Las tortugas marinas pueden transportar más de 100.000 organismos diminutos en sus caparazones

Estudiar la diversidad y la abundancia de las criaturas que viven sobre las tortugas bobas podría ayudar a los científicos a rastrear y comprender mejor a estos reptiles.

Por Corryn Wetzel
Publicado 16 jun 2020, 13:39 CEST
Tortuga boba

Una tortuga boba se alimenta en una pradera submarina. Al remover el fondo marino, los animales pueden recoger decenas de miles de polizones diminutos: organismos diminutos como nematodos, crustáceos e hidroides.

Fotografía de Brian Skerry, Nat Geo Image Collection

Las tortugas bobas migran miles de kilómetros a lo largo de los mares del mundo, pero no viajan solas: las investigaciones han demostrado que transportan poblaciones diversas y abundantes de criaturas diminutas en sus caparazones.

Un nuevo estudio publicado el 20 de mayo en la revista Diversity desvela que las tortugas bobas transportan una media de 34 000 ejemplares de meiofauna marina —organismos inferiores a un milímetro— sobre la espalda. Una tortuga boba llegó a transportar 150 000 animales sobre su caparazón, entre ellos nematodos, larvas de crustáceos y camarones.

«Hay literalmente un mundo sobre ellas», afirma Jeroen Ingels, ecólogo marino de la Universidad del Estado de Florida. Es impresionante descubrir «ese tipo de diversidad en otro organismo».

Ingels y su equipo hallaron más de cien nuevas especies de meiofauna, la mayoría nematodos, que no se habían encontrado antes en tortugas bobas ni en otras tortugas marinas. Para hacerlo, el equipo examinó a 24 tortugas bobas que llegaron a la isla St. George, en Florida, en junio de 2018.

Ya se había constatado que las tortugas transportan polizones, pero Ingels señala que nunca se habían observado esta cantidad ni este grado de diversidad.

Los estudios sobre estos polizones diminutos podrían ayudar a los investigadores a rastrear los viajes de estas y otras tortugas marinas, ya que algunas especies de meiofauna son exclusivas de regiones específicas, lo que podría orientar las iniciativas futuras para proteger a las tortugas bobas. La investigación también podría explicar cómo se mueven los organismos diminutos por el océano, algo que sigue siendo un misterio.

Mundos flotantes

Ingels cuenta que «la meiofauna ocupa todos los espacios pequeños que no pueden ocupar otros organismos», así que es de esperar hallarla en tortugas. Pero señala que lo que les sorprendió fue la cantidad.

Estos animales microscópicos incluyen nematodos, que parecen gusanos diminutos y que están presentes en casi todos los entornos de la Tierra, desde el fondo del mar hasta el suelo de las montañas más altas. También descubrieron anfípodos, unos crustáceos diminutos denominados copépodos y unos depredadores con aspecto de medusa llamados hidroides.

La vida sobre el caparazón es competitiva, dice Ingels. Muchos de los polizones más grandes, como los camarones y los cangrejos, acostumbran a depredar a los habitantes más pequeños del caparazón. Los nematodos devoran las bacterias y los detritos que se asientan sobre el caparazón y, en algunos casos, también se comen a otros nematodos.

Especie de Caprellidae

Esta es una especie de la familia Caprellidae, un tipo de anfípodo muy abundante en los caparazones de las tortugas bobas. Los investigadores hallaron más de 100 000 ejemplares de esta especie en 24 tortugas bobas.

Fotografía de Dr. Jeroen Ingels

«Se trata de un universo microscópico muy diverso que interactúa y del que sabemos muy poco», afirma Ingels.

Algunos de los animales de mayor tamaño, como los percebes, pueden incrustarse y dañar el caparazón de una tortuga y aumentar la resistencia al nadar, pero también pueden ayudar a camuflarlas. Sin embargo, la meiofauna es poco propensa a dañarlas. «Las tortugas tienen parásitos y plagas, no cabe duda, pero la meiofauna no pertenece a esas categorías».

Nathan Robinson, investigador de tortugas marinas de la Fundación Oceanogràfic de Valencia que no participó en el estudio, señala que tiene sentido que los caparazones de tortuga marina estén cubiertos de una gran abundancia de seres vivos. «Se trata de un tipo de plataforma perfecta, una especie de balsa, para desplazarse por el mar», afirma. «Quiere decir que te arrastran perpetuamente en una corriente plagada de comida», lo que supone una gran ventaja para los seres que se alimentan por filtración, como los percebes y las esponjas.

Un proceso de recogida minucioso

Ingels y sus colegas estudiaron a las tortugas bobas de la isla St. George porque es uno de los lugares de anidación más densos del norte del golfo de México. Para encontrar a los animales, utilizaron lámparas frontales con luz roja, cuya longitud de onda es menos perturbadora para las tortugas y que no interfiere con la visión nocturna humana. Para trabajar con las tortugas, los investigadores deben recibir formación y certificación de la Comisión de Conservación de Pesca y Vida Silvestre de Florida.

Ingels y sus compañeros tomaron muestras de las tortugas con rapidez y solo se acercaron a las tortugas si ya estaban volviendo al mar. «Es crucial no interrumpir la oportunidad de una tortuga de poner todos sus huevos», afirma Ingels.

Durante la recogida de muestras, los científicos se agacharon junto al animal y emplearon espátulas de plástico para retirar con cuidado las criaturas que podían ver sobre el caparazón. A continuación, utilizaron esponjas empapadas de agua dulce para recoger a los organismos demasiado pequeños para observarlos a simple vista.

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    Investigadores y tortuga

    Los investigadores recogen los animales diminutos del caparazón de una tortuga boba. Esta fotografía se sacó durante las actividades de investigación permitidas por la Comisión de Conservación de Pesca y Vida Silvestre de Florida bajo condiciones no perjudiciales para el animal. Normalmente, es ilegal manipular tortugas marinas. Esta imagen se sacó bajo luz roja, que es menos perjudicial para los animales, y se convirtió a blanco y negro tras procesarla.

    Fotografía de Dr. Matthew Ware

    Ya en el laboratorio, utilizaron coladores finos para separar los organismos más grandes, como los moluscos y los cangrejos pequeños, de la meiofauna. Bajo un microscopio, empezaron a clasificar e identificar lo que encontraron.

    «La primera vez que ves la muestra siempre es emocionante, porque no sabes lo que vas a encontrar», afirma Ingels.

    Ingels no puede estudiar a las tortugas bobas que vuelven a anidar este junio debido a las restricciones por la pandemia de coronavirus, pero tiene muchas ganas de comprobar qué nuevas criaturas llevarán las tortugas a sus espaldas el año que viene, sobre todo en las que ya han estudiado y marcado.

    Ferris de microorganismos

    El estudio plantea incógnitas sobre cómo se suben a los caparazones estos animales diminutos y lo importantes que son las tortugas para que se desplacen.

    Es probable que las tortugas capten a muchos de los polizones cuando se alimentan en el fondo del mar —un punto caliente de meiofauna— removiendo el lecho donde viven las criaturas microscópicas que podrían encontrar un nuevo hogar sobre su caparazón, señala Ingels.

    Theodora Pinou, bióloga de tortugas marinas y profesora de la Universidad del Estado de Connecticut Oeste que no participó en el estudio, indica que es probable que las tortugas adquieran tantos polizones solamente a raíz de sus actividades y su entorno, no porque haya nada especial o hospitalario en sus caparazones.

    «No creo que la tortuga sea el imán», dice. Pinou ha descubierto que las tortugas bobas que viven en el océano Atlántico transportan más polizones diminutos que sus homólogas del Pacífico. Sospecha que eso se debe a las diferentes condiciones ambientales y los niveles distintos de abundancia de meiofauna.

    Independientemente de cómo acaban los animales subidos a las tortugas, los reptiles sí que sirven de balsas, ya que distribuyen a sus polizones al migrar. Esto podría explicar cómo muchos animales diminutos presentan una distribución tan amplia, lo que sigue siendo un misterio en cierto modo, ya que muchas de estas criaturas son incapaces de nadar lejos o sobrevivir en mar abierto en largas distancias.

    «Un fragmento flotante de percebes bravos o de banquisa puede trasladar determinados organismos, pero se trata de una escala y una frecuencia diferentes cuando hablamos de tortugas marinas», afirma Ingels.

    Rastreadores biológicos

    Los largos viajes de las tortugas marinas hacen que rastrearlas sea difícil y caro. Ingels espera que analizar a estos polizones y su respectiva dieta proporcionen pistas sobre dónde las recogieron las tortugas o a dónde han viajado, e Ingels espera realizar esos análisis en el futuro.

    Aún no se han llevado a cabo estudios de este tipo en meiofauna. Pero sí se ha examinado la composición química de los percebes sobre las tortugas bobas y las verdes. Este trabajo demuestra que los isótopos —o variantes químicas— del interior de los percebes proporcionan un registro de las condiciones de los lugares por los que han pasado, como la temperatura y la salinidad, que pueden utilizarse para deducir rutas migratorias.

    «Cuanto más detenidamente examinas a estos animales, más descubres», explica Robinson.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

    Tortugas verdes

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