La decisión del príncipe Enrique y sus paralelismos con la abdicación de Eduardo VIII

La decisión de los duques de Sussex de renunciar a sus funciones reales ha hecho que lo comparen con la abdicación de Eduardo VIII en 1936.

Por Erin Blakemore
Publicado 10 ene 2020, 12:24 CET
El príncipe Enrique y Meghan Markle
El príncipe Enrique y Meghan Markle han anunciado que se retirarán de las funciones reales y dividirán el tiempo entre el Reino Unido y Norteamérica. Quieren centrarse en las obras de caridad y en criar a su hijo, Archie, alejados de la atención pública. En la foto, sacada en 2018, la pareja dio un paseo por un bosque de secoyas durante una visita oficial a Nueva Zelanda.
Fotografía de Kirsty Wigglesworth, Pool, via Reuters, tpx Images Of The Day

Esta semana ha dado la vuelta al mundo una imagen de los duques de Sussex sonrientes publicada en Instagram con un comunicado bomba en el que declaraban que se renunciaban a sus funciones reales. Algunos ya han establecido paralelismos con otro fiasco monárquico: la decisión de Eduardo VIII en 1936 que abdicó de su papel de monarca de Inglaterra para poder casarse con la aristócrata estadounidense Wallis Simpson.

Pero aunque ambas situaciones implican a miembros de la realeza frustrados, divorciadas estadounidenses y furor público, las similitudes no son tan directas como parece.

El rey que abdicó

Cuando el futuro rey de Inglaterra se enamoró de una estadounidense encantadora a principios de los años 30, parecía una de las muchas aventuras del príncipe playboy. Pero cuando Eduardo VIII se convirtió en rey en enero de 1936, quedó claro que quería casarse con Wallis Simpson.

El matrimonio presentaba obstáculos tanto políticos como personales. Como monarca, Eduardo era el líder de la Iglesia de Inglaterra y casarse con la dos veces divorciada Simpson desafiaba la política eclesiástica que prohibía que los cónyuges divorciados volvieran a casarse mientras sus excónyuges siguieran vivos.

Eduardo VIII y Wallis Simpson
En diciembre de 1936, menos de un año tras asumir el título, Eduardo VIII se convirtió en el primer monarca que renunció por voluntad propia al trono cuando decidió casarse con la aristócrata estadounidense Wallis Simpson. Unos años después, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, volvieron a Inglaterra por primera vez y los fotografiaron en su vivienda temporal en Sussex.
Fotografía de Evening Standard, Getty

Como soberano, Eduardo se enfrentó a la ira de su pueblo, ya que muchos consideraban a Simpson una «mujer perdida» cazafortunas que quería atrapar a su rey. Y en su propio gabinete, el rey se enfrentó a la oposición acérrima por parte de figuras a las que Simpson no agradaba y que se preguntaban si ejercía algún tipo de control sexual sobre Eduardo. El rey fue investigado y espiado por su propio gobierno, y se enfrentó a rumores que sugerían que Simpson estaba teniendo una aventura con el enviado diplomático de Adolf Hitler, Joachim von Ribbentrop.

El resultado fue una crisis constitucional y un enigma intolerable para el rey, que durante años había temido convertirse en monarca. Eduardo presionó brevemente por un matrimonio morganático (el matrimonio entre un hombre de una categoría aristocrática superior y una mujer de categoría inferior, en el que los hijos resultantes de esta unión no pueden heredar tierras ni títulos), pero se topó con la oposición de su primer ministro y otras figuras. Por tanto, el rey abdicó el 10 de diciembre de 1936. Se mudó a Francia con Simpson y se casó con ella un año después cuando se finalizó su segundo divorcio.

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    La abdicación sacudió el concepto de monarquía y dio pie a una curiosidad feroz por Simpson. La revista TIME la nombró primera Mujer del Año en 1936 y periódicos y revistas diseccionaron cada uno de sus movimientos y especularon de forma descarada sobre los detalles más personales de su vida, El New York Sun, por ejemplo, llenó las noticias con fotografías de paparazzi del rey sin camiseta y su amante en traje de baño jugando en el agua en Cannes e incluso consultó a expertos médicos sobre la posibilidad de un embarazo ilícito en un artículo titulado «Stork Rare Caller After 40».

    De la realeza, pero no soberano

    Al igual que en los años 30, la curiosidad pública sobre Meghan Markle, la actriz estadounidense convertida en princesa, es aparentemente inagotable y los tabloides ya han chismorreado tras el anuncio de los duques de Sussex. Pero las similitudes entre la situación de Enrique y Meghan terminan aquí.

    Enrique pertenece a la realeza, pero no es soberano y es solo el sexto en la línea de sucesión al trono británico. El parlamento del Reino Unido tendría que aprobar una ley especial para retirarlo de su lugar distante en la línea sucesoria y, como cuenta la historiadora Marlene Koenig a Royal Central, la reina tendría que concederle permiso para renunciar al título de Su Alteza Real.

    Por ahora no hay indicio alguno de que el príncipe Enrique quiera recusar su título o su lugar en la línea sucesoria. En la sección de Preguntas frecuentes de la página web de la pareja, afirman que quieren «maximizar el legado de Su Majestad» y «continuar haciéndolo con orgullo» dentro de un «nuevo modelo de trabajo» en el que dividirán su tiempo entre Reino Unido y Norteamérica y rechazarán sus papeles ceremoniales.

    Los duques de Sussex quieren seguir usando el Frogmore Cottage, una propiedad del castillo de Windsor donde viven actualmente con el permiso de la reina como su residencia oficial, aunque algunas noticias indican que es probable que vivan en California y en Canadá.

    Pero a diferencia de Eduardo, al que le concedieron una pensión permanente a cambio de su exilio a Francia, Meghan y Enrique quieren renunciar al dinero que recibirán de la Sovereign Grant, que los contribuyentes británicos dan a la monarquía cada año. (Enrique también recibe una cantidad mucho más grande de la propiedad privada del príncipe Carlos, el ducado de Cornualles). Con todo, aún quedan incógnitas sobre cómo se mantendrán y está por ver cómo evolucionará la definición de la pareja de «retirarse». Hasta entonces, las comparaciones directas con la crisis de la abdicación parecen tan exageradas como la rencorosa decisión de Madame Tussauds de retirar a los duques de Sussex de su exposición de la familia real británica.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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