La Gran Niebla de Londres: una semana de ceguera y toxicidad
Durante cinco días de diciembre de 1952, una espesa niebla estranguló las calles de Londres, una catástrofe que mató a miles de personas y abrió la puerta a protecciones medioambientales históricas.
Un inspector de transportes londinense conduce un autobús calle abajo a la luz de una bengala mientras una densa niebla cubría Londres en diciembre de 1952. Conocida como la Gran Niebla de Londres, la niebla era tan desorientadora y omnipresente que tendría repercusiones sanitarias duraderas.
Donald Acheson conocía Londres como la palma de su mano. Pero en diciembre de 1952, mientras trabajaba en un hospital del bullicioso centro de la ciudad, un recado rutinario se convirtió en un roce desorientador y peligroso con el desastre.
Una ominosa niebla había invadido la ciudad, envolviéndola en una densa capa de aire negro y tiznado. Perdido en calles que conocía bien, el joven médico tuvo que "arrastrarse por el pavimento a lo largo de las paredes de los edificios, hasta la siguiente esquina, para leer el nombre de la calle". Hizo el camino de vuelta al hospital en medio de lo que más tarde recordó como "un silencio espeluznante".
El fenómeno también denominado smog (mezcla de humo, smoke, y niebla, fog, en inglés) había llegado al interior del hospital donde trabajaba Acheson, y al interior de los pulmones de sus pacientes de urgencias. Pronto, el hospital llegó a un punto crítico y su depósito de cadáveres rebosaba de pacientes que habían muerto por problemas respiratorios y cardíacos.
La terrible y asfixiante niebla recibió un apodo: La Gran Niebla (o The Great Smog). Entre el 5 y el 9 de diciembre de 1952, este desastre medioambiental estranguló Londres. Afectaría a la salud británica (y a su clima) durante años. He aquí cómo afectó la niebla a la fría ciudad y cómo sigue afectando al Reino Unido hoy en día.
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Consumida por el carbón
Londres llevaba mucho tiempo luchando contra la calidad del aire, desde el "Gran Hedor" que emanaba de las aguas residuales contaminadas del Támesis en la década de 1850 hasta los épicos "pea soupers" [sopas de guisantes] de la ciudad, largos periodos en los que las emisiones de las fábricas y las estufas de calefacción suspendían una niebla verdosa sobre las calles. En 1905, el médico Harold Antoine des Voeux acuñó el término smog, para describir el aire de la ciudad.
En aquella época, Gran Bretaña era un titán en la producción de carbón. La industria alcanzó su punto álgido en 1913, cuando la nación produjo una cuarta parte del carbón total del mundo, la asombrosa cifra de 292 millones de toneladas. Aunque el país se pasó al petróleo junto con el resto del mundo durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la industria británica del carbón sobrevivía en parte porque los británicos seguían utilizando carbón para calentar sus hogares.
Como explica la historiadora del arte Lynda Nead, la idea de una chimenea de carbón abierta en casa tenía "asociaciones casi folclóricas", especialmente durante y después del caos de la Segunda Guerra Mundial, que creó una gran escasez de viviendas en Gran Bretaña. En 1942, según Nead, una encuesta reveló que el 78% de los británicos utilizaba carbón.
Mientras el Reino Unido se reconstruía después de la guerra y en los prolegómenos de la Guerra Fría, el país debatía si "mantener encendidos los fuegos del hogar" y cómo hacerlo. Pero el uso del carbón en los hogares siguió sin estar regulado en gran medida.
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Cómo empezó la niebla
Mientras los londinenses encendían sus chimeneas para combatir el frío invierno de diciembre de 1952, surgió un patrón meteorológico que convertiría el humo del carbón en una niebla mortal.
La tarde del 5 de diciembre, con temperaturas que rondaban los cero grados, el calor y el humo de las hogueras de carbón se elevaron a la atmósfera como siempre. En un día típico de invierno, se elevaban y se enfriaban en la fría atmósfera antes de alejarse.
La gran niebla tóxica provocó el caos en Londres, pero este grupo de niños lo aprovechó al máximo: aquí se les ve deslizándose por la hierba helada de Hampstead Heath, un parque de Londres, el 7 de diciembre de 1952.
En cambio, ocurrió lo contrario gracias a un sistema meteorológico de altas presiones conocido como anticiclón. Un manto de aire cálido y húmedo se detuvo sobre Londres, empujando el aire hacia el suelo. Allí, las bajas temperaturas condensaron el vapor de agua en el aire y lo convirtieron en niebla. Este fenómeno meteorológico, conocido como inversión térmica, atrapó las emisiones de los incendios sobre la ciudad.
Según la Oficina Meteorológica Británica, la niebla tenía hasta 200 metros de espesor, y con cada día frío que pasaba, los contaminadores de la ciudad emitían hasta 1000 toneladas de humo y 2000 toneladas de dióxido de carbono al día. Mientras tanto, el dióxido de azufre, un gas incoloro que se crea cuando se quema el carbón, quedaba atrapado en la atmósfera. Allí, se mezcló con las partículas de agua de la niebla y se convirtió en ácido sulfúrico, envolviendo la ciudad en una neblina que, en esencia, estaba formada por lluvia ácida.
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Emergencia sanitaria
A medida que la niebla se ennegrecía, se desató el caos. Con una visibilidad cercana a cero, los conductores no podían circular con seguridad por las carreteras y la ciudad cerró su sistema de transporte público. La gente en las aceras de la ciudad no podía ver más allá de sus propios pies. En el interior, la situación no era mucho mejor: un corresponsal de The Guardian escribió que la "suciedad grasienta" cubría las superficies interiores y ocultaba las pantallas.
A medida que avanzaba el fin de semana, también lo hacían los efectos del smog sobre la salud. Las hospitalizaciones aumentaron un 48% esa semana, y los ingresos hospitalarios por problemas respiratorios aumentaron más del doble. La niebla tóxica estaba asfixiando la ciudad.
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Asumiendo que el suceso no era más que otra "sopa de guisantes" (expresión británica que alude al color amarillento de dicha sopa, aplicado a la niebla)", el Gobierno conservador de la nación tardó en responder a La Gran Niebla y las autoridades de salud pública restaron importancia a los efectos del aire contaminado. El Primer Ministro Winston Churchill nunca hizo comentarios públicos sobre el suceso o sus consecuencias.
Pero el smog de diciembre no se parecía a nada que Londres hubiera visto jamás. Cuando se hubo disipado, cuatro días más tarde, las muertes ya habían comenzado. Las floristerías se quedaron rápidamente sin flores y las funerarias agotaron sus existencias de ataúdes. Esa semana, el Gobierno contabilizó 3000 muertos, pero la realidad era mucho más terrible.
En 2012, los investigadores analizaron fuentes históricas para determinar el verdadero número de víctimas de La Gran Niebla y descubrieron que causó unas 12 000 muertes más de las que se habrían producido en otras circunstancias. Y los efectos duraron mucho más que el propio smog. Los niños expuestos al smog durante su primer año de vida tenían casi un 20% más de probabilidades de desarrollar asma durante la infancia y un 9,5% más de probabilidades de desarrollarla en la edad adulta; la exposición en el útero supuso un aumento de casi el 8% del asma infantil.
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Legado medioambiental
Los efectos de La Gran Niebla perduran en otra forma: la de las normativas medioambientales. Aunque la población británica se había mostrado complaciente con el humo del carbón durante décadas, la opinión pública empezó a cambiar. Tras dar largas al principio, el Gobierno británico declaró finalmente que el aire limpio era una prioridad legislativa.
La Gran Niebla llevó a los legisladores británicos a aprobar en 1956 la primera ley nacional sobre contaminación atmosférica. La Ley de Aire Limpio prohibió la emisión de "humos molestos" o "humos oscuros" y exigió que los nuevos hornos emitieran poco o ningún humo. En 1968, los legisladores reforzaron aún más las leyes. Estados Unidos aprobó su propia Ley de Aire Limpio en 1970, 14 años después de la Gran Niebla Contaminante.
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Para entonces, el humo se había disipado en la mayor parte de Inglaterra. El politólogo Howard A. Scarrow explica que las emisiones de humo en todo el país disminuyeron un 38% en la década comprendida entre 1956 y 1966, y que las concentraciones de humo producido por el carbón se redujeron un 76% sólo en Londres. Gracias a su histórica legislación sobre contaminación atmosférica, la ciudad no ha tenido otra "sopa de guisantes" desde los años 60.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.