Tras un año de pandemia, los fotógrafos de Nat Geo enfocan sus objetivos hacia sus mascotas
Loros, perros y hasta pollitos: los animales domésticos alivian parte del estrés y el aburrimiento de la vida en cuarentena.
Dionisius Suharmin y Vimaladewi Lukito, y sus hijos, Amadeo Irwan (13) y Andrea Irwan (11), comparten su casa con siete gatos en Yakarta Septentrional, Indonesia. Son amigos de la familia del fotógrafo Joshua Irwandi. «Nos ayudan a mantenernos cuerdos», cuenta Lukito, a quien vemos en la foto del 7 de febrero, a Irwandi. «Cuidar de ellos y darles amor nos relaja un poquito en esta situación estresante».
En el 2019, los fotógrafos Kendrick Brinson y David Walter Banks visitaron 14 países para un proyecto. Cuando la pareja contaba sus aventuras, la gente siempre les preguntaba: «Pero ¿quién cuida de vuestros cuatro gatos y perros?». Bromeaban diciendo que el cuidador de sus mascotas ganaba un dineral.
Pero el 2020 fue muy diferente. Debido a la COVID-19, Brinson y Banks no pudieron salir de Estados Unidos. A menudo ni siquiera salían de su barrio de Los Ángeles. En lugar de pasar horas y horas haciendo fila en el control de seguridad del aeropuerto y esperar la iluminación ideal, la pareja se quedó con sus perros Tux y Tia y sus gatos Rex y Kudzu.
«Nuestras mascotas se convirtieron en animales de terapia emocional y los únicos amigos a los que podíamos abrazar en un mundo afectado por una pandemia mortal», cuenta Banks.
Christopher Lennon, amigo de la fotógrafa Michaela Skovranova, disfruta de una taza de té con su mascota, el loro eclecto australiano Solomon, en Fairlight, Australia, a principios de este mes. Lennon, un acupunturista que ha trabajado durante la pandemia, valora mucho su ritual matutino con Solomon —que puede decir unas pocas palabras— por ser su «pequeño santuario ante el estrés de una pandemia», cuenta Skovranova. Estos loros, que pueden vivir durante 30 años o más, son conocidos por establecer lazos sólidos con sus dueños.
El pasado marzo, a medida que se declaraban confinamientos por la COVID-19 en todo el mundo, el cambio resultó especialmente irritante para fotógrafos de National Geographic como Banks, que están acostumbrados a pasar largos periodos en el extranjero.
Y muchos apuntaron con sus cámaras a un sujeto doméstico: sus mascotas.
Una investigación preliminar sugiere que las mascotas nos han prestado apoyo emocional durante la pandemia, ayudándonos a hacer más soportables los largos días de cuarentena y aislamiento, explica Emily McCobb, profesora clínica adjunta en la Facultad Cummings de Medicina Veterinaria en la Universidad Tufts.
De hecho, la pandemia ha acelerado una tendencia que han observado McCobb y otros científicos: el ascenso de la mascota como miembro de la familia.
«En los últimos 20 o 30 años, el papel de la mascota en la familia ha adoptado un rol totalmente nuevo», afirma McCobb.
Mascotas estresadas
La mayoría de las mascotas han reaccionado con alegría a la presencia casi continua de sus humanos, ya que se ha traducido en más atención y más premios. Pocas videoconferencias estarían completas sin un cameo de un perro o un gato.
Los humanos también han cosechado los beneficios físicos y emocionales de tener mascota. Varios estudios han demostrado que las mascotas ayudan a bajar la tensión arterial, reducen la ansiedad e incrementan los niveles de actividad.
Pero la transición repentina de largos horarios laborales y escolares a una presencia casi constante puede resultar difícil tanto para las mascotas como para los humanos, señala McCobb.
Señala que, como criaturas más independientes, los gatos son más propensos a necesitar descansos de la atención humana. Y las investigaciones preliminares en una serie de países sugieren que los perros que han tenido problemas de conducta previos, como los ladridos o la ansiedad, vuelven a tenerlos.
Elfriede, apodada Elf, sentada en un salón sin terminar en Great Barrington, Massachusetts, dentro de una casa histórica comprada por el fotógrafo John Stanmeyer para arreglarla justo antes de la pandemia. No ser capaz de correr o jugar fuera entre marzo y mayo pasó factura a la gran danesa, que mostró síntomas de depresión, como apatía, cuenta Stanmeyer. Elf «pasaba la mayor parte del tiempo sentada en su silla favorita a mi lado mientras estaba en el ordenador y nunca se apartaba de mí», cuenta.
Cuando llegó la pandemia, «nuestras vidas se paralizaron», incluida la renovación de su casa de 120 años en Massachusetts, cuenta Stanmeyer. Elfreide, a la que también llaman Frida, solo era un cachorro. «Con solo cuatro sillas, una mesa, un sofá y una cama, jugábamos a la pelota juntos en una casa de cuatro habitaciones casi vacía, a menudo en nuestro comedor incompleto, y Elfriede no hacía más que mirar por la ventana», cuenta.
En Yakarta, Indonesia, Dionisius Suharmin y Vimaladewi Lukito, sus dos hijos y siete gatos atravesaron un periodo de adaptación similar. Aunque la pandemia permitió que la familia —tanto la bípeda como la cuadrúpeda— estrechara lazos cuando el colegio y el trabajo se volvieron virtuales, nadie se libró de las dificultades iniciales, entre ellos los gatos KitKat y Tokyo.
«Se volvieron más apegados hasta tal punto que se estresaron cuando nos fuimos unos días de vacaciones», contó Lukito al fotógrafo de National Geographic Joshua Irwandi, amigo de la familia. KitKat se deprimió y perdió peso y Tokyo llora cuando la dejan sola, cuenta.
Los beneficios a largo plazo
Pese a las dificultades, el vínculo entre personas y mascotas soportará los problemas que causa la COVID-19 y otras situaciones.
McCobb dice que es probable que la mayor flexibilidad en el horario laboral y el lugar de trabajo continúen.
«Queremos mucho a nuestros gatos, como a nuestros hijos», cuenta Lukito. «Somos una gran familia».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.