Un nuevo informe indica que proteger la tierra y los animales mitigará las futuras pandemias
Un grupo internacional de científicos advierte que las mismas fuerzas que impulsan la extinción, la pérdida de hábitat y el cambio climático provocarán pandemias en el futuro.
El humo de un incendio forestal pende sobre un rancho de ganado vacuno en el estado brasileño de Mato Grosso en 2019. Un grupo internacional de científicos advierte que perder bosques como los de la Amazonia provocará nuevos brotes virales como la COVID-19.
Si no se producen grandes cambios políticos ni se invierten miles de millones en la protección de la tierra y las especies silvestres, el mundo podría vivir otra pandemia como la COVID-19, según advierte un equipo internacional de científicos.
Conservar la biodiversidad puede preservar las vidas humanas: esa es la conclusión de su nuevo informe, que examina las últimas investigaciones sobre cómo el declive de los hábitats y las especies silvestres deja a los humanos expuestos a nuevas enfermedades emergentes.
«En ciencia no hay ninguna disputa sobre esto. La deforestación es uno de los principales impulsores de las pandemias», afirma Lee Hannah, científico climático de Conservation International que se especializa en las consecuencias de la pérdida forestal. Hannah fue uno de los revisores externos del informe, elaborado en un taller virtual a finales de julio por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés), un grupo de científicos del mundo académico, gobiernos y organizaciones sin ánimo de lucro.
«Sin estrategias preventivas, surgirán pandemias con más frecuencia, se propagarán más rápidamente, matarán a más gente y afectarán a la economía global con repercusiones más devastadoras que nunca», señala el informe.
Destrucción de hábitats y enfermedades: ¿cuál es el vínculo?
Las recomendaciones del informe toman lo que describe como un enfoque preventivo para frenar la propagación de enfermedades que suelen proceder de los animales.
Las denominadas enfermedades zoonóticas —como la COVID-19, el VIH y los virus de la gripe, el ébola, el Zika y el Nipah— surgen de microbios que viven en especies silvestres que pueden infectar a los humanos. Los murciélagos, las aves, los primates y los roedores son fuentes de transmisión habituales.
El nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se ha rastreado hasta un mercado de Wuhan, China, donde se vendían animales salvajes y que podría haber sido la fuente del brote original de COVID-19 en humanos.
Los científicos estiman que existen 1,7 millones de virus no descubiertos en mamíferos y aves, la mitad de los cuales podrían ser capaces de infectar a las personas. Según los autores del informe, no es ninguna coincidencia que las pandemias estén aumentando a medida que las actividades humanas sobrecargan el medio ambiente y colocan a las personas cada vez más cerca de la fauna silvestre.
En noviembre de 2019, los científicos ya habían dado la voz de alarma porque el aumento de la deforestación estaba creando condiciones más favorables para los brotes de enfermedades. Aunque la pérdida de hábitat supone una amenaza en general, Hannah insta a prestar especial atención a los bosques que albergan una alta densidad de biodiversidad y, por consiguiente, presentan más oportunidades para portadores de enfermedades. Pone como ejemplo la deforestación en la Amazonia brasileña, donde los bosques suelen talarse para dejar espacio a los pastos para el ganado bovino. Las vacas también pueden actuar como intermediarias entre la fauna infectada y las personas que trabajan con el ganado.
El informe también apunta que destruir el hábitat de la fauna silvestre también empujará a los animales hacia nuevos territorios y obligará a cada vez más animales, como murciélagos y aves, a vivir en entornos urbanos.
El alto coste de las soluciones
«Creo que el aspecto más importante es entender la escala a la que tenemos que tomar medidas», afirma Hannah. «No se trata de dar un pequeño paso adelante; se trata de tomar medidas a un nivel al que nunca se han tomado».
El informe propone poner en marcha un consejo internacional para supervisar la prevención de las pandemias, dar incentivos financieros a la conservación de la biodiversidad e invertir en la investigación y la educación. Esperan que estos cambios institucionales limiten el alcance de industrias como la producción de aceite de palma, la tala y la ganadería.
También ayudarían a identificar los focos emergentes y a proporcionar una sanidad más fuerte para las personas que corren más riesgo de exponerse.
Los autores del estudio estiman que desplegar una estrategia que reduzca el riesgo de futuras pandemias costaría entre 40 000 y 58 000 millones de dólares al año. Pero añaden que compensaría las pérdidas económicas de las pandemias, que equivalen a billones de dólares. Un estudio publicado este mes señalaba que, hasta ahora, la COVID-19 ha costado 16 billones de dólares solo en Estados Unidos.
Treinta países se han comprometido a prestar apoyo a la Campaign for Nature, una meta global para proteger el 30 por ciento de la superficie terrestre y marina del planeta para 2030. Con todo, según Brian O’Donnell, director de la campaña, hay que tomar varias medidas para convertir estos compromisos en una realidad. (La National Geographic Society apoya la Campaign for Nature.)
En mayo del año que viene, los países se reunirán para el Convenio sobre la Diversidad Biológica de Naciones Unidas, donde tendrán la oportunidad de desarrollar estrategias para contribuir a esta meta de conservación global.
«Necesitamos que todos los países se pongan de acuerdo», dice Enric Sala, explorador residente de National Geographic, respecto al apoyo a las metas de conservación ambiciosas. «Sobre todo aquellos que albergan los mayores terrenos silvestres que quedan en la Tierra, que no solo son las mayores reservas de biodiversidad, sino también las mejores soluciones naturales para mitigar el cambio climático».
A O’Donnell le preocupa el retraso provocado por la COVID-19 en el avance de estos planes y dice que incluso un retraso de un año entraña riesgos.
«Debemos establecer nuevos compromisos financieros tangibles para la conservación de la naturaleza aunque los gobiernos estén gastando sumas elevadas en incentivos», añadió por email.
Además de la COVID-19, O’Donnell dice que otros obstáculos son la falta de financiación y de apoyo por parte de países donde ocurre mucha deforestación, como Brasil.
Dice que espera que la pandemia global sirva de «llamada de atención».
«Unos cuantos han escuchado esta llamada», afirma. Pero «demasiados están sonámbulos», añade.
Si no es por el aprecio por el mundo natural y las especies silvestres en peligro de extinción, Hannah espera que este nuevo informe ayude a las partes interesadas a ver que la salud humana es otro motivo apremiante para conservar la naturaleza.
«Hay un motivo egoísta para hacerlo, que es protegernos a nosotros mismos», afirma Hannah.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.