Nuestro calzado se fabrica con plástico. ¿Por qué?
Los deportes, el sexo y la moda han modificado el diseño del calzado moderno y generado zapatos llenos de plástico. Pero podría haber soluciones en el horizonte.
Artículo creado en colaboración con la National Geographic Society.
El zapato que lo cambió todo, según el diseñador D’Wayne Edwards, fueron las Air Max 1 de Nike.
No se parecía a nada que hubiera visto el joven Edwards. El diseñador de Nike Tinker Hatfield, que había sido arquitecto antes de convertirse en diseñador de calzado, creó las Air Max 1 en 1987 basándose en un famoso edificio: el Centro Pompidou de París, cuya estructura y tuberías se sitúan en la parte exterior del edificio, no ocultas en el interior.
Hatfield empleó los mismos principios para que la zapatilla pusiera de manifiesto una nueva tecnología especial: una cámara de aire hinchable ubicada bajo el talón. En la misión sin fin para crear las zapatillas más ligeras y resistentes para deportistas que sobrepasan los límites del rendimiento humano, esta cámara de aire fue la forma de Nike de amortiguar un aterrizaje duro en una cancha de baloncesto y también una medida para ahorrar peso, porque ¿qué es más ligero que el aire?
«Como diseño, era muy novedoso y molón», afirma Edwards. Cuenta que simbolizaba algo significativo en la historia del diseño de calzado: «Esto solo fue posible gracias al plástico», afirma.
En 2018 se fabricaron 24 000 millones de pares de zapatos en todo el mundo; solo en Estados Unidos se vendieron 2000 millones de pares. Eso equivale a más de siete pares por persona por año en los armarios estadounidenses que, finalmente, acaban en la basura.
La mayoría de los zapatos se fabrican parcial o totalmente con plástico y materiales similares al plástico, de las suelas mullidas a los tacones puntiagudos, de las palas (la parte superior del calzado) de poliéster a los ojetes de los cordones. Debido a su construcción —normalmente se cosen o pegan muchos componentes y se moldean en conjunto de formas complejas—, reciclarlos es casi imposible. Tus pies son solo una breve escala en sus larguísimas vidas antes de acabar en vertederos y flotando en cursos de agua, donde pueden perdurar cientos de años.
Con todo, están apareciendo los primeros indicios de una revolución del calzado y la industria está empezando a buscar formas de construir una cobertura mejor y más sostenible para nuestros pies. Pero para comprender lo difícil que es, debemos saber cómo hemos acabado en un mundo donde la mayoría del calzado es un lío de plásticos blando y mullido.
Calzado de ocio, calzado deportivo
Hasta mediados del siglo XIX, el calzado se componía de materiales presentes en el mundo natural. Madera para los tacones. Cuero curtido para las palas y las correas. Las suelas estaban hechas de caucho o corcho, o a veces de trozos de madera tallados para soportar un pie. Pero los cambios en la cultura y la ciencia de materiales también llegaron al calzado.
A finales del siglo XIX, surgió el trabajo en fábricas como tipo de trabajo dominante en Europa y Estados Unidos. Una vez al año, normalmente en verano, las fábricas debían cerrar por mantenimiento, con lo que muchos obreros estaban libres y se dirigían en bandada al mar. Este fue el primer atisbo de las «vacaciones» modernas, un nuevo tipo de tiempo de ocio para el que se necesitaba un nuevo tipo de accesorios. En lugar de botas de trabajo, los veraneantes querían un calzado ligero capaz de resistir la humedad de la playa.
En aquella misma época también se desarrolló la cultura del deporte y el ocio. Los jugadores de croquet de Inglaterra querían suelas adhesivas que proporcionaran estabilidad cuando apuntaban con los mazos. Los jugadores de tenis necesitaban un calzado que no resbalara en césped corto.
¿La solución? El caucho. A mediados del siglo XIX se inventó un nuevo proceso químico que mantenía el caucho estable a temperaturas cálidas, la «vulcanización». El caucho estable enseguida llegó a los neumáticos, al sellado en motores a vapor y a las suelas del calzado de los deportistas y veraneantes de la época.
«El avance más importante en la tecnología del calzado del último siglo fue el caucho vulcanizado», afirma Nicholas Smith, autor de Kicks, un libro sobre la historia cultural de las zapatillas.
El caucho vulcanizado original no era lo que hoy en día consideramos plástico. Pero a mediados del siglo XX, los productos de caucho «natural» fueron remplazados casi en su totalidad por cauchos sintéticos, un pariente cercano de los materiales que conocemos como plásticos. En la actualidad, casi un 70 por ciento del caucho empleado en la fabricación es sintético, según la Sociedad Americana de Química.
Con el aumento del caucho y del tiempo de ocio —y con ello los deportes como el baloncesto y las carreras—, deportistas y diseñadores de calzado empezaron a reclamar más amortiguación, potencia y soporte, y menos elasticidad. En las primeras décadas del siglo XX, el mercado de calzado deportivo se disparó y los diseños se multiplicaron.
Calzado de fantasía y moda
«La moda es lo que suele impulsar la innovación. Es un producto del deseo y el diseño. Las capacidades de este nuevo material para aumentar el diseño impulsaron la moda y viceversa», afirma Elizabeth Semmelhack, conservadora del Museo de Calzado Bata en Toronto.
Como los bajos de faldas y vestidos subieron a principios del siglo XX, los zapatos —que normalmente habían estado escondidos bajo faldas largas— pasaron a formar parte del lenguaje visual de la moda femenina. En los años 20, los plásticos fueron la respuesta al gusto de la era del jazz por el adorno y el brillo, de correas cubiertas de cristales falsos (a menudo hechos de plástico) hasta acabados de celuloide brillantes en calzado de noche.
Simultáneamente, las mujeres empezaron a formar parte de la mano de obra, un movimiento que creció en tiempos de guerra y más adelante.
«Fueron momentos culturales muy interesantes, cuando las mujeres empezaron a ganar dinero propio y a comprar más ropa y a estar más al tanto de las tendencias», afirma Marie Brennan, historiadora del diseño en la Universidad de Norwich y zapatera. Aumentó la variedad y la cantidad de zapatos que se compraban por moda en lugar de por propósitos puramente prácticos.
Los plásticos facilitaban y abarataban abastecer ese nuevo mercado.
Según Semmelhack, para la Segunda Guerra Mundial los tacones altos habían adquirido un sólido poder simbólico. Los soldados estadounidenses que servían en el extranjero se aferraban a los tacones como símbolo de la feminidad idealizada colgando pósteres de chicas pin-up con tacones altísimos y pintando mujeres con tacones de aguja en sus aviones de combate. En casa, la mayoría de los zapatos de tacón eran plataformas o cuñas hechas con bases naturales. Pero estos estilos no eran populares entre los soldados.
«Cuando terminó la guerra, las plataformas y las cuñas se descartaron y terminó la era de la moda de guerra para las mujeres», afirma Semmelhack. «La moda buscó ajustar a las mujeres a los ideales eróticos en los que se representaba a las mujeres durante la guerra. Así que el tacón de aguja regresó con fuerza en el periodo de posguerra».
El problema práctico de los tacones altos era técnico. El tacón debía soportar casi todo el peso de la persona portadora. El acero funcionaba, pero era caro y pesado. La madera no era lo bastante fuerte. Pero los nuevos termoplásticos extraduros sí lo eran y podían cubrirse de cuero —y posteriormente de vinilo— para ocultar el feo interior.
Los diseñadores impulsaron un auge de la calidad y los tipos de materiales sintéticos disponibles. Ferragamo diseñó cuñas basadas en la baquelita y sandalias con correas de náilon anchas para las palas; Roger Vivier vendía botines de plástico transparente a clientas modernas. Los discotequeros de los años 70 compraron plataformas; incluso había un diseño que incorporaba pequeñas peceras en los tacones.
Semmelhenk explica que el calzado, liberado de las limitaciones de diseño, empezó a reflejar la cultura que lo rodeaba, como la obsesión de los 60 con los materiales transparentes y los plásticos que impulsaban por aquel entonces la carrera espacial.
El auge de la cultura de los monopatines en el oeste de Estados Unidos en los 60 y los 80 —en parte debido a una racha de sequías que obligó a los propietarios a drenar las piscinas— fue impulsado por nuevas formas de construir un calzado que resistiera los golpes de los patinadores.
Deportistas: «¡Más rendimiento!»
Simultáneamente, se produjo un auge de la cultura del deporte en todo el mundo. Los corredores batían récords mundiales en campeonatos y Olimpiadas, y empresas como Adidas y Nike lucharon por que los mejores atletas llevaran sus diseños punteros. Lo mismo ocurrió en las canchas de baloncesto.
Los deportistas querían un calzado que no diera de sí y que les proporcionara algo de impulso. Las suelas de caucho no valían y las palas de cuero se doblaban demasiado.
«El cuero es carne», afirma Edwards. «Siempre va a moverse con un cuerpo».
En 1972, Nike sacó la zapatilla «Cortez», un nuevo diseño para corredores que, según prometían, revolucionaría la experiencia. Añadieron una capa de espuma bajo la suela exterior y el cambrillón (la suela de relleno entre la suela exterior y la plantilla) hecha de «Phylon», un material compuesto de pequeños pellets de espuma de etilvinilacetato que se calentaban y se enfriaban para formar un trozo de espuma blando. Así nació la suela de espuma mullida y ligera.
En la misma época, los diseñadores se entusiasmaron con el uso de sustitutos del cuero para las palas. Normalmente, estos materiales se componían de polivinilo, un tipo de plástico. A los jugadores les gustaba que fueran flexibles como el cuero, pero que cedieran menos. A los diseñadores les gustaba poder producir una gama más amplia de colores, texturas y acabados que con los cueros naturales.
Desde entonces, las tecnologías de espuma ligera y palas de vinilo se convirtieron en la norma. Las empresas contrataron escuadrones de diseñadores y científicos de materiales para alterar la química o la forma de sus materiales y sacar un poco de color de la pala o proporcionar mayor energía a un corredor desde las suelas.
«Era algo obvio. Mejoró la fuerza, había más opciones visuales y la producción era más sencilla», afirma Edwards.
Las espumas de hoy en día devuelven casi un 70 por ciento más de energía a sus portadores que las espumas prototipo de los años 70; muchos corredores creen que se traduce en un aumento perceptible de la velocidad, aunque la ciencia aún lo debate. Con todo, las nuevas tecnologías han cambiado la forma en que se mueven los pies y en que se desarrollan los movimientos al correr. Algunos científicos y deportistas creen que tecnologías como las espumas que devuelven la energía fueron fundamentales para el récord de maratón de menos de dos horas de Eliud Kipchoge.
Calzado para el futuro
Según Nicoline van Enter, experta en diseño de calzado dedicada a la sostenibilidad, los plásticos y las sustancias similares al plástico han cambiado por completo el panorama del calzado. Han dado pie a un calzado mejor, más ligero, más rápido, más cómodo y más accesible en todo el mundo. Así que la gran pregunta es: ¿puede fabricarse de forma que se emplee menos plástico perjudicial para el planeta?
Algunas empresas de calzado ya están mirando al pasado para retirar el plástico. Sevilla Smith, por ejemplo, fabrica cada par solo con materiales naturales —correas de cuero, madera y clavos de metal— y diseña cada zapato empleando la cantidad mínima de materiales para que puedan repararse tantas veces como sea posible.
La tendencia actual en el diseño de calzado deportivo, según van Enter, es minimalista: un ejemplo de ello son las Fluknits de Nike, con palas de tejido elástico. El diseño reducido, según Edwards, se inspira en parte en la estética, pero también en la faceta económica, ya que es más barato fabricar un zapato con menos piezas que pegar o coser.
Van Enter afirma que este diseño también ofrece una oportunidad interesante. Es difícil —si no imposible— reciclar cualquier zapato que use materiales mixtos. Así que un zapato que solo emplee un material ofrece al menos la esperanza de que pueda reciclarse.
Adidas está trabajando para crear un calzado que encaje en estos principios. Sus zapatillas «Futurecraft Loop», que están desarrollando ahora mismo, se componen de un único material (poliuretano termoplástico) que puede reciclarse parcialmente. Al mismo tiempo, ellos y otras marcas están fabricando calzado con plástico marino reciclado.
Pero los límites del reciclaje del plástico son difíciles. Se gasta energía a la hora de recoger los materiales y reconvertirlos para su segunda vida. En muchos casos, su segunda vida es la última, por lo que el reciclaje amplía el proceso, pero no resuelve el problema subyacente.
¿La solución? «Tendremos que comprar y consumir mucho menos», afirma Brennan.
O quizá el futuro nos depare calzados que ni imaginamos. Edwards, entre risas, explica su sueño sobre el calzado del futuro: un material líquido en el que metes los pies al salir de casa cada día y que crea un molde perfecto para el pie. Después, vuelves a casa, metes el pie en otro material que descompone el «zapato», lo reciclas y lo preparas para el día siguiente. Por ahora es solo un sueño, pero necesitaremos soluciones creativas si queremos dejar el hábito del plástico.
Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos. Ayúdanos a evitar que mil millones de objetos de plástico de un solo uso lleguen al mar para finales de 2020. Elige al planeta. Comprométete en www.planetaoplastico.es
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.