El río más sagrado de la India está secándose
En esta reserva natural del Ganges, tanto delfines como humanos corren peligro.
Out of Eden Walk, de Paul Salopek, escritor y National Geographic Fellow, es una odisea narrativa que sigue las huellas de nuestros antepasados humanos por todo el mundo. Este es su último artículo desde la India.
El Ganges fluye por todas partes.
Es un hecho difícil de asimilar junto a sus riberas de la ciudad de Bhagalpur, el interior empobrecido de la India oriental.
El río madre del subcontinente —cuyas corrientes mantienen el cuerpo y el alma de casi 500 millones de seres humanos— circula en un único y abultado vector de 1,6 kilómetros de ancho: un cinturón líquido de edad y fuerza inmensas que se desplaza al este y al sudeste hacia la tórrida bahía de Bengala desde su origen en el glaciar menguante del Himalaya llamado Gangotri. La luz matutina ilumina las aguas del Ganges. Pasan de un marrón lodoso a un azul blanquecino y borroso hasta que, en el horizonte, las corrientes resplandecen y parecen confluir con un cielo blanco aún más pálido.
La naturaleza direccional de los ríos nos ofrece consuelo. Nos cuentan una historia familiar. Son biógrafos del paisaje con principios, mitades y finales. Como nosotros, los ríos nacen, crecen y mueren. Revolviéndose entre sus orillas, parecen arremolinarse incansablemente en una sola dirección: hacia el futuro. Pero todo esto es falso. Es una ilusión.
Mahendra Mandal lo explica en su campo de tomateras.
«Hace veinte años, este campo desapareció. Se lo llevó el río», afirma Mandal, que entorna los ojos ante las gruesas arenas de su plantación ribereña. «Esperé 16 años a que volviera el campo. Todo ese tiempo, trabajé de jornalero en Khanpur. Vendía plátanos. Ahora, mi campo ha vuelto. Así que yo también».
El agricultor señala un lugar a unos 45 metros entre las corrientes limosas: el límite sumergido del terreno familiar. Aquí, las orillas del río cambian de forma regular, inundando plantaciones y aldeas, serpenteando lateralmente, retrocediendo a lo largo de kilómetros en algunos casos, retirándose, creando nuevas riberas y construyendo nuevas islas de arena denominadas chars. Ninguna línea única puede definir el Ganges. Ninguna dirección. Oscila en vertical, arriba y abajo. Con los años, sus corrientes se desvían peligrosamente hacia los lados, en algunos casos a lo largo de kilómetros. El río dibuja círculos a través del tiempo, tan ciego como los delfines de agua dulce que salen a la superficie.
“Los aldeanos llevan miles de años utilizando los recursos del río. Y la reserva, con sus recientes vetos de pesca, les ha causado grandes dificultades. Así que si alguien tiene el derecho de gestionar a los delfines, son ellos. Los conocen mejor que nadie.”
Sin embargo, alguien posee, siembra o contabiliza cada centímetro cuadrado de la llanura aluvial del Ganges, incluso la tierra sumergida temporalmente bajo el río. Un continuo de campos antiguos desaparecen bajo una orilla y emergen en la otra. Los agricultores recorren las riberas. Aguardan a que el río se mueva sin cesar.
Aguardan meses. Años. Vidas enteras. Sus hijos y nietos recuerdan, y esperan.
Hoy, Mahendra Mandal labra los mismos sedimentos donde, no hace tanto tiempo, los delfines arrastraban sus aletas en una corriente de oscuridad, desenterrando y devorando moluscos. Mañana, o quizá el año que viene, serán de nuevo los delfines los que aparezcan en los campos de Mandal. Unidos de esta forma por aguas fantasma, los destinos de ambas especies de mamíferos, delfines y humanos, se entremezclan en un Ganges moribundo.
Solo quedan entre 1200 y 1800 delfines del Ganges en el mundo.
Sunil Kumar Choudhary, ecólogo de la reserva de delfines del Ganges de Vikramshila —la única reserva para delfines de la India— intenta conservar a los animales. Para hacerlo, ha estudiado historia. Ha aprendido que para salvar a los delfines en peligro de extinción hay que salvar a los pescadores humanos del Ganges, también en peligro. Los panidars, terratenientes ricos que cobraban un impuesto demoledor a cambio de acceder a «sus» aguas del río, han oprimido a las comunidades pesqueras locales durante siglos. Los pescadores ya pasaban hambre con la construcción de presas en el Ganges, sobre todo por el gigantesco dique de Farakka río abajo que arrasó con la población de sábalos hilsa, unos peces migratorios fundamentales. A cambio de estipendios modestos, Choudhary ha contratado a las gentes del río —normalmente las más pobres entre las pobres— para que se conviertan en guardianes ciudadanos de los mamíferos marinos.
Choudhary viene a tomar el té conmigo en un restaurante de Bhagalpur. Es amistoso y modesto: «Los delfines comen peces. Los humanos comen peces. ¿Compiten? Es posible. Este recurso mengua mucho. Pero seamos honestos. Los aldeanos llevan miles de años utilizando los recursos del río. Y la reserva, con sus recientes vetos de pesca, les ha causado grandes dificultades. Así que si alguien tiene el derecho de gestionar a los delfines, son ellos. Los conocen mejor que nadie».
Con todo, las poblaciones de delfines de la reserva han descendido en los últimos años, de unos 200 ejemplares a apenas 150.
Hoy en día, ¿cuál es el mayor peligro para los delfines del Ganges?
Según Choudhary, las líneas rectas: el dragado de nuevos canales de navegación rectos que destruyen las dobleces del curso del río.
Más de 984 millones de litros de aguas residuales sin tratar envenenan el Ganges a diario.
Para cuando el río pasa por Varanasi, una de las ciudades de peregrinación más sagradas del hinduismo —y donde cada día se incineran decenas de cadáveres en piras de madera cuyas cenizas se dispersan en las corrientes sagradas—, el recuento de bacterias fecales en el agua es 3000 veces superior al límite considerado seguro para el baño. Pero la gente sigue bañándose para lavar sus pecados. Muchos beben ese agua.
Los residuos plásticos y los efluentes industriales también ahogan el río sagrado de la India. Pero la amenaza a largo plazo más grave para el Ganges es la falta de agua.
Durante muchos años, el caudal del río ha menguado. Los activistas culpan a la extracción insostenible de la mayor parte del déficit. El bombeo de agua subterránea reduce drásticamente los niveles freáticos en las llanuras de inundación. Las más de 300 presas de energía hidroeléctrica e irrigación y los diques de derivación en su tronco principal —casi mil si se cuentan todos sus afluentes— también ahogan al Ganges. Además, el clima está cambiando. Las lluvias del monzón que lo reabastecen son cada vez menos predecibles. Es un problema complejo que ha paralizado a varios gobiernos.
El año pasado, un importante defensor medioambiental del Ganges, Guru Das Agrawal, se declaró en huelga de hambre, como Gandhi, para protestar contra las generaciones de inacción gubernamental. Agrawal escribió cartas vehementes al primer ministro Narendra Modi en las que juraba que moriría de hambre si no se tomaban medidas de conservación reales. Las cartas no obtuvieron respuesta. En un tuit posterior a la muerte del activista, 111 días después de declararse en huelga de hambre, el primer ministro escribió que Agrawal «sería recordado para siempre».
En su relato corto The Location of a River, el escritor de naturaleza Barry López imagina un río de pradera en la frontera de Nebraska que literalmente se recoge y abandona el paisaje, pero más adelante reaparece en otro lugar.
El río que desaparece vuelve loco al protagonista de López, un explorador blanco del siglo XIX llamado Foster. López escribe: «Los pawnee… contaron a Foster que la tierra y los ríos no pertenecían a los hombres, sino que solo eran usados por ellos, y que la tierra, pese a estar contenta con los pawnee, estaba muy decepcionada con el hombre blanco. Por eso, según ellos, era apropiado para el propósito de la tierra que un río la abandonara de repente durante un tiempo, para confundir a los hombres que dependían demasiado de que cosas como esa siempre estuvieran ahí».
Camino por la India. Cerca de las orillas del Ganges, en Bhagalpur, mi compañero de caminata, el conservacionista del río Siddharth Agarwal, cuenta una historia documentada por un escritor que recorría las fuertes corrientes hace una década: durante unos años en el Kosi, un afluente del Ganges en el estado de Bihar, las inundaciones catastróficas borraron las aldeas y las plantaciones de sus orillas, causando estragos extremos hasta tal punto que la gente se quedó con el vientre vacío por el hambre y exhausta por tener que reconstruir sus casas.
Fueron las mujeres locales quienes al fin decidieron ocuparse del problema.
Se metieron en las corrientes del río con los saris ondeando a la altura de la cintura y arrojaron un tarro de bermellón —el pigmento rojo que llevan las mujeres hindúes casadas en algunas partes del pelo— al agua.
«Regañaron al Kosi por ser demasiado salvaje», afirma Agarwal. «Querían que se calmase. Ordenaron al río que se tranquilizase, que dejase de ser tan independiente, testarudo y temerario».
Con el bermellón, las mujeres habían declarado que el río estaba casado.
En las orillas fangosas del barrio de Bhagalpur, una mujer llamada Poonam Devi me muestra sus mercancías. «Antes solíamos capturar peces que medían tanto como un brazo», me dice la pescadera. «Hoy tenemos suerte si encontramos algo más largo que un dedo».
Devi, que lleva 35 años vendiendo pescado, emplea ambas manos para sacar la captura del día de una bolsa de sisal sucia, una captura que parece apropiada para el acuario de un niño, no para una comida humana. Los peces ni siquiera son de su Ganges. Compra los restos de pescado transportados en camión desde Andhra Pradesh, un estado costero a cientos de kilómetros al sur.
«Nuestro río está completamente seco», afirma Devi, que encoge los hombros fatigada. «No cabe posibilidad de que vuelvan nuestros peces. Ni siquiera pensamos en ello».
Cruzo el Ganges una última vez, en bote de remos, en dirección norte.
Introduzco la mano por un momento en sus corrientes templadas y arenosas. El nómada largo y vacío. Me da la sensación de que, en otra vida, este río ha pasado por todo el planeta.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en la página web de la National Geographic Society dedicada al proyecto Out of Eden Walk. Explora la página aquí.
Paul Salopek ha ganado dos premios Pulitzer por su labor periodística cuando era corresponsal del Chicago Tribune. Síguelo en Twitter @paulsalopek.