Estos insecticidas de uso común también podrían ser perjudiciales para los mamíferos
Los neonicotinoides ya han sido acusados de contribuir al descenso generalizado de las poblaciones de insectos. Pero hay pruebas de que también perjudican a los conejos, las aves y los ciervos.
Estas semillas de maíz han sido tratadas con el plaguicida neonicotinoide clotianidina. Los neonicotinoides, que están vinculados a la disminución de las poblaciones de insectos, también se han encontrado en animales más grandes, como los ciervos y las aves.
Artículo producido en colaboración con la Food & Environment Reporting Network, una organización de periodismo de investigación sin ánimo de lucro.
En un día nublado de enero en Estelline, Dakota del Sur, Jonathan Lundgren se abrocha la chaqueta acolchada sobre un forro polar, se pone un gorro de lana y avanza por la nieve hacia su granero, una sala de ordeño que ha equipado para convertirla en un laboratorio bioquímico en Blue Dasher Farm.
Lundgren es un híbrido inusual: un agricultor interesado en reformar la profesión y un científico en activo, anterior entomólogo del Departamento de Agricultura de Estados Unidos que todavía realiza análisis químicos. Rodeado de la parafernalia habitual —un espectrómetro, una máquina de PCR, una centrifugadora—, Lundgen mira por la ventana a las ovejas acurrucadas en su pasto y a una gran bandada de gansos, gallinas, pavos y patos. A continuación, vuelve la vista hacia los bazos de ciervo que tiene frente a él. Lleva meses analizándolos en busca de restos de unos insecticidas llamados neonicotinoides.
Los neonicotinoides, que están químicamente relacionados con la nicotina, se desarrollaron en los años noventa como alternativa más segura a productos químicos agrícolas tóxicos y más duraderos. Ahora son los plaguicidas más utilizados del mundo y son eficaces contra los áfidos y las chicharritas, así como un amplio conjunto de gusanos, escarabajos e insectos barrenadores. Estos productos, que se utilizan para recubrir las semillas de cultivos que ocupan más de 60 millones de hectáreas en Estados Unidos, son absorbidos por todas las partes de la planta: raíces, tallos, hojas, frutos, polen y néctar. Los insectos mastican o chupan su parte preferida y, a continuación, mueren.
La historia nos dice que unos plaguicidas de tan amplio espectro podrían tener consecuencias involuntarias y una gran cantidad de estudios sugieren que los neonicotinoides, así como el cambio climático y la destrucción de hábitat, están contribuyendo al declive constante de los insectos en Norteamérica y Europa. Las abejas, esenciales para la polinización de los cultivos, se han visto especialmente afectadas.
La evidencia de los daños es tan sólida que la Unión Europea ha prohibido el uso de tres neonicotinoides populares en exteriores. Y aunque Estados Unidos todavía no ha tomado medidas tan decisivas, está cada vez más claro que las abejas y otros insectos beneficiosos no son los únicos animales en peligro.
En los últimos años se ha descubierto que solo un 5 por ciento de los recubrimientos de semillas con neonicotinoides son absorbidos por plantas de cultivo campestre. El resto se desprende de las semillas. Las sustancias químicas se acumulan en suelos y cursos de agua, donde una gran cantidad de animales salvajes se exponen a ellas. Cada vez hay más pruebas de que los compuestos diseñados para matar a invertebrados también pueden perjudicar a los mamíferos, las aves y los peces.
Este invierno, en su granero, Lundgren ha recopilado algunas de las pruebas más recientes, datos que sugieren que una cantidad considerable de ciervos salvajes de la región del Medio Oeste estadounidense tienen neonicotinoides en el bazo.
Un experimento singular
Una de las primeras señales de que los neonicotinoides pueden afectar a animales grandes se derivó de un estudio en el que trabajó Lundgren, también en ciervos, pero cautivos.
En el 2015, un equipo de científicos de la Universidad del Estado de Dakota del Sur decidió determinar cómo afecta un neonicotinoide denominado imidacloprid —empleado en plantaciones de maíz, soja, trigo y algodón— a los grandes herbívoros. Los científicos realizaron un experimento único en un rebaño cautivo de ciervos de cola blanca, que constaba de 21 hembras adultas y 63 cervatillos nacidos de dichas hembras en el transcurso del experimento. La alumna de posgrado Elise Hughes Berheim y el ecólogo Jonathan Jenks mezclaron imidacloprid en diversas dosis en el agua de los animales.
Cuando sacrificaron al rebaño dos años después, los investigadores descubrieron que los animales con mayores niveles del plaguicida en el bazo tenían mandíbulas más cortas, pesaban menos y sus órganos eran más pequeños, entre ellos los genitales. Más de un tercio de los cervatillos murieron de forma prematura y sus bazos presentaban niveles de imidacloprid mucho mayores que los de los supervivientes. Tanto los cervatillos como los adultos con niveles superiores habían sido menos activos, algo que en el medio natural los habría hecho más vulnerables a los depredadores.
Un ciervo de cola blanca se alimenta junto a un roble cerca de Ocala, Florida. En Dakota del Norte y Minnesota, se han hallado neonicotinoides en los tejidos de los ciervos, que supuestamente habrían consumido al alimentarse o beber agua.
Algunos de los ciervos habían recibido dosis de imidacloprid mucho mayores a los detectados en arroyos o humedales naturales. Pero el equipo también examinó los bazos de los ciervos silvestres extraídos durante ocho años por las autoridades de fauna de Dakota del Norte. A Jenks le sorprendió descubrir que contenían el triple de los niveles de imidacloprid que aquellos que habían producido anomalías en su rebaño cautivo. Supuso que los animales salvajes se habían contaminado al alimentarse de las plantas o al beber agua.
Los resultados, publicados en Scientific Reports en marzo del 2019, fueron una gran noticia para quienes administraban o cazaban animales cerca de tierras de cultivo y para cualquiera preocupado por las repercusiones de los productos químicos agrícolas en la fauna silvestre. En definitiva, los animales con mandíbulas malformadas y órganos reproductivos de menor tamaño podrían tener problemas para comer o reproducirse. «Los neonicotinoides podrían tener efectos catastróficos en las poblaciones de ciervos de cola blanca», afirma Jennifer Sass, científica del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales, un grupo medioambiental.
Cinco fabricantes europeos, estadounidenses y japoneses dominan el mercado de los neonicotinoides. Bayer CropScience, formada cuando la empresa farmacéutica alemana adquirió Monsanto, es uno de los mayores fabricantes de neonicotinoides del mundo y es el fabricante principal de imidacloprid. El portavoz de Bayer Alexander Hennig desestimó el estudio en ciervos de cola blanca de Dakota del Sur tachándolo de «poco fiable».
«Ninguno de los efectos mencionados se han documentado en poblaciones de ciervos salvajes», escribió Hennig en un correo electrónico. «Muchos usos veterinarios están aprobados y permiten la aplicación directa de neonicotinoides en mascotas y ganado para protegerlos de las pulgas y las garrapatas. Esto no sería posible si nosotros, o los reguladores, determináramos que hay riesgo para los vertebrados».
Según Hennig, uno de los motivos por los que los neonicotinoides se desarrollaron como insecticidas es precisamente porque no afectan a los vertebrados de la misma forma; se fijan a los receptores de la superficie de las células, que son mucho menos prevalentes en vertebrados.
Las evidencias aumentan
Los ciervos no son la única especie que consume neonicotinoides sin darse cuenta. Charlotte Roy, bióloga del Departamento de Recursos Naturales de Minnesota, ha descubierto que muchos tipos de animales consumen semillas tratadas con neonicotinoides cuando tienen la oportunidad, algo que ocurre durante la plantación primaveral.
En un estudio del 2019, Roy colocó cámaras trampa en campos agrícolas donde había echado la semilla tratada deliberadamente. Sus cámaras activadas por el movimiento grabaron a más de una docena de especies de aves (entre ellas faisanes, gansos y pavos), así como osos, mapaches, roedores, conejos, zorros y mofetas alimentándose de las semillas tratadas.
Según Roy, los vertidos accidentales de las sembradoras mecánicas son frecuentes. Las empresas de semillas indican a los agricultores que las limpien, pero es habitual que haya pequeños montículos de grano que contienen miles de semillas. Roy y sus colegas estiman que cada año se producen decenas de miles de vertidos en Minnesota.
Todavía no se sabe cómo afectan exactamente las semillas recubiertas con neonicotinoides al crecimiento, desarrollo y funcionamiento de los órganos de los vertebrados. Pero están acumulándose las pruebas de los daños.
Se ha observado a faisanes y a otros animales consumiendo semillas tratadas con neonicotinoides rociados en los campos.
Investigadores de Canadá han demostrado que consumir solo cuatro semillas de colza tratadas con imidacloprid a lo largo de tres días puede interferir en la capacidad migratoria de un gorrión. El año pasado, un estudiante de posgrado de la Universidad del Estado de Dakota del Sur demostró que los faisanes —el animal de caza número uno de las Dakotas— perdían más peso y se volvían más débiles y aletargados cuantas más semillas de maíz tratadas consumían. (Según el investigador, las aves fueron alimentadas con menos semillas tratadas de las que consumen en el medio natural.) Las aves con mayores dosis también ponían menos huevos, empezaban a fabricar sus nidos una semana más tarde y la supervivencia de los polluelos descendía un 20 por ciento.
Los estudios de laboratorio han documentado un conjunto de evidencias de que la exposición a los neonicotinoides es perjudicial para los animales vertebrados. Reduce la producción de esperma e incrementa los abortos y las anomalías óseas en ratas; suprime la respuesta inmunitaria de los ratones y la función sexual de las lagartijas roqueras macho italianas; afecta a la movilidad de los renacuajos; incrementa los abortos y el nacimiento prematuro en conejos; y reduce la supervivencia de la perdiz roja, tanto en adultos como en polluelos.
En Japón, se ha vinculado el desplome de un caladero lucrativo a la adopción generalizada del imidacloprid en los arrozales y tierras de cultivo cercanas.
El año pasado, Eric Michel, investigador de ungulados del Departamento de Recursos Naturales de Minnesota (y coautor del estudio sobre los ciervos de cola blanca), solicitó los bazos de ciervos cazados. Su objetivo era evaluar la presencia o ausencia de neonicotinoides en animales de Minnesota para ayudar a establecer límites en los permisos de caza de hembras. «Queremos estar al tanto de cualquier cosa que afecte a la dinámica de la población», afirma.
Finalmente, entregaron casi 800 bazos a Lundgren para su análisis químico. Los resultados preliminares sugerían que más del 50 por ciento de los bazos daban positivo en neonicotinoides; actualmente, Lundgren está repitiendo el análisis de las muestras para verificar su trabajo.
Como estudio complementario, Lundgren también está analizando los bazos de 100 nutrias de río, linces rojos y martas pescadoras, unos superdepredadores atrapados legalmente en Dakota del Norte. Sus resultados preliminares sugieren que los neonicotinoides contaminaron entre un 15 y un 30 por ciento de las muestras. Señala que los animales podrían haber consumido plaguicidas en plantas, presas o agua contaminada.
Los hallazgos de Lundgren no le sorprenden en absoluto; está convencido de que los plaguicidas tienen repercusiones significativas en la biodiversidad mundial. «Hemos visto el deterioro de las comunidades biológicas durante bastante tiempo. Claramente no entendemos del todo las consecuencias de estos plaguicidas».
Cuando pedimos que respondiera a los estudios que sugieren que los neonicotinoides pueden perjudicar a los vertebrados, CropLife America, una asociación comercial que representa a los fabricantes y distribuidores de plaguicidas, declaró: «Según varios estudios concluyentes realizados en todo el mundo, los neonicotinoides han demostrado ser eficaces en el control de insectos perjudiciales en entornos agrícolas y no agrícolas sin efectos adversos irrazonables en organismos a los que no están destinados cuando se utilizan conforme a las instrucciones de la etiqueta».
¿Y los humanos?
Obviamente, los humanos también se exponen a los neonicotinoides. Inhalamos la sustancia por accidente o tocamos superficies tratadas en granjas, jardines y al aplicar tratamientos antipulgas o antigarrapatas a nuestras mascotas. Durante la última década, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) ha documentado más de 1600 casos de intoxicación humana con imidacloprid. Algunos de los síntomas son sarpullidos, cefaleas, respiración sibilante, amnesia e insuficiencia renal.
Pero las personas también consumen neonicotinoides en la comida. Los plaguicidas se aplican de forma rutinaria —normalmente rociando las hojas o en los tratamientos del suelo— en la coliflor, las espinacas, las manzanas, las uvas, las calabazas, los melones, los tomates y otros productos y granos. Casi el cien por cien del maíz de Estados Unidos se trata con neonicotinoides. Un estudio del 2015 de la American Bird Conservancy y la Facultad de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard detectó residuos de neonicotinoides —aunque en niveles que la EPA considera aceptables— en casi todos los platos servidos en las cafeterías de los edificios del Congreso estadounidense. Un estudio del 2019 de los Institutos Nacionales de Salud halló neonicotinoides en el 49,1 por ciento de 3038 muestras de orina humana.
Por ahora, no hay evidencias directas de que la exposición alimentaria a los neonicotinoides cause daños a los humanos.
Actualmente, la EPA está revisando los registros de cinco neonicotinoides, entre ellos el imidacloprid. Organizaciones medioambientales y expertos en salud humana alegan que los análisis actuales de la agencia han subestimado constantemente los costes y sobrestimado los beneficios del uso de neonicotinoides. Estos grupos han exigido que la EPA cancele o restrinja muchos de los usos de los neonicotinoides y prohíba su presencia en alimentos, lo que impediría su uso en cultivos alimentarios. (Los agricultores orgánicos no emplean neonicotinoides.) Tras otros estudios, la EPA podría crear nuevos niveles de tolerancia más estrictos que permitirían algunos usos agrícolas.
Los tractores comprimen un montículo gigante de maíz en un cebadero cerca de Imperial, Nebraska, antes de que lleguen las nubes de tormenta. Casi el cien por cien del maíz de Estados Unidos se trata con neonicotinoides.
Está claro que se necesita investigar más cómo podrían afectar los neonicotinoides a los vertebrados. Pero los estudios de animales sobre el terreno son rarísimos, ya que exigen mucho tiempo, esfuerzo y dinero. Pocos estados apoyan dichas investigaciones como han hecho Minnesota y Dakota del Sur. Es difícil hallar datos empíricos. El toxicólogo ambiental Pierre Mineau, excientífico de Environment Canada, escribe que los animales salvajes que muestran señales de intoxicación «corren un elevado riesgo de depredación o desaparición», es decir, que mueren sin dejar rastro. Los rehabilitadores de fauna y los guardabosques suelen toparse con animales con malformaciones, pero carecen de recursos para estudiarlos científicamente.
Por su parte, las semillas tratadas con neonicotinoides son un mercado global de 1500 millones de dólares que la industria está muy interesada en proteger. Lundgren dice que, tras la publicación con revisión científica externa del estudio sobre ciervos de cola blanca, una empresa de semillas anónima (para él) acusó al equipo de investigación de conducta fraudulenta y falsificación de datos. Una investigación de la Universidad del Estado de Dakota del Sur determinó que la queja carecía de fundamento.
«Creo que solo querían acosarnos», afirma Lundgren. «Con todo, interrumpió nuestro trabajo y nuestra credibilidad es muy importante para nosotros».
Los neonicotinoides son muy eficaces para acabar con las plagas de los cultivos, pero varios estudios han demostrado que no incrementan necesariamente los rendimientos de la soja ni del maíz, y que podrían reducir los beneficios de los agricultores al aumentar los costes. La Unión Europea ha prohibido los usos exteriores de tres neonicotinoides muy comunes, entre ellos el imidacloprid, para proteger a los polinizadores (aunque los agricultores siguen solicitando «exenciones de emergencia» durante las plagas). Canadá está planteándose una prohibición similar y se han introducido varios proyectos de ley para restringir o prohibir el uso de los neonicotinoides en algunos estados de EE. UU. en los dos últimos años.
En los últimos años, los proyectos de ley federales para limitar estas sustancias se han estancado y los defensores medioambientales dudan que el gobierno de Biden priorice la regulación de los neonicotinoides (aunque sí planea reexaminar la aprobación del clorpirifós, un plaguicida no neonicotinoide muy tóxico). El nuevo secretario de Agricultura, Tom Vilsack, también dirigió el Departamento de Agricultura del país durante el gobierno de Obama; durante ese periodo, el uso de neonicotinoides por parte de los agricultores aumentó.
Según Willa Childress, organizadora de la Pesticide Action Network North America, si el departamento sigue fomentando el sistema actual de recubrir con herbicidas las semillas genomanipuladas, «seguirá impulsando el uso de los neonicotinoides, a no ser que la EPA intervenga y diga que no».
Un enfoque más holístico
En Dakota del Sur, Lundgren evita adentrarse en el panorama normativo para concentrarse en asuntos más importantes. Además de estudiar tejidos de animales y la composición química del suelo, su Blue Dasher Farm también desarrolla, evalúa y enseña prácticas agrícolas basadas en la ecología —y rentables económicamente— a los agricultores y ganaderos del país.
Estas prácticas se clasifican bajo el epígrafe de «agricultura regenerativa», ya que su fin es restaurar el suelo degradado hasta un estado natural, sano y no contaminado. Para Lundgren, los neonicotinoides son un síntoma de un problema mayor: la dependencia general de la agricultura industrial de los productos químicos que contaminan los cursos de agua y reducen la salud y biodiversidad del suelo.
«Prohibir los neonicotinoides no va a resolver los problemas subyacentes del sistema de producción de alimentos», afirma. «Nuestro trabajo en los sistemas de agricultura y ganadería regenerativas» —que incluye arar menos, plantar cultivos de cobertura y fomentar los insectos beneficiosos y rotaciones de cultivos más diversas— «demuestra que los insecticidas no son necesarios».
«El cambio no viene de la mano del gobierno, sino de las bases», dice Lundgren. «La agricultura regenerativa está cobrando impulso a un ritmo increíble. Me parece una señal real de esperanza».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.