Tailandia consiguió controlar la propagación del coronavirus gracias a su reacción rápida
Esperando lo peor, este fotógrafo se dispuso a documentar la pandemia en Bangkok. Lo que encontró lo dejó perplejo.
Tailandia reaccionó con rapidez a la pandemia de coronavirus y logró controlar la propagación de la enfermedad. Ahora, el país está reabriéndose y las multitudes con mascarilla abarrotan el mercado de Chatuchak de Bangkok, uno de los más grandes del Sudeste Asiático.
El primer caso de coronavirus fuera de China apareció en Tailandia. Cuando llegó la noticia en enero, la inquietud se propagó entre la población. Daba la sensación de que pocos pensaban que el gobierno fuera capaz de gestionar la situación. Al fin y al cabo, el ministro de salud pública es un magnate de los negocios sin experiencia en sanidad, a no ser que cuentes su defensa de la legalización de la marihuana. Muchos pensábamos que tendríamos que cuidarnos solos, como de costumbre.
Esperando lo peor, empecé a fotografiar Bangkok durante los primeros días de la pandemia. Temía especialmente que hubiera un brote desbocado en las barriadas de la ciudad y que nuestros centros sanitarios se saturaran. Al final, no ocurrió nada de eso. En ocasiones mi trabajo ha sido frustrante, no porque haya habido muchos casos, sino porque ha habido muy pocos. Me alivia estar quedándome sin cosas que fotografiar.
Un agente de policía con mascarilla lleva una bolsa de comida mientras pasa frente a la puerta de Mani Nopparat, parte del complejo del Gran Palacio de Bangkok. Normalmente, la ciudad tiene algunos de los peores atascos del mundo, pero las carreteras se vaciaron cuando se instó a los residentes a quedarse en casa y se instauró un toque de queda a principios de abril.
El gobierno nos sorprendió con su eficacia. China informó del brote de Wuhan el 31 de diciembre de 2019. Solo tres días después, los aeropuertos tailandeses estaban cribado a los visitantes de la ciudad. (Tailandia es uno de los destinos más populares para los viajeros de Wuhan.) Un día después, el ministerio de salud pública estableció un centro de operaciones de emergencia. El 8 de enero se detectó el primer supuesto caso de COVID-19; se confirmó como el primero fuera de China el 13 de enero.
A partir de ahí, los líderes del gobierno tomaron la decisión sensata de pasar las riendas a los expertos. En Tailandia se respeta mucho la profesión médica y tenemos buenas facultades de medicina y una sanidad muy asequible. Desde el principio, los trabajadores sanitarios comprobaron la temperatura de las personas que llegaban a los aeropuertos y las pusieron en cuarentena cuando era necesario; casi todos los pasajeros que llegaron del extranjero estuvieron en cuarentena.
El país no podía permitirse un cribado masivo, así que el rastreo de contactos resultó ser más eficaz. Hay más de mil equipos epidemiológicos investigando y supervisando los casos. Parece que está funcionando, sobre todo porque el rastreo empezó pronto. Seguí una de las unidades móviles de test de COVID durante una semana. El equipo viajó a varios barrios de Bangkok para ofrecer pruebas gratuitas a personas que podrían estar en riesgo según el rastreo de contactos. De los cientos de personas a las que se les practicó la prueba aquella semana, ninguna estaba infectada.
Una trabajadora de mantenimiento camina por una rampa en el Aeropuerto Suvarnabhumi de Bangkok, uno de los aeropuertos más grandes del Sudeste Asiático. Con las restricciones de los vuelos internacionales y domésticos, este centro regional, antes frenético, se ha quedado vacío.
La gente dejó de viajar incluso antes de que se prohibieran los vuelos en abril, de ahí las hileras de asientos vacíos en este vuelo a Bangkok.
Un hombre camina por el vestíbulo vacío de Central Pinklao, un centro comercial de Bangkok que cerró durante el confinamiento por el coronavirus. Se permitió que permanecieran abiertos los supermercados y las secciones de alimentación de algunos comercios.
Al principio, no me convenció que los pocos casos confirmados reflejaran la realidad; más bien, parecían el resultado de los test insuficientes. Sin embargo, como no se ha producido un aumento pronunciado de las muertes inexplicables, los informes oficiales parecen ser correctos.
La cooperación de los ciudadanos de a pie ha sido esencial para la contención de la epidemia. Según un estudio, el 95 por ciento de los tailandeses lleva mascarillas en público durante la pandemia, el porcentaje más elevado en el Sudeste Asiático. En los últimos años, el uso de la mascarilla se ha convertido en una práctica habitual en Bangkok debido a la terrible contaminación atmosférica por el tráfico denso, las emisiones industriales y las quemas de los campos agrícolas para prepararlos para el cultivo. Tengo varias mascarillas en casa, entre ellas una con filtros N95 que utilizo los días en los que duele respirar ese aire. Las mascarillas quirúrgicas están disponibles en las tiendas, aunque durante un breve periodo a principios de la pandemia la gente las acaparó para exportarlas al extranjero o venderlas a precios exorbitantes a nivel local. El público es estricto respecto al uso de mascarillas. Si me olvido, en la calle la gente me mira fijamente y la vergüenza me empuja a volver a casa a ponerme una.
Incluso durante una pandemia, las prácticas religiosas continúan. Una mujer da comida a los monjes budistas, ya que no se les permite comprar comida. Los monjes elaboraron sus propias pantallas faciales siguiendo un diseño de un vídeo de internet.
Las bailarinas tradicionales tailandesas del santuario de Erawan, en el centro de Bangkok, hacen una danza ceremonial a petición de un fiel que reza a Phra Phrom, el nombre del dios hindú Brahma en Tailandia.
Un trabajador sanitario de una unidad móvil de test de COVID toma una muestra de una persona que podría haberse infectado de coronavirus. El equipo trabaja en una ambulancia modificada, que lleva test a personas que podrían haberse contagiado para que no tengan que viajar y exponer a otras personas.
Bangkok no sintió las repercusiones de la pandemia hasta marzo, cuando los índices de contagio empezaron a aumentar tras un conglomerado de infecciones en un estadio de boxeo y una discoteca. El 21 de marzo se ordenó el cierre de los servicios no esenciales, que incluyen colegios y lugares de ocio. Cinco días después, se promulgó un decreto de emergencia que prohibía todas las reuniones públicas. Los vuelos internacionales se paralizaron el 4 de abril, salvo los que traían a ciudadanos tailandeses a casa desde el extranjero.
La ciudad cambió casi de inmediato. Las puertas del famoso barrio rojo se cerraron y la mayoría de los trabajadores sexuales abandonaron Bangkok por la falta de empleo. Los turistas extranjeros desaparecieron. Durante la temporada alta, puede haber 50 000 personas en la calle Khaosan, un lugar muy popular entre los mochileros del Sudeste Asiático. Cuando la visité durante el confinamiento, estaba vacía salvo por algunos obreros.
Cuando se levantaron las restricciones, la gente empezó a comer fuera de nuevo. Un restaurante en la Chinatown de Bangkok colocó barreras de plástico en las mesas de la terraza para intentar separar a los comensales.
Las personas sin hogar hacen fila para recibir paquetes de alimentos donados por otros ciudadanos tailandeses. En Bangkok, la indigencia aumentó durante el confinamiento, ya que mucha gente perdió su trabajo.
Para prevenir la propagación del coronavirus, el gobierno tailandés cerró lugares como el Tilak Bar, un famoso bar de gogós para turistas extranjeros en Soi Cowboy, un barrio rojo.
Bangkok se quedó en silencio. Nunca habría imaginado esta ciudad de más de ocho millones de habitantes, este centro de negocios tailandés, sin los atascos ni el transporte público saturado con los que crecí. Me sorprendió el espacio disponible para respirar y lo rápido que podía viajar por la ciudad. Caminar solo por Bangkok me resultó extrañamente agradable y un poco sobrenatural.
Pero la pandemia también reveló la parte fea que siempre ha estado ahí. Tailandia figura en el cuarto puesto entre los países con mayor desigualdad en ingresos, según un estudio reciente del Instituto de Investigación Credit Suisse. Mucha gente no puede permitirse comprar comida en los supermercados, lo que significa que los mercados de productos frescos, donde el distanciamiento social es más difícil, tuvieron que seguir abiertos. En cambio, tengo amigos que piden habitualmente erizo de mar importado y sashimi para que se los entreguen en casa a la hora de comer. Es probable que les cueste varios cientos de dólares cada vez que lo hacen.
Aunque el país ha reabierto, todavía se recomienda encarecidamente e incluso se publicita el uso de mascarillas. Aquí vemos un anuncio que fomenta el uso de mascarilla en la fachada de unos grandes almacenes cerrados mientras la gente trata de mantener el distanciamiento social en una parada de autobús en Bangkok.
No todo el mundo puede permitirse quedarse en casa. Muchos creen que morir del virus es mejor que morir de hambre. La tasa de paro alcanzó el 9,6 por ciento el mayo en el área de Bangkok y 8,4 millones de trabajadores del país corren el riesgo de perder sus empleos, según una estimación del gobierno. Hay más personas sin hogar porque no pueden permitirse pagar el alquiler. Los ciudadanos donan alimentos a los indigentes, pero el gobierno debe hacer más para cuidar de ellos y abordar de forma eficaz la desigualdad que desde hace ya tiempo asola nuestra sociedad.
Ahora, Bangkok reabre poco a poco. El 15 de junio se levantó el toque de queda. Está permitido desplazarse por la noche y la mayoría de los comercios de Bangkok han reanudado su actividad. Quedan algunas medidas preventivas, como el uso de mascarillas y el distanciamiento social. Cuando entramos en una tienda o un restaurante, debemos escanear un código QR con el móvil para registrar que hemos estado ahí y facilitar el rastreo de contactos. A algunas personas les preocupa que el gobierno utilice estos registros para seguir a la gente, así que solo fingen escanear sus móviles. Aunque no me siento cómodo sacrificando mi privacidad, lo hago porque creo que es importante que el Ministerio de Salud Pública tenga esta información.
Hasta ahora hemos tenido suerte, con solo 3135 casos confirmados y 58 muertes. Pero el coronavirus aún no ha desaparecido de Tailandia. Aunque hayamos esquivado la enfermedad, es probable que el impacto socioeconómico nos afecte durante mucho tiempo.
Sirachai Arunrugstichai es un fotógrafo tailandés que cubre temas de conservación marina. Forma parte de la Emerging League of the International League of Conservation Photographers, es un talento del 6x6 Global Talent Program de la World Press Photo Foundation y cuenta con una beca narrativa de la National Geographic Society.
Reportaje apoyado por el COVID-19 Emergency Fund for Journalists de la National Geographic Society.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.