Este hombre indígena sobrevivió a una odisea amazónica de 10 años, pero no a la COVID-19

Tras una emboscada violenta, Karapiru vagó por los bosques del este de Brasil durante una década. El 16 de julio se convirtió en otra víctima de la pandemia.

Por Scott Wallace
fotografías de Charlie Hamilton James
Publicado 29 jul 2021, 13:41 CEST
Karapiru

Karapiru, miembro de la tribu awá de Brasil, posa en su casa de Tiracambu en 2017. Sobrevivió a una emboscada a finales de la década de 1970 que hizo que recorriera durante 10 años la Amazonia oriental. Falleció de una enfermedad respiratoria causada por la COVID-19 el 16 de julio.

Fotografía de Charlie Hamilton James

Tras una emboscada mortal que le llevó a vagar solo durante diez años a lo largo de casi 1500 kilómetros de tierras altas accidentadas al este de Brasil, el superviviente indígena ha fallecido por síntomas de COVID-19, según sus compañeros de la tribu y los activistas por los derechos indígenas.

Karapiru, cuyo nombre significa halcón en su awá nativo, falleció en un hospital del estado amazónico de Maranhão el 16 de julio. Aunque estaba vacunado, desarrolló síntomas graves de la enfermedad mientras estaba en su aldea adoptiva, Tiracambu, donde había vivido durante los últimos años. Aunque fue evacuado a la ciudad de Santa Inés, allí exhaló su último aliento.

La muerte de Karapiru en un ala de aislamiento, lejos de sus seres queridos y su pueblo, hace eco del sufrimiento y la soledad que marcaron su vida y su extraordinaria historia de supervivencia.

«Su historia personifica lo que vivieron los awá y otros grupos aislados, sobre todo ante una frontera móvil», afirma Louis Forline, antropólogo de la Universidad de Nevada, Reno, que ha dedicado su carrera al estudio y la defensa de la tribu. «Es emblemático de las dificultades y la saga y todo lo que atravesaron».

Karapiru nació en una comunidad nómada de cazadores-recolectores a finales de la década de 1940 o principios de 1950, cuando los awá todavía no habían sido contactados por forasteros. No existen registros de su nacimiento.

En aquellos días, el mundo exterior apenas había tocado las tierras ancestrales de los awá, que se extendían a lo largo de gran parte de Maranhão. Sin embargo, en la década de 1960, se descubrieron los mayores depósitos de mineral de hierro del mundo en el estado vecino de Pará. Con el objetivo de transportar hacia el este el mineral para su exportación, hasta la costa atlántica, se construyó un ferrocarril de 885 kilómetros a lo largo de Maranhão, dividiendo el territorio awá en dos.

Las largas olas de colonizadores y ganaderos no tardarían mucho en llegar. Para principios de la década de 1970, se adentraron en los bosques, les arrebataron las tierras y las cercaron con alambre de espino. Expulsaron a los awá a punta de pistola. Prácticamente de la noche a la mañana, fue como si los awá se hubieran convertido en intrusos en su propia tierra.

«Los hombres blancos querían matar a los indios», me dijo Karapiru cuando visité Tiracambu por encargo de National Geographic en 2017. Me hablaba en awá mientras un compañero de la tribu traducía al portugués. «No les gustábamos. Estaban enfadados porque pasábamos por sus vallas. Nos dispararon. Enviaron perros para perseguirnos».

Karapiru era padre de una bebé y un niño pequeño cuando, un día a finales de los años setenta, los ganaderos les tendieron una emboscada a su familia y a él. Aquel ataque le llevó a emprender una odisea de una década que los defensores de los derechos consideran un testimonio de la resistencia de los pueblos indígenas de Brasil frente al sufrimiento y la crueldad de los colonizadores.

«Los ganaderos necesitan deshacerse de los indígenas para obtener el título de propiedad de la tierra que intentan robar», dijo Sydney Possuelo en una entrevista en Brasilia en 2017. «Así que atacaron al grupo de Karapiru. Este tipo de práctica continúa en la actualidad». Possuelo fue director del Departamento de Indios Aislados de la agencia de asuntos indígenas de Brasil, FUNAI, durante casi dos décadas, interrumpidas por un período de dos años como presidente de la agencia. Este agente de campo y explorador amazónico consumado es considerado uno de los mayores expertos en los pueblos indígenas de Brasil y es un gran defensor de la protección de las tribus aisladas.

Los líderes indígenas temen que las tribus aisladas como los awá —existen hasta 70 grupos distintos en la Amazonia brasileña— vuelvan a correr un riesgo aún mayor de expropiación violenta. El presidente Jair Bolsonaro y sus aliados del poder legislativo han intensificado sus esfuerzos para reducir la protección de los territorios indígenas y eliminar algunas reservas.

En la actualidad, hasta cien awá, de una población total de aproximadamente 600, siguen vagando como nómadas aislados por tramos de bosque cada vez más reducidos en Maranhão. El grupo de derechos indígenas Survival International ha calificado a los awá como «la tribu más amenazada del mundo».

Las familias awá salen de caza

Las familias awá salen de caza desde Posto Awá, fundado por la agencia brasileña de asuntos indígenas FUNAI para asentar a los cazadores-recolectores nómadas awá después de que los agentes entraran en contacto con ellos durante las décadas de 1970 y 1980. Hoy en día, en torno a un centenar de nómadas awá no contactados siguen viviendo en la selva, mientras el control del mundo exterior se tensa a su alrededor.

Fotografía de Charlie Hamilton James

Una vida huyendo

«Nos dispararon mientras huíamos», contó Karapiru en 2017, recordando la emboscada. Su mujer fue alcanzada por una bala, así como su hija pequeña. Karapiru asumió que su hijo también había muerto.

«Me dieron en la espalda», me dijo, levantándose la camiseta para enseñar unos pequeños bultos cerca de la columna vertebral donde se habían alojado los perdigones. Sin sus seres queridos y con mucho dolor, Karapiru se adentró en los bosques para huir, creyendo que era el único superviviente del ataque.

Los días se convirtieron en semanas y luego en meses. Viajaba de noche y dormía de día para que no lo encontraran. Siguió una línea de colinas escarpadas que conducían al sur, sobreviviendo gracias a su ingenio, cazando animales salvajes con arco y flechas que fabricaba en el bosque. Pasaron los años.

«Fabriqué lanzas de bambú», dijo. «Maté un mono. Caminé por un río. Estaba lleno de peces». Aun así, soportó largos periodos de hambre y sed, y la soledad inimaginable de años sin contacto humano.

«Sentí mucha tristeza por mi familia», dijo Karapiru. Pero a pesar de todo el sufrimiento, el brillo de sus ojos y la sensación de asombro con la que relató su calvario no revelaban ni rastro de amargura o resentimiento.

Las andanzas de Karapiru acabaron por llevarle fuera de las colinas, hasta una zona asentada de campos arados y pastos, salpicada de casas y edificios anexos. Los animales salvajes escaseaban y Karapiru empezó a matar animales de granja al amparo de la oscuridad. Un granjero empezó a sospechar una mañana, cuando un cerdo entró chillando en su patio con una flecha clavada en el costado. Reunió a un grupo de vecinos y acabaron topándose con un hombre desnudo que empuñaba un arco y varias flechas y les sonreía con timidez. Este entregó sus armas sin dudarlo.

El granjero que había perdido a su cerdo acogió a Karapiru en su casa, lo alimentó y lo vistió. ¿Pero qué hacer con él? Nadie entendía ni una palabra de lo que decía. Estaban en el estado de Bahía, a cientos de kilómetros de cualquier lugar que aún albergara a esos índios bravos, o «indios salvajes», el término popular para referirse a los indígenas no contactados en el Brasil rural. Así que llamó a la FUNAI.

Era el año 1989. Sydney Possuelo acababa de fundar el departamento de indios aislados de la FUNAI para proteger los derechos de las comunidades indígenas que todavía viven apartadas del mundo exterior, las denominadas «tribus no contactadas». Fue en coche hasta Bahía y llevó a Karapiru a su casa en Brasilia mientras intentaba resolver el misterio de quién era este hombre y de dónde procedía.

«El indio tuvo suerte», me dijo Possuelo la semana pasada. El encanto de Karapiru hizo que los hombres que lo encontraron se sintieran cómodos y recompensaron su amabilidad con hospitalidad. «La historia ha demostrado que los encuentros de ese tipo casi siempre terminan con la muerte del indígena».

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    Posto Awá

    Visto desde el aire, Posto Awá es uno de los cuatro asentamientos fundados por la FUNAI en tres reservas indígenas para proporcionar alimentos, protección y atención médica a las comunidades awá. Desde la década de 1970, los awá han sufrido la violencia y las enfermedades a manos de los forasteros que entran en sus tierras ancestrales.

    Fotografía de Charlie Hamilton James

    Un encuentro emotivo

    Durante los años setenta y principios de los ochenta, Possuelo había liderado los esfuerzos de la FUNAI para contactar con los grupos dispersos de awá y salvarlos de la violencia a manos de colonos ávidos de tierras. Desde el momento en que vio a Karapiru, Possuelo tuvo la corazonada —algo en su aspecto y en su forma de comportarse— de que pertenecía a la tribu awá, entonces conocida por su nombre compuesto «awá-guajá». Pidió a colegas de Maranhão que enviaran un intérprete para ayudar a resolver el enigma de Karapiru.

    El intérprete que se presentó en el apartamento de Possuelo era un joven awá llamado Tiramukum. Se había quedado huérfano de niño y había sido criado por personal de la agencia en un puesto de la FUNAI. Estudió al hombre sentado frente a él.

    «Le miré a la cara», me contó Tiramukum en una entrevista hace cuatro años, cuando visité el asentamiento de Posto Guajá, en el territorio indígena de Alto Turiaçu. «Le pregunté cómo se llamaba. Me respondió: “Me llamo Karapiru”. Me latía el corazón con fuerza», dijo Tiramukum. «Pensé que iba a explotar».

    «Se me puso la carne de gallina», contó Possuelo, recordando el momento en el que Karapiru y Tiramukum se reconocieron el uno al otro. Padre e hijo habían sobrevivido a la emboscada diez años antes; ambos habían asumido que el otro estaba muerto. Se abrazaron y lloraron.

    «Mataron a mi hermana. Mi madre estaba muerta. Pensé que mi padre había muerto. Vi que le habían disparado en la espalda», me contó Tiramukum, añadiendo que huyó preso del pánico, perseguido por un perro desatado por los ganaderos. Quedó atrapado en alambre de espino. Fue capturado y encerrado en una habitación durante semanas antes de ser entregado a la FUNAI.

    Tras su reencuentro en Brasilia, Tiramukum ayudó a Karapiru a asentarse en Posto Awá. Más adelante, se trasladó a la cercana Tiracambu. Ambas comunidades están cerca de los trenes que transportan mineral de hierro, que transformaron el paisaje de Maranhão y la vida de los awá para siempre. Karapiru volvió a casarse y tuvo varios hijos y nietos.

    Los residentes de Tiracambu y Posto Awá, en el territorio indígena de Caru, han informado de un aumento de los casos de coronavirus. En un mensaje de audio de WhatsApp, Tatuxia'a, un líder de Posto Awá, contó que 16 aldeanos se han contagiado de COVID-19, así como otros 11 en un campamento cercano. «Ahora nos quedamos en la comunidad, en cuarentena. Creíamos que la vacuna nos protegería. Pero no protege a los mayores entre nosotros».

    Forline afirma que los viajes épicos de supervivientes indígenas solitarios como Karapiru han avivado los debates dentro de la disciplina de la «ecología histórica» de que los cazadores-recolectores que cruzaron el puente terrestre de Bering desde Asia podrían haberse extendido y transformado los paisajes de América mucho antes de lo que se creía.

     «Es evidente que con su conocimiento de los distintos ecosistemas y su capacidad para vivir de la tierra fueron capaces de circular de forma rápida y amplia», dice Forline.

    Para Possuelo, la muerte de Karapiru suscitó profundos sentimientos de nostalgia y gratitud. «Era un hombre amable al que le encantaba jugar con mis hijos cuando eran pequeños», dice, recordando el tiempo que compartieron en su casa. «La noticia me ha afectado mucho. Ha muerto de COVID en un hospital alejado de los suyos, sin poder comunicarse con nadie, sin el consuelo de sus seres queridos. Qué triste final para un hombre que luchó tan heroicamente por sobrevivir a la ferocidad del hombre blanco y a los rigores de la selva».

    Scott Wallace es profesor adjunto de periodismo en la Universidad de Connecticut y autor de The Unconquered: In Search of the Amazon's Last Uncontacted Tribes. 

    Charlie Hamilton James es un fotógrafo, director y conservacionista que ha documentado la vida en la Amazonia durante más de 20 años. Es explorador de la National Geographic Society.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

    Un manifestante indígena

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