precioso anonimato que les ha constado encontrar desde que huyeron del temido grupo islámico extremista de Nigeria, Boko Haram.
«Nunca pensamos que escaparíamos y [estaríamos hoy aquí]», dice Ya Kaka mientras piensa en su viaje a Estados Unidos. Lleva un gorro de invierno que reza «Washington, D.C.» en la parte inferior y con un pompón blanco e hinchado en la parte superior. «Nunca pensé que sobreviviría».
Ya Kaka y Hauwa —identificadas solo con sus nombres por razones de seguridad— no se conocían antes ni se conocieron durante su terrible experiencia, pero sus horrores compartidos las unieron para defender a otras supervivientes y a aquellas todavía secuestradas por Boko Haram. Su viaje las llevó desde Maiduguri, ciudad del noreste de Nigeria, a Manhattan y Washington, D.C. Las chicas, que colaboran con la organización sin ánimo de lucro Too Young to Wed, se reunieron con autoridades del gobierno estadounidense y la ONU para concienciar sobre la amenaza de Boko Haram e instar a la comunidad internacional a ayudar a los afectados.
«Sé que he dejado a miles en el monte y en el bosque, y sé que he dejado a miles en las calles de Maiduguri», afirma Ya Kaka. «Lo mejor que puedo hacer para ayudar es comunicarme [con el mundo]».
Dos entre miles
Boko Haram empezó a ser conocido a nivel mundial en 2014, cuando secuestraron a 276 niñas en su escuela de Chibok, Nigeria, dando pie a una campaña global y al hashtag #BringBackOurGirls. Pero el grupo ha llevado a cabo una campaña brutal en el noreste de Nigeria desde 2009, obligando a 2,5 millones de habitantes a abandonar sus hogares, matando a más de 20.000 personas y secuestrando a miles, usando a mujeres y niñas como niñas novias y esclavas sexuales, y obligando a sus hijos a convertirse en la siguiente generación de insurgentes de Boko Haram.
En febrero de 2018, otro secuestro en masa llegó a los titulares internacionales cuando un grupo disidente de Boko Haram secuestró a 110 niñas de la localidad de Dapchi.
Ya Kaka tenía 15 años cuando los integrantes de Boko Haram atacaron su aldea, Bama, en 2014. Fue secuestrada junto a su hermano pequeño, de 6 años, y su hermana pequeña, de 5; ambos siguen en paradero desconocido.
Hauwa tenía 14 años cuando los militantes asaltaron su casa en busca de su hermano mayor. Al no poder encontrarlo, exigieron a su padre que entregase a Hauwa como novia. Cuando su padre se negó, los insurgentes lo mataron a él y a la madrastra de Hauwa antes de llevarse a Hauwa consigo.
Finalmente, llevaron a Hauwa y Ya Kaka a unos campamentos dentro del denso bosque de Sambisa, donde las obligaron a casarse con insurgentes, fueron violadas repetidas veces por sus maridos y otros hombres de los campamentos, y las trataron, en palabras de Ya Kaka, «como esclavas».
Ni Ya Kaka ni Hauwa —ahora con 19 y 18 años respectivamente— están seguras de cuánto tiempo permanecieron secuestradas. Ya Kaka cree que la retuvieron durante más de un año, mientras que Hauwa calcula que estuvo cautiva durante al menos nueve meses. En el transcurso de esta experiencia funesta, Ya Kaka cuenta que echó de menos a sus padres y que añoraba la buena comida. Hauwa también pensaba en su familia con frecuencia.
«Vi cómo mataban a mi padre y cómo le hacían lo mismo a mi madrastra», afirma Hauwa. «[Solía preguntarme] ¿Dónde está mi madre? ¿Quién le contará esta historia? ¿Cómo se sentirá?».
Fue la maternidad lo que dio pie a sus huidas milagrosas.
Cuando las mujeres daban a luz en la aldea natal de Ya Kaka, quedaban exentas de muchas de las tareas diarias, según explica ella. Pero ese no era el caso en los campos de militantes, donde la maltrataban y le daban poco de comer. Tras dar a luz, Ya Kaka supo que tenía que encontrar una forma de salir de allí. Encontró el valor que necesitaba en tres mujeres que le contaron su plan de huida. «Me dijeron: “tenemos que huir, huyamos”», dice Ya Kaka. «Así que [dos o tres días después], huimos».
Por su parte, Hauwa dice que empezó a pensar en un plan de huida cuando su cuerpo le empezó a indicar que el parto se acercaba. Sabía que no podía tener un bebé en el campamento. No había nadie que la ayudara, nadie con quien hablar.
«Estaba segura de que moriría», afirma Hawua. «Sabía que necesitaba marcharme».
Una tragedia doble
Ambas chicas viajaron durante días en busca de un lugar seguro; sus bebés no sobrevivieron al viaje. En el camino, Ya Kaka y Hauwa aprendieron que sobrevivir no siempre te da libertad. Muchas niñas que huyen de Boko Haram son incapaces de reunirse con sus padres o las dejan sin hogar y solas, vagando por aldeas y ciudades con nada salvo harapos sobre la espalda y sin medios para reintegrarse en la sociedad. Los expertos denominan esto una «doble tragedia de estimatización», una realidad que Hauwa vivió cuando finalmente llegó a la ciudad de Maiduguri.
Cuenta que en las calles de la ciudad la discriminaron por su ropa desaliñada, que incitó a la gente a llamarla «esposa de Boko Haram» para mofarse de ella. Las comunidades también suelen rechazar a los supervivientes, bajo la sospecha de que sean terroristas suicidas o de que los insurgentes les hayan lavado el cerebro. Ya Kaka sufrió una estigmatización similar.
Ambas dicen que Too Young to Wed las ayudó a rehacer su vida, ofreciéndoles apoyo y asistencia para salir adelante, dándoles ropa y enviándolas a la escuela.
«Una día fui una niña a la que sus padres mimaban. De ahí, pasé a quedarme sin nada», explica Ya Kaka. «Hoy... creo que cada vez creceré más y más alto».
Buscando apoyo
A lo largo de los últimos años, Ya Kaka y Hauwa se han transformado de supervivientes a activistas. Creen que al compartir sus experiencias motivarán a la gente para tomar medidas y proporcionarán la ayuda necesaria para salvar a las niñas del destino que ellas vivieron. En casa, nadie escucha sus historias, pero en Estados Unidos las cosas parecen diferentes, según cuenta Hauwa. Las chicas dicen que las personas que les dieron una cálida bienvenida, se solidarizaron con ellas y se enorgullecieron del viaje que habían realizado.
Para las chicas, el mensaje es simple: algo tan pequeño como cambiarse de ropa puede mejorar la recepción de una superviviente en su comunidad. El apoyo educativo también es importante. Si las supervivientes tienen acceso a las escuelas, «podrán encontrar una forma de ganarse la vida», afirma Ya Kaka. Too Young to Wed financia la educación de Ya Kaka y Hauwa. Además de su trabajo como activistas, las chicas esperan ser abogadas algún día.
Hasta entonces, el reciente secuestro en Dapchi pone de relieve la cantidad de trabajo que todavía necesitan llevar a cabo, como dice Ya Kaka. Dichos acontecimientos son solo una fracción de una guerra que está rompiendo Nigeria, especialmente en el noreste, así como los países africanos vecinos.
«Hay muchas personas atrapadas», afirma Hauwa. «Algunas no saldrán con vida».
Durante su estancia en Estados Unidos, las chicas recibieron una lluvia de adjetivos como «inspiradoras», «valientes» y «audaces», palabras que arrojan luz sobre su poder.
«[Escuchar todo esto] nos hace muy fuertes», afirma Hauwa. «Hace que hablemos más».
«Tenemos valor porque creemos que el mundo vendrá a ayudarnos», añadió Ya Kaka.
Stephanie Sinclair fundó Too Young to Wed con el objetivo de proteger los derechos de las niñas y poner fin al matrimonio infantil. Fotografió a Ya Kaka y a Hauwa durante su viaje a Estados Unidos.