Los envases rellenables cobran fuerza en la lucha contra la contaminación por plástico

Empresas como Coca Cola solían recuperar el 98 por ciento de sus botellas de vidrio. Los nuevos emprendedores aprenden de sus tácticas.

Por Laura Parker
Publicado 26 feb 2020, 12:49 CET
Cinta transportadora
Una cinta transportadora lleva plásticos mixtos a un clasificador en un centro de reciclaje en San Francisco, California.
Fotografía de Randy Olson, Nat Geo Image Collection

Entre la avalancha de soluciones innovadoras que han aparecido en los últimos años para salvar al mundo de la contaminación por plástico, puede que la de Tom Szaky sea una de las más audaces.

No lo malinterpretes. No ha intentado averiguar otra fórmula para hacer que el plástico se biodegrade por arte de magia como las hojas en la tierra, una meta que muchos emprendedores siguen sin poder alcanzar. Tampoco ha diseñado métodos nuevos para convertir envases de plástico desechables en envases nuevos.

Szaky ha optado por una solución «a la antigua» echando mano de un concepto que data de principios del siglo pasado: recipientes rellenables que se pueden devolver. Coca Cola introdujo esta idea a principios de la década de 1920, cuando el refresco se vendía en caras botellas de vidrio que los embotelladores de la empresa necesitaban recuperar. Cobraban un depósito de dos centavos, casi el 40 por ciento del precio total de la bebida, y recuperaban casi un 98 por ciento de las botellas, que se reutilizaban entre 40 y 50 veces. Los programas de depósitos de botellas siguen siendo unos de los métodos más eficaces que se han inventado para recuperar envases.

El recipiente de acero rellenable de Häagen Dazs procede de Loop, una empresa que envasa artículos cotidianos en recipientes reutilizables.
Fotografía de Terracycle, Loop

Hace diez meses, Szaky puso en marcha Loop, un servicio de entrega que usa recipientes reutilizables y resistentes. La parte atrevida de su empresa (o el riesgo, si eres uno de sus inversores) es que Loop va más allá de la uniformidad de las botellas de bebidas que pueden devolverse y ofrece más de 300 artículos, de comida a detergente, en recipientes de varios tamaños elaborados con diversos metales. Su producto estrella es el helado Häagen-Dazs, envasado en una elegante tarrina de acero aislada que impide que su contenido se derrita.

Szaky, de 38 años, lleva unos vaqueros ligeramente desgastados y una sudadera, la imagen prototípica del emprendedor milenial. Hace 17 años dejó sus estudios en Princeton para convertirse en un innovador en el negocio de la basura. Fundó TerraCycle, una pequeña empresa de gestión de residuos, a 16 kilómetros del campus de Princeton.

Averiguó una forma de reciclar pañales, colillas y una larga lista de artículos no reciclables. Con el paso del tiempo, empezó a interesarse por restaurar la circularidad de antaño y eliminar el carácter desechable de los envases.

«La teoría de Loop es aprender del pasado y regresar a un modelo en el que, cuando compras desodorante, tomas prestado el envase y solo pagas por el contenido», afirma.

Loop forma parte de la reaparición de los rellenables como opción sería a los desechos plásticos. La industria de las bebidas está expandiendo el uso de botellas recuperables. Por ejemplo, una cervecería de Oregón sostiene que ha puesto en marcha el primer sistema estatal de cervezas rellenables de Estados Unidos. Las iniciativas como la de Loop para reinventar los envases de los productos que no encajan fácilmente en la categoría de rellenables han atraído a empresas emergentes y a algunos de los mayores actores corporativos del mundo.

Starbucks y McDonalds se han asociado en un programa piloto denominado NextGen Cup Challenge para vender café en vasos reutilizables en California. Si funciona, las empresas podrían librar al mundo de los restos de miles de millones de vasos de papel revestidos de plástico para evitar las fugas.

En Chile, una pequeña empresa emergente llamada Algramo intenta remplazar miles de millones de paquetes individuales (sobrecitos) que se venden en África y Asia. El concepto consistía en hacer que el café, la pasta de dientes y otros productos fueran asequibles para las personas pobres que no pueden permitirse comprarlos en grandes cantidades. La mayoría de los sobrecitos no son reciclables y han agravado la saturación de residuos plásticos en esos países. Algramo está creando un sistema de máquinas expendedoras que dispensen comida y productos de limpieza en recipientes reutilizables. El pasado diciembre, ganó el premio de 100 000 dólares del Ocean Plastic Innovation Challenge de National Geographic y Sky Ventures por usar los principios de la economía circular.

Mientras Szaky nos guía por el almacén de Loop, desde el que se envían nuevos recipientes llenos y al que se devuelven los recipientes usados vacíos, señala la ironía de que este método antiguo solo haya resurgido porque los residuos se han convertido en una crisis internacional.

«Hace cinco años, no podríamos haber hecho esto», afirma. Nadie se habría subido a bordo. Ni los consumidores, que pagan un depósito reembolsable, ni las empresas a las que ha convencido para que se unan a su experimento.

Los consumidores y los minoristas se habrían reído ante la idea, tachándola de poco realista e incómoda o de carecer de los ingredientes necesarios para salir adelante. Solo los gastos de transporte, que implican hasta seis traslados, habrían frenado a los inversores.

Entonces, casi de la noche a la mañana, la situación cambió. Szaky planteó su idea al Foro Económico Mundial en Davos (Suiza) y convenció a Nestlé, Unilever, Proctor & Gamble, Coca Cola y PepsiCo, entre otras empresas, para unirse a él.

Los residuos plásticos en el punto de mira

Es fácil olvidar lo rápido que ha cambiado el panorama de los plásticos. Hace solo una década, los científicos, fabricantes y vendedores de plástico aún debatían si el plástico desechable era un problema grave.

En 2011, cuando Ocean Conservancy se reunió con científicos, activistas y ejecutivos de la industria de los plásticos e intentó fundar lo que en 2012 se convertiría en la Trash Free Alliance para que todas las partes colaboraran, no existía un consenso respecto al tema.

«Se preguntaban si este era un problema real o antiestético. Cada uno se retiraba a su esquina. Las ONG decían que el mundo iba a acabarse y el sector industrial, que no lo consideraban un problema», recuerda George Leonard, científico jefe de la organización.

El debate llegó a su fin en 2015, con la publicación de las primeras cifras sólidas que demostraban que cada año llegaba al mar una media de 8,5 millones de toneladas de residuos plásticos. Los años subsiguientes dieron lugar a un aluvión de campañas antiplástico, prohibiciones de bolsas de la compra y otros productos, compromisos de usar más plástico reciclado en los nuevos envases por parte de los minoristas, inversiones en centros de reciclaje por parte de la industria y limpiezas de la basura existente.

Una serie de estudios científicos recopilada por Richard Thompson, el científico marino británico que acuñó el término «microplásticos», revela lo rápido que se consideró el plástico una crisis medioambiental. En 2011, el año de la reunión de Leonard, se publicaron 103 estudios científicos que contenían la palabra «plástico» y «contaminación». En 2019, el recuento de trabajos con esas dos palabras había ascendido a 879.

«Por suerte, lo peor ha pasado», afirma Chelsea Rochman, científica marina de la Universidad de Toronto que dirige un grupo científico de trabajo que intenta averiguar cuál de las diversas soluciones es más eficaz. La consultora Systemiq, con oficinas en Londres, Múnich e Indonesia, también ha llegado a una conclusión similar. Los resultados de ambos proyectos podrían modificar al debate de cómo proceder.

Entretanto, ayuda reflexionar sobre la situación actual: de los 9200 millones de toneladas de plástico que se han fabricado, 6900 millones se han convertido en residuos. La mayor parte de esa cantidad (6300 millones de toneladas o, dicho de otro modo, el 91 por ciento) nunca se ha reciclado. La cifra parecía tan desconcertante que la Real Sociedad de Estadística británica la nombró la estadística internacional del año en 2018. Es el mismo año en que China dejó de comprar la basura del resto del mundo; desde entonces, su reciclaje se ha vuelto más problemático.

Además del reciclaje, se incinera el 12 por ciento de los residuos plásticos, la mayoría en Europa y Asia. En torno al 79 por ciento acaba en vertederos o se filtra en el ambiente natural. La mitad de todos los plásticos fabricados se ha producido desde 2013, una medida que representa cuánto se ha acelerado la producción de plástico en las últimas décadas. Se prevé que la producción se duplicará en los próximos 20 años, según un informe de 2016 del Foro Económico Mundial.

Además, cada vez es más barato fabricar plástico. Su bajo coste es uno de los principales impedimentos para el desarrollo de un sistema internacional y económicamente viable para reciclar o eliminar de otro modo los residuos plásticos.

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    «El plástico reciclado y regenerado tiene poco valor. Es más barato fabricar plástico virgen. ¿Por qué querrías hacer otra cosa que no fuera fabricar más plástico nuevo? Hacer otra cosa no sería buena decisión empresarial», afirma Leonard.

    Regreso al futuro

    Además de la faceta económica, la mayoría de las soluciones que podrían reducir los residuos plásticos están limitadas por un montón de obstáculos: retos técnicos aún por resolver, desinformación o una ausencia de estándares uniformes que provoca confusión entre los consumidores. Los biodegradables no suelen biodegradarse, sobre todo en el mar, donde es mucho más probable que se fracturen en microplásticos. La mayoría de los compostables necesitan temperaturas muy elevadas para descomponerse, por lo que hay que procesarlos en compostadores industriales especiales. El material compostable no se biodegrada en un vertedero, por ejemplo. Los consumidores suelen emplear ambos términos como sinónimos, pero no significan lo mismo. El material etiquetado como biodegradable puede contaminar el material compostable si se añade a la mezcla.

    El reciclaje mecánico, que consiste en moler los residuos plásticos en trocitos que se derriten y se convierten en plásticos nuevos, también se contamina con facilidad con tipos de plástico incompatibles, suciedad y residuos alimentarios. Además, los plásticos reprocesados con este método solo pueden rehacerse una cantidad limitada de veces, ya que acaban perdiendo fuerza y otras características.

    Anillas compostables elaboradas con los restos de una cervecería.
    Fotografía de Mark Thiessen, Nat Geo Image Collection
    Cubertería cien por cien reutilizable.
    Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen

    El reciclaje químico, que devuelve los plásticos a sus componentes de partida, mitiga gran parte de ambos problemas. Los analistas de la industria lo consideran la opción más prometedora y cada vez más empresas se dedican al desarrollo del reciclaje químico. Sin embargo, es una gran apuesta: es caro y aún hay dudas sobre si puede llevarse a cabo a la escala suficiente para generar un cambio real.

    En cualquier caso, ambas formas de reciclaje, así como el compostaje, dependen de uno de los componentes más disfuncionales de la gestión de residuos plásticos: alguien debe recolectarlos y clasificarlos.

    Loop empezó a funcionar el pasado mayo en Nueva York y París. Quiere expandirse al Reino Unido, Toronto y Tokio a finales de este año, y a Alemania y Australia en 2021. Szaky afirma que cada semana se añaden uno o dos productos a su línea y de media se une un nuevo vendedor cada mes. Como cuesta mucho cambiar el comportamiento del consumidor, Szaky cree que las empresas de envases rellenables deben reproducir tanto como puedan la experiencia de compra normal. Se ha asociado con Walgreens y Kroeger para crear pasillos con productos en envases rellenables, similares a los pasillos con comida a granel, lo que hace que sea más cómodo usar rellenables.

    Mientras se resuelven los aspectos técnicos de la gestión de residuos plásticos, los consumidores se convertirán en el reto más complejo. El villano no es el plástico como material, sino la forma en que se usa, y la idea del plástico de un solo uso es un concepto que ya tiene 70 años.

    Plantea una pregunta retórica: «¿Qué les importa a los clientes? Comodidad, asequibilidad y rendimiento. Ninguna de esas tres cosas tiene nada que ver con la sostenibilidad».

    Sostiene que los consumidores son los actores más importantes a la hora de solucionar el problema de los plásticos, ya que tienen la capacidad de provocar cambios corporativos con sus carteras.

    «Votamos ciegamente con nuestro dinero día tras día, diciéndoles a las empresas qué queremos. Tenemos que tomárnoslo en serio. Deberíamos comprar menos y asegurarnos de que las cosas que compramos son circulares», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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