La lucha por salvar un corredor fundamental para la conservación de los jaguares
La lucha por proteger los hábitats de los jaguares en las Américas continúa tras la pérdida de uno de sus mayores defensores, Alan Rabinowitz.
Los jaguares ocupan un vasto territorio que llega hasta Argentina al sur y hasta México al norte, aunque recientemente se han visto machos vagando por Arizona. Pero pese a la amplitud de su distribución, los análisis de ADN demuestran que los grandes felinos tienen una similitud impresionante por toda su área biogeográfica, algo que solo se ha observado en las últimas décadas.
El investigador Alan Rabinowitz fue una de las primeras personas que defendió la importancia de esta conectividad y que es la clave para salvar a los animales. Antes de esa idea de conectividad, el pensamiento convencional «era de científicos concentrados en un lugar o una región», afirma Howard Quigley, viejo amigo y colega de Rabinowitz. «Alan lo consideraba estrechez de miras».
Rabinowitz, un investigador de jaguares pionero, recorrió toda esta zona en 2017 en una campaña de un año llamada el «viaje del jaguar». El propósito de su misión era estudiar y proteger las zonas de la vasta área de distribución del felino, que abarca 18 países y millones de kilómetros cuadrados.
Rabinowitz sostenía que, si las carreteras o la construcción atravesaban el corredor, podrían provocar una pérdida de diversidad genética en poblaciones individuales, o peor. Consideraba que el aislamiento era un camino peligroso hacia la extinción y una cuestión apremiante.
Para Rabinowitz, el viaje supuso la culminación de su carrera y una batalla personal contra el tiempo. Cuando lo puso en marcha, ya llevaba 15 años padeciendo leucemia linfocítica crónica, una forma de cáncer. Sabía que le quedaba poco tiempo.
En el invierno de 2018, tuvo que poner su misión en espera. El cáncer se le extendió por el cuerpo y, en febrero, se sometió a una larga operación para extraerle más de 100 nodos linfáticos afectados. Rabinowitz esperaba presentar ante Naciones Unidas aquel marzo el tema de la conservación de los jaguares en la mayor reunión de gobiernos celebrada hasta la fecha. Pero Quigley tuvo que sustituirlo. «Debería haber sido su momento de gloria», afirmó Quigley. «Creo que no se rindió hasta que le dijeron que se había extendido a los pulmones».
Rabinowitz falleció el 5 de agosto de 2018; este mes se cumplió un año. Tenía 64 años.
Con su muerte, el jaguar perdió a uno de sus mayores defensores en un momento en el que aumentan los peligros para la especie y su hábitat. Pero en ausencia de Rabinowitz, defensores nuevos y antiguos se han reagrupado para proteger el área biogeográfica menguante del jaguar. La necesidad —y el progreso— podrían ser más evidentes que en ninguna otra parte en el lugar donde comenzó el trabajo de Rabinowitz: Belice.
De tartamudeos a jaguares
Rabinowitz creció en Nueva York con un acuciado tartamudeo. Las interacciones humanas eran una experiencia extenuante, pero en el zoo podía hablar libremente con los animales. Fue allí donde estableció un vínculo de por vida con los felinos.
Siguió su interés por la biología y se convirtió en un alumno de posgrado que estudiaba la ecología de las especies silvestres en la Universidad de Tennessee. Quigley, a quien Rabinowitz conoció en una de esas clases, había estado trabajando en un reconocimiento pionero de los jaguares y pidió a Rabinowitz que llevara a cabo una investigación en una remota cordillera en la región centromeridional de Belice. No se sabía casi nada de la población de aquella zona.
Un joven Rabinowitz aterrizó en Belice a principios de los 80 y se estableció en las profundidades de las montañas Cockscomb, donde convirtió una cabaña de leñadores en una casa semifuncional. Durante dos años, luchó contra los estros, los anquilostomas y una retahíla de obstáculos selváticos mientras atrapaba, colocaba collares y rastreaba a los jaguares. Como el GPS era una tecnología lejana, Rabinowitz siguió la pista a sus animales colocando antenas de radio en árboles o a los lados de los aviones. En un vuelo de rastreo, el piloto se estrelló justo antes de aterrizar, lo que dejó a Rabinowitz y a los otros ocupantes maltrechos y ensangrentados.
«Me crezco con la aventura», escribió Rabinowitz en su libro, Jaguar, una crónica de sus primeros trabajos en Belice. «Estaba allí para intentar salvar [a la especie] de la extinción».
Rabinowitz acabó avanzando esa meta. Basándose en los datos de su proyecto en Cockscomb, se esforzó para convencer al gobierno de Belice de que protegiera la cuenca. Su presión lo condujo al éxito cuando en 1986 el país declaró la zona la primera reserva para jaguares del mundo.
Entonces, la conservación de los felinos se había convertido en el trabajo de toda una vida. Rabinowitz dirigió el programa de jaguares de la Wildlife Conservation Society, que abandonó en 2006 para cofundar y dirigir Panthera, una organización de defensa que lleva el nombre del género al que pertenecen los grandes felinos del mundo. Desde entonces, la organización ha recaudado millones para apoyar sus iniciativas de protección.
Rabinowitz era, a todas luces, un personaje extraordinario y su mayor aportación podría haber sido su singular destreza para transmitir al público la difícil situación de los grandes felinos. Escribió ocho libros y apareció a menudo en varios medios de comunicación.
«Ejerció un gran impacto a la hora de difundir de una forma de la que otros científicos eran incapaces», afirma Sharon Matola, fundadora del Zoo de Belice y vieja amiga de Rabinowitz.
La protección de los corredores
Su labor ha inspirado a personas como Bart Harmsen, ahora experto en jaguares en la Universidad de Belice. Harmsen leyó Jaguar en los 90 en su país natal, los Países Bajos. Alentado por Rabinowitz, Harmsen acudió a Belice para buscar a los esquivos felinos.
Desde entonces, ha seguido muy de cerca los pasos de Rabinowitz. En 2003, se mudó a Cockscomb, donde completó los reconocimientos, rastreos y búsquedas de jaguares. Incluso vivió en la antigua casa de Rabinowitz.
Harmsen se ha mudado a la capital, Belmopán, para trabajar en los nuevos peligros que acechan a los jaguares, como la reducción del corredor de la Selva Maya. Históricamente, esta franja forestal en medio del país ha servido de unión entre los hábitats septentrional y meridional de los jaguares.
Harmsen cuenta que, cuando llegó a Belice, la zona estaba en un estado bastante silvestre. Pero ha presenciado cómo desaparecían los árboles y cómo se estrechaba el corredor hasta apenas ocho o nueve kilómetros de ancho. Incluso lo atraviesa una carretera, con solo un punto por el que los jaguares pueden cruzar. «Es triste verlo», afirma.
El corredor está siendo destruido principalmente por los agricultores, que queman y talan los bosques para plantar cultivos como la caña de azúcar. Gran parte de los terrenos del corredor son privados y están fuera de la jurisdicción de la protección gubernamental. Harmsen sostiene que, aunque la situación actual es más o menos sostenible, es frágil. Las parcelas de bosque restantes podrían venderse como un lote único, rompiendo el corredor.
«Quizá Cockscomb no sea una población viable por sí sola», afirmó Harmsen, que añade que es posible que tengan que gestionar la diversidad genética trasladando a los felinos, una idea que le irrita.
Comprar partes del corredor dista de ser una estrategia de conservación ideal, pero llegados a este punto, quizá sea la única opción. Panthera es una de las muchas organizaciones que intentan recaudar dinero para comprar parcelas cruciales. Mientras tanto, también han reanudado el «viaje del jaguar», con Quigley al timón. Otra prioridad es combatir los conflictos con los humanos.
Para dicho fin, el departamento forestal de Belice ha formado un pequeño grupo de agentes. En su sede de Belmopán, el personal atiende llamadas sobre supuestos ataques de jaguares e investiga su veracidad. Suelen ser falsas alarmas o ataques de otros felinos, como los pumas. Pero cuando se confirma el ataque de un jaguar, el agente lo documenta e intenta sugerir remedios al agricultor, como mantener al ganado encerrado durante la noche.
La unidad de jaguares también es responsable de combatir la caza y la caza furtiva. La posesión de partes de jaguares es ilegal en Belice y la unidad ha incautado decenas de pieles, dientes y cráneos. Una de las agentes, Shennelly Carillo, cuenta que mucha gente acude al departamento para comprar los productos de contrabando. El arsenal ha llegado a ser tan problemático que se han visto obligados a quemar la mayoría de las pieles.
Nuevas soluciones
También hay soluciones mucho más específicas, como los burros de guardia.
Un ganadero llamado Juan Herrera nos guía hacia la primera de una serie de pastos de tamaño medio, el último de los cuales linda con la selva virgen. Es ahí de donde surgen —o más bien surgían— los jaguares.
Hace unos años, los animales atacaban con frecuencia a sus vacas, terneros y otro ganado. Es un problema habitual en la región central de Belice, donde ganaderos y jaguares suelen entrar en conflicto. Aunque Herrera afirma que nunca ha hecho daño a un jaguar, en muchas ocasiones los felinos mueren a manos de lugareños frustrados.
Pero la granja de Herrera ha estado mucho más tranquila desde la llegada del burro Napoleón. El burro, que Panthera envió a la granja en febrero de 2015, emite un potente rebuzno cuando se acercan los jaguares, lo que ha hecho que desciendan los ataques al ganado. «Vigilan en tu lugar», afirma Herrera.
De la investigación a la política
La labor de Rabinowitz también ha inspirado a personas como Omar Figueroa, actual ministro beliceño responsable de medio ambiente y silvicultura.
A principios de la década del 2000, Figueroa trabajaba en su proyecto de doctorado en Runaway Creek, una gran reserva natural privada ubicada en pleno corredor de la Selva Maya, en la región centroriental de Belice. Aquí, pasó años atrapando, colocando collares y rastreando jaguares para entender mejor sus movimientos. Pero cuenta que el proyecto se desmoronó a mitad del camino.
«Todos los collares fallaron», dice, y no tenía dinero para remplazarlos. Finalmente, Rabinowitz se enteró del contratiempo y Panthera donó collares nuevos y mejores. Figueroa los utilizó para finalizar su investigación, que aportó los mejores datos hasta la fecha sobre el corredor de la Selva Maya. «Fue Alan quien me ayudó a seguir adelante».
Figueroa ha pasado de la conservación a una carrera en política. Así llegó a su puesto actual, en el que trabaja para concienciar al público sobre el valor biológico del corredor de la Selva Maya.
«Las presiones del desarrollo a las que está siendo sometido el corredor de la Selva Maya han aumentado», afirmó Figueroa. «Pueden verse grandes cambios»
El valor de los felinos
Figueroa y los agentes no son los únicos beliceños que se esfuerzan por ayudar a los jaguares. A Harmsen, por su parte, le alienta ver que cada vez más comunidades locales toman las riendas de la conservación de los jaguares en el país.
Todo niño beliceño va de excursión al zoo con el colegio en algún momento, y allí conocen al jaguar más famoso del mundo, Junior Buddy. Es célebre en todo el país e incluso apareció en la edición de 2011 de la guía telefónica nacional.
Actualmente, Panthera presta apoyo a dos jóvenes alumnos de posgrado beliceños que estudian en México con la esperanza de que vuelvan tras graduarse. Pero el tiempo apremia.
«Belice ha reconocido que el tiempo pasa», afirmó Figueroa. «La ventana para actuar y garantizar la conectividad del corredor de la Selva Maya se está cerrando».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.