Indonesia es un nuevo epicentro de la COVID-19, pero el pico aún está por llegar
«Después de la pandemia, probablemente habremos perdido una generación».
Indonesia es ahora un gran epicentro de la pandemia de COVID-19, con más de 49 000 casos confirmados al día. En la imagen, los parientes echan agua de rosas y ofrecen flores en la tumba de una víctima de la COVID-19 en el cementerio público de Rorotan en Cilincing, Yakarta Septentrional, el 21 de julio de 2021. Según el recuento federal, más de 84 000 personas han fallecido debido al virus.
Hace solo unos días, miles de personas hacían cola en la terminal de autobuses de Pulo Gebang, en Yakarta (Indonesia), para recibir una de las 10 000 vacunas contra la COVID-19 ofrecidas en la última campaña de vacunación de emergencia del país.
Por su parte, en la otra punta de la ciudad, otras personas peregrinaban hacia el nuevo cementerio masivo para víctimas de COVID-19. Allí, las familias depositaban flores y decían su último adiós a sus seres queridos mientras las retroexcavadoras abrían nuevas tumbas a pocos pasos. Aunque originalmente se diseñó para albergar 7200 cuerpos cuando se abrió en marzo de este año, la ciudad planea añadir casi 10 hectáreas para acomodar más restos humanos a medida que el país afronta una cantidad récord de muertes por COVID-19.
Mientras la segunda ola arrasa el cuarto país más poblado del mundo, el gobierno de Indonesia y sus ciudadanos tienen dificultades para responder a la pandemia. Las distintas prioridades y los confinamientos y las campañas de vacunación atrasadas, entre otros problemas, han creado una situación grave. Según los expertos, es probable que las condiciones empeoren antes de que puedan mejorar.
Hileras de tumbas recién excavadas llenan el cementerio público de Rorotan en Cilincing, Yakarta Septentrional. Aunque originalmente se diseñó para albergar 7200 cuerpos cuando se abrió en marzo de este año, la ciudad planea añadir casi 10 hectáreas para acomodar más restos humanos a medida que el país afronta una cifra récord de muertes por COVID-19.
Miles de yakarteses acuden para recibir una de las 10 000 vacunas contra la COVID que se ofrecen durante un programa de vacunación masiva en la terminal de autobuses de Pulo Gebang, en Yakarta Oriental.
Con más de 49 000 casos confirmados al día, Indonesia se ha convertido en uno de los mayores epicentros de la pandemia de COVID-19, junto con Brasil y el Reino Unido, que registran 54 517 y 39 315 casos al día, respectivamente.
Indonesia también es el último país del Sudeste Asiático que afronta un gran brote debido a la variante delta y muchos creen que los casos confirmados son un recuento insuficiente de la situación. Más del 27 por ciento de las personas que se hacen pruebas de COVID-19 están infectadas, lo que indica que muchos más casos circulan por la población sin ser detectados. Un reciente estudio de anticuerpos en Yakarta, la capital del país, sugiere que casi la mitad de los 10,5 millones de habitantes de la ciudad podrían haberse infectado.
Por su parte, el sistema sanitario del país se tensa bajo esta presión. La semana pasada, los hospitales se estaban quedando sin habitaciones y oxígeno en Java, mientras que esta semana Bali sufre una situación similar. Actualmente, los hospitales de Yakarta están al 73 por ciento de su capacidad, según el vicegobernador. Solo en la primera mitad de julio, 114 médicos fallecieron por el virus. Más de 1500 sanitarios han muerto desde el comienzo de la pandemia.
Por ahora, la tasa de mortalidad por la COVID-19 se sitúa en torno al 2,6 por ciento —es del 1,8 por ciento en los Estados Unidos y España y el 2,8 por ciento en Brasil, por ejemplo—, pero se prevé que esta cifra aumentará a medida que el virus se propaga a las islas más rurales de Indonesia, con una infraestructura sanitaria más débil.
Zahwa Falisha (16) recibe su primera dosis de la vacuna anti-COVID-19 de Sinovac durante una campaña de vacunación masiva en el pabellón deportivo de Otista en Bidara Cina, Yakarta Oriental.
Derechos hacia el pico
En una campaña de emergencia a principios de este mes, el gobierno aprobó medidas de distanciamiento social que restringieron los viajes, comer en espacios cerrados y cerró algunos espacios de trabajo en oficinas. Esta semana, el gobierno ajustó las restricciones para permitir la reapertura de mercados tradicionales y algunos restaurantes, mezquitas y centros comerciales. También se han puesto en marcha campañas de vacunación masiva.
De los aproximadamente 270 millones de habitantes de Indonesia, solo un seis por ciento ha recibido la pauta completa. Esta última campaña distribuyó casi 874 000 dosis. El gobierno quiere administrar dos millones de dosis al día a partir de agosto. Pero sin una vacuna propia, el país depende de los suministros internacionales.
«Necesitamos medidas rápidas a nivel global, para que países como Indonesia tengan acceso a las vacunas necesarias para evitar decenas de miles de muertes», declaró Sudirman Said, secretario general de la Cruz Roja indonesia, en un comunicado el mes pasado.
Junto con el despliegue lento de la vacunación, las pruebas todavía están fuera del alcance de muchas de las personas más vulnerables. El gobierno proporciona pruebas gratuitas para personas con síntomas o que han estado en contacto con un positivo. De lo contrario, la prueba PCR, que puede detectar el virus antes de que una persona se vuelva contagiosa, pueden costar más de 60 dólares, pero el trabajador medio gana poco menos de 200 dólares al mes. Un resultado positivo también puede añadir dificultades económicas para aquellos con ingresos limitados.
Fauzi, un trabajador informal, vende café instantáneo cerca del Hotel Indonesia Roundabout, una zona peatonal popular de Yakarta, en diciembre de 2020. La mayoría de sus clientes también son trabajadores informales, muy afectados por la pandemia. Antes de la COVID-19, podía ganar 25 dólares al día. En diciembre de 2020, tenía dificultades para ganar 10 dólares al día.
Yono (izquierda) y Faizin posan en un huerto en la azotea del cuarto piso de la Gran Mezquita de Baitussalam en Taman Sari, Yakarta Occidental, en diciembre de 2020. Algunos vecinos pusieron en marcha el proyecto con una donación de 3500 dólares poco después de que Yakarta empezara a aplicar un semiconfinamiento. Quince trabajadores cuidan el huerto y todos los beneficios se destinan a los agricultores y al fondo de bienestar de la mezquita.
Una trabajadora sanitaria prepara una dosis de la vacuna anti-COVID-19 de Sinovac durante un programa de vacunación masiva realizado en el almacén de emergencia de la Cruz Roja indonesia en Mampang, en Yakarta Meridional, Indonesia, el 16 de julio de 2021. El programa duró 10 días y aspiraba a vacunar a 10 000 personas. El gobierno espera administrar dos millones de dosis diarias a partir de agosto.
Los empleados del Servicio Postal Indonesio Mustofa (izquierda) y Alfian posan mientras distribuyen el dinero del gobierno federal a los residentes del subdistrito de Kenari, en Yakarta Central. Unos 10 millones de personas recibieron casi 21 dólares mensuales mientras la medida estuvo en vigor de enero a abril de 2021.
«Muchas personas hacen cola en el laboratorio para la prueba, pero cuando se enteran del precio de la prueba muchas deciden no hacérsela», dice Eusebius Pantja, economista del MINDSET Institute en Indonesia.
«Quieren hacerse la prueba, pero si reciben un resultado positivo, tienen que dejar de trabajar. ¿Cómo pueden mantenerse? Esto limita el incentivo para hacerse la prueba», añade Aloysius Gunadi Brata, economista de la Universidad Atma Jaya Yogyakarta en Indonesia.
El gobierno federal afirma que han muerto 84 766 personas por la COVID-19 en Indonesia desde el comienzo de la pandemia. Pero Irma Hidayana, cofundadora de Lapor Covid, un colectivo que recaba y comparte información sobre la pandemia en Indonesia, cree que es un recuento insuficiente. Ella y los más de 150 voluntarios recopilan de forma regular datos municipales de la COVID-19 de 180 ciudades y 34 provincias. Sostienen que el gobierno federal ha «hecho desaparecer» más de 20 000 muertes en el recuento nacional, que es muy inferior a los gobiernos más bajos que notifica el gobierno.
«Ahora mismo, los casos se disparan porque no reciben la información real», afirma Hidayana. «La gente no entiende qué está pasando en términos de la propagación del virus y lo peligroso que es. Y entonces, como consecuencia, no siguen las medidas sociales de salud pública».
«Quizá también se han arruinado»
Desde el comienzo de la pandemia, más de 1,12 millones de indonesios han quedado sumidos en la pobreza mientras trabajan jornadas más largas y se arriesgan a contagiarse. Más de dos millones de personas huyeron de ciudades abarrotadas para trabajar en la agricultura.
«El desempleo no ha descendido drásticamente, solo de un seis a un siete por ciento. Pero están pasando de trabajos de alta productividad a baja productividad», afirma Faisal Basri, economista de la Universidad de Indonesia.
Los residentes de Kampung Starling, Senen, Yakarta Central, esperan a que la organización sin ánimo de lucro Foodbank of Indonesia distribuya alimentos en diciembre de 2020. En todo el país, el 31 por ciento de las familias sufrió escasez de alimento durante el último año.
Muchos de los que se quedaron en las ciudades durante la pandemia atraviesan dificultades económicas.
«Quiero que todo vuelva a la normalidad, como antes de la pandemia. Ahora hay demasiadas restricciones, ¿cómo puedo ganar dinero? Muchos de mis clientes habituales ya no vienen, quizá también se han arruinado», afirma Yani, vendedora de brotes de soja que trabaja en el mercado Kebayoran Lama en Yakarta. Con todo, aunque trabaja jornadas más largas, gana la mitad que antes de la pandemia.
Las ventas también han disminuido para Ahmad Afwan, un repartidor de comida que ahora espera horas entre pedidos. «Si no gano suficiente dinero para nuestra comida, solo espero que mi mujer lo entienda», afirma.
En todo el país, el 31 por ciento de las familias sufrió escasez de alimentos en el último año, según un reciente informe de Naciones Unidas. Incluso antes de la pandemia, más de siete millones de niños en Indonesia tenían retraso del crecimiento debido a la desnutrición.
Roozmalinie (izquierda) sostiene a su hija Aquilla de 3 años (centro) mientras Kris Wati (derecha) la mide en su casa de Pondok Melati, Bekasi, una zona suburbana al este de Yakarta. Wati es voluntaria en Posyandu, un servicio sanitario comunitario para mujeres embarazadas y niños. En Indonesia, más de siete millones de niños sufrían retraso en el crecimiento debido a la desnutrición ya antes de la pandemia.
Pescadores y trabajadores del puerto de Muara Angke, una zona densamente poblada de Yakarta Septentrional, reciben comidas gratuitas de Wonder Food Indonesia en diciembre de 2020. La organización sin ánimo de lucro, creada en marzo de 2019, proporciona hasta 3500 comidas cada semana, principalmente a comunidades de bajos ingresos. Debido a las recientes restricciones por la COVID-19, Wonder Food Indonesia dejó de proporcionar alimentos durante tres semanas este mes.
Voluntarios de Foodbank of Indonesia descargan y almacenan bolsas de 20 toneladas de arroz en la clase de un colegio de Cipulir, Yakarta Meridional, en diciembre de 2020. Hoy, la organización sin ánimo de lucro tiene dificultades para recibir donaciones de alimentos de negocios con problemas de liquidez y proteger a sus voluntarios del reciente brote. Cuatro miembros del equipo fallecieron por la COVID-19 solo este último mes.
«Tras la pandemia, es probable que tengamos una generación perdida. En esta situación, los niños no reciben suficiente comida», afirma Hendro Utomo, fundador de Foodbank of Indonesia, una organización sin ánimo de lucro que gestiona programas de equidad alimentaria y bancos de alimentos en todo el país. Actualmente, la organización tiene dificultades para adquirir donaciones de alimentos y proteger a sus voluntarios del reciente brote. Cuatro miembros del equipo fallecieron por la COVID-19 solo este último mes.
Otras organizaciones contra el hambre, como Wonderfood Indonesia, que redistribuye alimentos no vendidos y donaciones por toda Yakarta, dejó de entregar 3500 comidas gratuitas a comunidades de bajos ingresos durante casi un mes debido a las recientes restricciones de distanciamiento social.
Lo que oculta el PIB
Pese a las presiones económica, la economía de Indonesia —la más grande del Sudeste Asiático— solo se contrajo un 2,1 por ciento el año pasado. A modo de comparación, el PIB español se contrajo casi un 11 por ciento en 2020.
El 10 por ciento superior de los indonesios se enriqueció durante la pandemia, dice Basri, el economista. Solo ha observado un impacto económico en los ricos de Bali, debido a la falta de turismo.
Los trabajadores colocan a una víctima de la COVID-19 en una tumba del cementerio público de Rorotan el 21 de julio de 2021. Durante el pico de la última ola, los trabajadores estuvieron en el cementerio las 24 horas, atendiendo a una fila aparentemente infinita de ambulancias y coches fúnebres, algunos de los cuales albergaban hasta cuatro cuerpos.
Basri afirma que el gobierno se ha mostrado reacio a imponer confinamientos estrictos como los de Wuhan y España porque el fondo de ayuda nacional no puede apoyar económicamente a los más necesitados con una paralización como esas. En cambio, el gobierno concedió una gran rebaja de impuestos al sector del automóvil eliminando temporalmente el impuesto al lujo. «Como ves, hay políticas que favorecen a los ricos», dice Basri.
Por otra parte, otras medidas pandémicas amenazan con ampliar de forma permanente la brecha entre ricos y pobres. Los niños de padres y madres trabajadores y pobres tienen más dificultades con el aprendizaje remoto, lo que puede provocar una cascada de desventajas a largo plazo, advierte la economista Susan Olivia, de la Universidad de Waikato, en Nueva Zelanda. Ante la tensión sanitaria actual, las personas con enfermedades no relacionadas con la COVID-19 postergarán la atención y los niños podrían no recibir otras vacunas y chequeos a tiempo. El estrés y la escasez de alimentos podrían tener consecuencias sanitarias a largo plazo, sobre todo entre los jóvenes.
«[El gobierno] debería usar esta crisis como buena oportunidad de reforma», dice Olivia.
Desti Firdamayanti descansa en su casa del subdistrito de Kenari, Yakarta Central, en enero de 2021. El salario de su marido, que trabaja como repartidor de periódicos, bajó de 100 dólares mensuales a solo 30 durante la pandemia. Su primer hijo nacerá en unas pocas semanas y la pareja teme por su situación económica pese a haber recibido los subsidios de ayuda social del gobierno.
Muhammad Fadli es un fotógrafo documental y de retratos indonesio afincado en Yakarta. Su primer libro, Rebel Riders, pone de relieve la subcultura extrema de los escúteres . Para ver más fotografías suyas, síguelo en Instagram o visita su página web.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.