¿Repetirá Hawái los mismos errores que provocaron el mayor incendio del último siglo en EE. UU.?
Un año después del incendio forestal más mortífero de Estados Unidos en más de un siglo, los supervivientes nativos de Hawái abogan por un cambio. "Si no hacemos las cosas bien ahora, volveremos a la misma situación anterior al incendio".
Lahaina, la antigua capital del Reino de Hawái, quedó devastada por los mortíferos incendios que arrasaron Maui en 2023. Ahora, los supervivientes buscan una manera de reconstruir de forma más sostenible, ya que el cambio climático amenaza con avivar temporadas de incendios aún más peligrosas.
Techos carbonizados. Esqueletos de vehículos. Casas en ruinas. Todo esto ha desaparecido de la zona quemada de Lahaina. Un año después de que el incendio forestal más mortífero de EE. UU. en más de un siglo matara a 102 personas y destruyera 3000 estructuras, este terreno arrasado bajo las montañas de Maui Occidental es un paisaje de grava, tierra, losas desprendidas de muros de piedra y bloques naranjas que impiden el paso.
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El reverendo Ai Hironaka, ministro residente de la Misión Hongwanji de Lahaina, visita el emplazamiento de su templo y residencia, destruidos por el incendio forestal de 2023. La grave escasez de viviendas en Maui está dejando fuera a los supervivientes del incendio, que intentan superar la pérdida de sus seres queridos, sus hogares y su comunidad.
Pero en Lahaina, antigua capital del Reino de Hawái, hay sutiles signos de un posible retorno a sus exuberantes tierras de antaño. Un brote, una floración, una fértil franja de tierra. Vestigios de un tiempo en que las copas de los árboles cubrían esta región y la mantenían nutrida.
En Maui se habla seriamente de reconstruir para hacer frente al cambio climático. "Si no hacemos las cosas bien ahora", dice Kekai Keahi, de 51 años, un agricultor local de taro, "nos devolverá a la misma situación anterior al incendio".
Pero, ¿queda tiempo?
La temporada de incendios en Hawái ha llegado de nuevo. Montañas de informes condenatorios sobre lo que causó el infierno de 2023 culpan a líneas eléctricas decrépitas, maleza inflamable, rutas de escape limitadas (que se convirtieron en cuellos de botella mortales) y años de advertencias desatendidas. Recientemente, los supervivientes del incendio de Maui llegaron a un acuerdo de 4000 millones de dólares, que resuelve más de 600 demandas y cubre una parte de los daños, estimados en 12 000 millones de dólares. Sin embargo, si se combinan las traicioneras condiciones actuales con el riesgo este verano (superior al normal) de sufrir una sequía, la amenaza de incendios forestales en Hawái sigue siendo una de las más altas de Estados Unidos.
Los incendios forestales de Maui fueron los más mortíferos que se han producido en Estados Unidos en más de un siglo, y los hawaianos nativos se han llevado la peor parte de esta crisis. En esta fotografía, unos amigos visitan el memorial de uno de los nueve miembros de la familia Coloma-Villegas-Quijano que murieron juntos en el incendio.
Keahi, un antiguo miembro de la comunidad de Lahaina, ha pasado el último año abogando por reconstruir sus infraestructuras para convertirlas en un modelo más resistente a los incendios y a la sequía, que esté repleto de sombra de árboles y que sea rico en recursos naturales, especialmente agua.
Keahi y otros activistas nativos hawaianos están abriendo camino en la reimaginación del futuro de Maui tras su destrucción. Gran parte de estas ideas tratan de deshacer el daño de la explotación que comenzó hace cientos de años, reconstruyendo una Lahaina que valore su historia cultural. Keahi extrae lecciones de sus propios antepasados. "Miramos hacia atrás para avanzar", dice.
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Cómo la colonización dejó a Lahaina vulnerable a los incendios forestales
Esta tierra no siempre ha sido propensa a los incendios forestales. Lahaina era conocida antaño por los nativos como "la casa de los árboles de 'ulu", en referencia a las abundantes arboledas de frutos del árbol del pan que cubrían la tierra hace mucho tiempo.
En el siglo XIX, la afluencia de plantaciones de caña de azúcar propiedad de empresarios blancos estadounidenses cambió radicalmente el paisaje de Maui. Al derribar árboles y desviar recursos hídricos naturales, sus acciones hicieron la tierra más vulnerable a los incendios forestales.
"Lo que hacían los árboles era atrapar la niebla, o el rocío de la mañana", dice Keahi. Sentado bajo el dosel de los árboles de 'ulu, "te goteaba por todas partes". Las hojas coriáceas de los árboles se arrastraban por las ramas extendidas, proporcionando doseles de sombra en el clima seco y caluroso. Este sistema natural "mantiene la humedad en el suelo para que no se evapore a causa del sol, lo que mantiene la hierba verde y no seca", explica Keahi,.
Los primeros inmigrantes polinesios que llegaron en canoa introdujeron la caña de azúcar, o kō, en Maui. La plantaban en los lindes de los campos de taro y masticaban los tallos, endulzando sus alimentos y medicinas con el zumo. Pero la llegada de la caña de azúcar tuvo sus inconvenientes: a principios del siglo XIX, misioneros y empresarios estadounidenses empezaron a invertir en Maui para construir las primeras plantaciones comerciales de caña de azúcar. Arrancaron los árboles del pan para hacer sitio y cavaron enormes acequias, desviando el agua de las montañas y las regiones húmedas hacia sus plantaciones.
Cuando los nativos hawaianos intentaron detenerlos, los propietarios de las plantaciones vertieron su bagazo (los restos secos y triturados de los tallos de la caña) alrededor de la base de los árboles de 'ulu, y prendieron fuego a los escombros. Noa Lincoln, profesor adjunto de cultivos autóctonos y sistemas de cultivo en la Universidad de Hawái, Manoa, señala una respuesta publicada en el Honolulu Advertiser en 1887, en la que se leía: "Esta temeraria quema de nuestros árboles autóctonos y de otro tipo debería detenerse de inmediato".
"La deforestación, en todo Hawái, fue a manos de las plantaciones", dice Keahi.
Una mujer lleva un haz de caña de azúcar en un campo de Lahaina en 1932. La industria hawaiana de la caña de azúcar creció rápidamente tras su introducción a principios del siglo XIX, lo que provocó la deforestación y la introducción de gramíneas no autóctonas y altamente inflamables.
El colonialismo también dio gasolina a los incendios del año pasado. Cuando los ganaderos europeos se trasladaron a las islas en el siglo XVIII, trajeron plantas y arbustos no autóctonos para su ganado, como la hierba melaza. Estas malas hierbas de puntas rosadas y olor a jarabe están llenas de aceites inflamables y prosperan con las cenizas, superando el crecimiento de otras plantas después de un incendio.
Incluso cuando las plantaciones de caña de azúcar de Lahaina empezaron a cerrar a finales del siglo XX, los recursos naturales de la isla siguieron corriendo peligro. La floreciente industria turística hizo que la mayor parte del agua de Maui Occidental, controlada durante décadas por las plantaciones, fluyera ahora hacia hoteles, jardines, piscinas y campos de golf. Los residentes locales, por su parte, fueron sometidos a restricciones de agua y multados con 500 dólares (unos 460 euros) por su uso excesivo.
Decenas de miles de hectáreas de antiguas tierras de cultivo permanecieron inactivas y descuidadas, y con el tiempo se cubrieron de maleza no autóctona. "Sabíamos que supondría un peligro de incendio. Sabíamos que algún día ocurriría", afirma Keahi.
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Dar prioridad a los árboles, el agua y la vivienda
El 8 de agosto de 2023, mientras el fuego arrasaba Lahaina, Paele Kiakona recorrió en bicicleta y luego a pie 20 kilómetros rumbo al infierno, luchando contra brasas, llamas y vientos huracanados para rescatar a su abuela. La encontró sentada dentro de su casa mientras era rodeada por el fuego. La convenció para que huyera antes de que la casa ardiera por completo.
Tova Callender, a la izquierda, y Christiane Keyhani, de Hui O Ka Wai Ola, recogen muestras de agua en la taberna Mala de Lahaina, Hawái, el viernes 23 de febrero de 2024. La red local de ciencia ciudadana vigila las aguas costeras en busca de contaminantes.
Kiakona, de 29 años, es ecologista y líder comunitario, profundamente influido por su tío, Keahi, que le inculcó lecciones sobre la tierra. Ambos creen que volver a las costumbres de los nativos hawaianos es el futuro más sostenible para la recuperación de Maui de los incendios forestales.
Al igual que sus antepasados, que fueron los primeros habitantes de las islas, Kiakona vive aislado, a 30 minutos en coche de Lahaina. Su casa funciona totalmente con paneles solares, y extrae el agua del río mediante una bomba, la recoge en un tanque de captación y la envía a su casa a través de un sistema de filtración. "Antes del contacto occidental", dice, "podíamos alimentarnos".
El camino hacia la recuperación empieza por recuperar la tierra, sostiene. Desde que se produjeron los incendios, Kiakona ha estado trabajando para conseguir viviendas justas a largo plazo para los supervivientes de Maui, incluidos los 8000 que se refugiaban en hoteles. Su grupo, Lahaina Strong, está presionando para que los alquileres vacacionales de Maui Occidental (que representan el 66% de las viviendas no residenciales) se conviertan en viviendas de larga duración para los supervivientes y los habitantes de la zona que han tenido que abandonar la comunidad. Los esfuerzos de Lahaina Strong han recibido apoyo con nuevas propuestas legislativas.
El agua es otro recurso esencial para la reconstrucción. Keahi y otros líderes nativos hawaianos han testificado en audiencias, elaborando planes para fomentar un suministro de agua más sostenible que fluya hacia humedales renovados y ayude a restaurar una Lahaina antaño fértil. "Dos de cada cinco acuíferos de Lahaina ya están agotados", dice: "estamos en una situación realmente mala". Ha propuesto reconstruir los acuíferos y modelarlos según los sistemas de reutilización y agua regenerada de lugares como San Diego.
Por último, los residentes también saben que los árboles deben ser una prioridad máxima en la reconstrucción. La replantación de árboles autóctonos 'ulu (entre otros) no sólo puede proporcionar sombra y retener la humedad del suelo, sino que también podría convertirse en fuente de alimentos para que los residentes cultiven, vendan e intercambien sus propios productos. "Podemos poner en marcha nuestras granjas, diversificar nuestra economía", dice Keahi, "y no depender tanto del turismo".
Jordan Ruidas, organizadora del grupo Lahaina Strong, posa para una foto en una zona que está reverdeciendo con Kaiaulu Initiatives, cerca de Lahaina (Hawái). Ruidas, nacida y criada en Lahaina, dice que utiliza el activismo para hacer frente a las secuelas de los incendios. "Un día me va a golpear como un tren", dijo Ruidas.
Pero no está claro si esta visión de un nuevo Maui sostenible se hará realidad.
La Comisión de Planificación de Maui está recogiendo testimonios de los residentes mientras trabaja en los planes de reconstrucción de la comunidad. Sin embargo, Keahi dice que hasta ahora sus ideas se han encontrado con una respuesta familiar: "Va a ser caro". Esta es la misma respuesta que recibió después de un incendio forestal en 2018, cuando le pidió (junto a otros residentes) al Gobierno que se enterraran las líneas eléctricas peligrosas bajo tierra.
Kiakona dice que la reconstrucción no puede afrontarse con una actitud de "lo arreglaremos más tarde, porque eso nunca llega. Nunca se arregla".
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Ya no es sólo una vez en la vida
Para supervivientes como Kiakona, los recuerdos de los incendios aún les persiguen. Nunca antes había experimentado los vientos de Kaua'ula que soplaron aquel día, haciendo que los árboles se partieran y rebotaran por las carreteras e incluso arrastraran el contenedor de basura de su familia, que pesaba 1800 kilos, colina arriba, tirándolo como si fuera una fiambrera.
Los vientos de Kaua'ula solían llegar una vez en la vida. "Pero ahora, a medida que el cambio climático y el calentamiento global se hacen más frecuentes, empezamos a ver tormentas que ocurrían cada 100 años pasar cada cinco o 10", dice.
Kiakona cree que le perdonaron la vida para que pudiera seguir trabajando en la misión que le enseñó su tío, extraída de las lecciones de sus antepasados. "Mi mayor temor", dice; "es que reconstruyamos y que todo parezca ir bien. Y luego, dentro de cinco años, tengamos otra tormenta de viento que vuelva a arrasar nuestro pueblo".
Una mariposa fritillaria del golfo se posa en una rama en el sendero Waihee Ridge de Maui. Aunque la isla sufrió terribles daños a causa del incendio de 2023, supervivientes como Paele Kiakona, de 29 años, tienen esperanzas en el futuro mientras la comunidad se reconstruye.
Algunos días, Kiakona se detiene a contemplar los solares vacíos. Entre las grietas de la tierra arrasada ahora brotan parches de hierba verde. Árboles ennegrecidos y sin hojas salpican el paisaje quemado. Pero a una calle de distancia, los árboles sanos que sobrevivieron a las llamas rebosan de mangos y flores blancas y rosas de plumeria.
Es doloroso de ver, dice, pero también impresionante. "Creciendo en Hawái, siempre oyes hablar de lo bonito que era antes de que se levantaran todos estos edificios". Las primeras casas han empezado a reconstruirse. Hay progreso, dice Kiakona, hay esperanza. "Es curativo".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.