Claves para lograr una alimentación sostenible en España

Con las emisiones de la industria alimentaria en aumento y en un escenario que nos dibuja en una zona especialmente vulnerable al cambio climático, el papel del sector de la alimentación se vuelve clave para lograr la neutralidad climática.

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 22 nov 2021, 9:31 CET
Alimentación sostenible

La FAO estima que la ganadería produce, a escala mundial, más de un 18 por ciento de los gases de efecto invernadero relacionados con la actividad humana.

Fotografía de Tomas Anunziata, Pexels

A priori, puede que cambio climático y alimentación no sean dos términos relacionados en el imaginario social. A pesar de la gran cantidad de información que tenemos a nuestro alcance, a menudo la desconexión entre el origen de nuestra alimentación, su producción y el lugar de compra final por parte del consumidor hace que resulte complejo relacionarlo.

Sin embargo, el último informe especial del Panel Intergubernamental del Cambio Climático define la alimentación como una de las grandes oportunidades para mitigar y adaptarnos a una nueva etapa mundial en la lucha contra el cambio climático.

Dentro del impacto que genera la industria de la alimentación, de una magnitud a menudo imperceptible, hay muchos actores y grandes industrias relacionadas, como la energía o el transporte. Sin embargo, también individualmente tenemos la capacidad de restar un gran impacto con nuestras elecciones y acciones diarias, ya que, además, una alimentación sostenible va en la línea de una alimentación saludable, según el último informe de la FAO.

“Todos los días vemos en las noticias grandes incendios que son consecuencia de la gran sequedad de los bosques, una enorme sequedad en el suelo que impide el cultivo de plantas y la agricultura en general y grandes fenómenos meteorológicos que provocan una devastación enorme”, afirma Fidel Toldrá Villadrel, del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA-CSIC) en la conferencia de Impryme.

“También vemos con preocupación cómo los glaciares y los casquetes polares se van fundiendo y aumentando el nivel del mar, también reflejo del calentamiento global que está padeciendo planeta, y también podemos ver cómo día a día va desapareciendo la biodiversidad y se va degradando en general el planeta. Especialmente a los países mediterráneos, el cambio climático nos va a afectar de pleno en muchas cosas”, alerta Toldrá.

Crisis climática, crisis alimentaria

“En un futuro próximo nos enfrentaremos, sin duda, a crisis alimentarias derivadas del cambio climático, porque, al margen de la repercusión que esto tendrá en la disminución de la producción total de los alimentos, habrá una crisis de reparto y distribución de alimentos”, afirma el tecnólogo alimentario y nutricionista Aitor Sánchez en su libro Tu dieta puede salvar el planeta.

Así lo afirma el Informe mundial sobre crisis alimentarias publicado en 2020, que alerta de que, en 2019, ya existían 131 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda. Según el último informe de la la agencia de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las estimaciones son de 750 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria.

Para el año 2050, se espera que lleguemos a ser más de 9000 millones de personas en el planeta. La manera en la que cada uno de nosotros se alimente es básica para poder mantener los recursos. ”La industria alimentaria es un proceso complejo que abarca muchos sectores productivos”, explica Toldrá. Además, “la proporción entre ciudad y el entorno rústico ha variado: cada vez nos concentramos más en grandes urbes, donde los sistemas de distribución y alimentación implican unos grandes cambios en la industria alimentaria para poder abastecer y alimentar a tanta población en pequeños espacios de terreno”.

Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que marcó Naciones Unidas, la industria alimentaria tiene una gran participación en muchos de ellos, ya que afecta transversalmente a muchos de los ámbitos de acción: desde el uso de grandes cantidades de energía, que en su mayoría es aún procede de combustibles fósiles, pasando por la materia prima, el transporte, los envasados, los residuos y el desperdicio alimentario.

La alimentación, causa y consecuencia del cambio climático

Además la industria alimentaria tiene un doble papel que le posiciona, a la vez, como agente y víctima en un círculo cuya inercia es difícil de frenar. Uno de los mayores actores del cambio climático es también una de las dianas de las consecuencias del calentamiento global, que provoca cambios en las temperaturas y las lluvias, que desajustan la agricultura, así como fuertes sequías, inundaciones y desastres naturales que devastan los cultivos en muchos lugares.  

Debido a las previsiones científicas sobre los impactos que aún están por venir y que seguirán acelerándose aunque logremos frenar el aumento de las temperaturas por debajo de 1,5 grados, algo que ya descartan las previsiones científicas, la FAO y el IPCC prevén un aumento de los precios de los alimentos y, por tanto, un aumento en la inseguridad alimentaria en todo el planeta, causados por la pérdida de cultivos enteros a gran escala o la incapacidad de seguir trabajando los suelos por la contaminación. En España, la mala gestión agrícola ha desencadenado, entre otros factores, uno de los mayores desastres medioambientales de nuestro país: el colapso del Mar Menor.

El impacto de la producción de alimentos

Las fases de la producción de alimentos son mucho más extensas que un ‘de la granja a la mesa’. La creación de las materias primas, la fabricación, el transporte, el envasado, la distribución a las cadenas de supermercados y el consumo que elija hacer cada uno de nosotros. “Las dos primeras etapas del proceso el uso de la tierra y las emisiones en la producción son responsables de media del 80 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero”, afirma Sánchez.

Según datos del CSIC, también influyen factores anteriores muy difíciles de medir, como la deforestación para el uso de la tierra para el cultivo o el uso de productos agrícolas. Posteriormente, la gestión de los residuos y los envases en los que se envuelven los alimentos también tienen un gran impacto además del desperdicio alimentario “Todos y cada uno de estos actores tienen una participación muy importante en el desarrollo sostenible de la alimentación”, afirma Toldrá.

No todos los alimentos que consumimos en nuestra dieta contribuyen igual a la huella de carbono. La cantidad de emisiones y el impacto medioambiental de la producción de alimentos de nuestra dieta es muy variable dependiendo del alimento y de las condiciones en las que se haya producido. “Sobre todo los animales rumiantes, como el cordero o la ternera, contribuyen más huella de carbono”, afirma Toldrá.

Sánchez lo explica con cifras: “La carne de ternera, y en general la del ganado bovino, es, con mucha diferencia, el alimento con más emisiones asociadas. Obtener un kilogramo de proteína animal es 10 veces más costoso y contaminante que obtener un kilogramo de proteína vegetal”.

Además, este experto explica la ineficiencia que supone consumir un kilogramo de carne que, para obtenerlo, hemos tenido que emplear muchos kilogramos de comida para alimentar al animal. En un mundo con recursos muy escasos y cifras tan grandes de hambre, “la carne es un lujo medioambiental”, afirma. La FAO, en su informe La larga sombra del ganado, afirma que el 70 por ciento de toda la superficie agrícola del mundo se destina a comida para el ganado.

Por otro lado, la agricultura es la responsable de la utilización del 70 por ciento del agua dulce en nuestro país. “España tiene unos recursos hídricos limitados, estamos en un índice de estrés hídrico entre medio y alto”, afirma Toldrá.

Pequeños gestos cotidianos, una diferencia abismal

Por tanto, “la dieta es uno de los factores en los que más podemos incidir para mitigar nuestro impacto en el medio ambiente seleccionando aquellos alimentos que hayan llegado hasta nuestros mercados generando el menor impacto posible durante su producción”, explica Sánchez. Por ejemplo, un acto tan cotidiano como beber agua del grifo “tiene un impacto entre 300 y 1000 veces inferior que tomar agua embotellada, es decir, bebiendo una sola vez agua embotellada generas el mismo impacto ambiental que habiendo bebido prácticamente uno o dos años del agua del grifo”, explica Sánchez.

 “Las emisiones agrícolas a nivel mundial van en aumento: de 1990 al 2021 se incrementaron en un 40 por ciento, en parte debido al crecimiento de la población total, fenómeno que, obviamente, conlleva mayor demanda de alimentos. Pero sobre todo por un cambio de patrón de alimentos de algunos países que, al disponer de más capacidad adquisitiva, han transmutado su dieta hacia un patrón más occidental aumentando la demanda de carne y de productos más elaborados”, explica Sánchez. “Ese cambio de dieta tradicional hacia una dieta occidentalizada es la mayor amenaza de impacto ambiental alimentario a la que nos enfrentamos”.

Cuando nos referimos a un alimento sostenible, “el consumidor espera un alimento que no solo tenga una buena calidad y a un buen precio, sino que también haya sido fabricado y producido con el menor impacto ambiental y social”, explica Toldrá.

“La agricultura puede hacerse más eficiente, pero es complicado tecnificar más los procesos a día de hoy. Se consiguió reducir emisiones en su momento, pero actualmente no puede marcar la diferencia. La gran diferencia la podemos marcar con el tipo de alimentos que consumimos. Si reducimos el consumo de los alimentos más contaminantes y optamos por los más respetuosos con el medio ambiente, el impacto puede ser muy significativo”, concluye Sánchez.

Rumbo a la economía circular

Conseguir satisfacer las necesidades de la sociedad actual sin comprometer las generaciones futuras es la definición más clara que se ha dado en los últimos años de desarrollo sostenible. Este fuerte impacto deriva en una industria que debe afrontar grandes retos para lograr reducirlos.

A la hora de reducir los impactos de este sector, “hay diversas estrategias, como mejorar la eficiencia energética de esos procesos, es decir, aprovechar por ejemplo el calor residual, utilizar nuevas tecnologías ya disponibles que implican mucho menor consumo de energía, utilizar energías renovables y mejorar la gestión global de la energía”, explica Toldrá. “En cuanto a las nuevas tecnologías de conservación de alimentos, ya se pueden poner en marcha procesos que incluyen microondas, infrarrojos, radiofrecuencias, ultrasonidos...”

Hay un capítulo con un importante margen de mejora: el transporte de las materias primas hasta las fábricas, y también desde las fábricas hasta los centros de distribución o en la exportación o importación. “Lo ideal sería reducir la distancia de abastecimiento de las fábricas y distribución para reducir así los transportes, usar energías alternativas u optimizar las rutas”, propone.

Por otro lado, el envasado inteligente y los envases biodegradables ya son una realidad que debemos incorporar al día a día de nuestra alimentación. “Es un gran reto, porque nos permitiría seguir envasando los alimentos sin la preocupación por la generación de esas montañas de toneladas y toneladas de residuos”. Según el CSIC, la reutilización de esos residuos en forma de materias primas, a través de su transformación en materiales como el biogás o el biodiesel es una tecnología cada vez más avanzada.

Por último, respecto a los desperdicios generados por la industria alimentaria, “tenemos que pasar de una economía lineal, extraer los productos y tirarlos, y cambiar el concepto hacia una economía circular (…), reciclar y reutilizar los envases e intentar disminuir la generación de residuos”.

El Ministerio de Agricultura género una estrategia de actuación de 2017 a 2020 donde daba instrucciones para fomentar, sensibilizar y reducir el desperdicio alimentario, así como publicó un decálogo de sostenibilidad integral para la industria alimentaria. También a nivel de la Unión Europea encontramos el programa FOOD 2030, donde se incluyen cuatro objetivos principales, financiados por el Programa Horizonte Europa, y entre los que se incluyen los sistemas alimentarios como base para sostener un planeta saludable. “En todo ello está la clave del desarrollo sostenible para la industria alimentaria”, concluye Toldrá.  

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