Los antiguos agricultores quemaron la Amazonia, pero los incendios modernos son muy diferentes

Hoy en día, algunas partes de la Amazonia son más propensas a los incendios porque hace miles de años los agricultores prendieron fuego al sotobosque.

Por Kate Evans
Publicado 5 nov 2020, 6:57 CET
Amazonia brasileña
Un incendio arde en un campo de mandioca en la Amazonia brasileña. Algunos estudios determinan que las antiguas prácticas agrícolas desempeñan un papel en los incendios forestales modernos.
Fotografía de Charlie Hamilton James, Nat Geo Image Collection

El humo emana de la Amazonia en llamas mientras las finas partículas de carboncillo caen suavemente sobre el suelo. En el último recuento, había más de 93 000 incendios activos en la Amazonia brasileña, un incremento de un 60 por ciento frente a la misma época el año pasado y la cifra más alta desde 2010. Además, según la NASA, los incendios de este año son más intensos que en años anteriores.

Pero el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE, por sus siglas en portugués) solo lleva registrando los incendios desde 1998, y dos décadas no es un periodo largo en la vida de un bosque donde los árboles viven durante siglos y los humanos han prendido fuego durante milenios.

La paleoecología —el estudio de ecosistemas antiguos— aporta información única sobre cómo los primeros pueblos amazónicos manipularon el fuego en el paisaje, los efectos de dichos incendios en la ecología forestal con el paso del tiempo y las lecciones que podrían ayudar a prevenir los incendios modernos.

Las capas de carbón vegetal sepultadas bajo la superficie de la selva revelan que, durante miles de años, los antiguos habitantes de la Amazonia utilizaron el fuego para despejar el suelo del bosque para la agricultura y que esto tuvo un efecto duradero, aumentando la propensión actual de estas zonas a los incendios. Pero a diferencia de muchos de los incendios actuales, prendidos para allanar el bosque por completo, las prácticas de incendios indígenas dejaban los árboles en pie.

Un trabajo sucio

Los paleoecólogos toman muestras de lechos lacustres y suelos para examinar los diminutos fragmentos de carbón vegetal que se acumulan tras un incendio. Esta es una ciencia tosca y manual: los equipos transportan balsas y equipo de extracción de testigos por el bosque hasta lagos remotos y perforan las capas de sedimentos del fondo. El análisis de radiocarbono les permite datar cuándo se produjeron los incendios.

Según Mark Bush, profesor de paleoecología en el Instituto de Tecnología de Florida, lo primero que puede demostrarnos este tipo de perspectiva milenaria es que apenas se producen incendios naturales en la Amazonia.

«Tenemos secuencias de 4000 años sin indicio alguno de fuego en la Amazonia occidental —sin carbón vegetal, ni una mota— y no son las partes más húmedas de la Amazonia», explica.

La mayoría de los árboles, de corteza fina y sistemas de raíces superficiales, no pueden tolerar el fuego, ni tampoco los animales que viven en la selva.

«Se trata de una parte de la ecología completamente extraña e innovadora», afirma Bush. «Afecta a todo, de arriba abajo, en ese sistema y esas parcelas tardarán mucho tiempo en recuperarse y volver a ser algo que se parezca a una selva».

El alcance de la influencia humana en la selva antes de la llegada de los europeos es un tema de debate, pero según Bush, todos están de acuerdo en que los incendios solo aparecen con la aparición de los humanos.

«La huella del fuego es una huella exclusivamente humana en la Amazonia. Aparece justo con la agricultura de maíz o mandioca. Sabemos exactamente lo que ocurre en el paisaje, y es la gente», afirma.

“No podemos determinar cuántas personas había, pero sí que había áreas muy extensas que estaban muy intervenidas.”

por YOSHI MAEZUMI, BECADA MARIE CURIE EN LA UNIVERSIDAD DE ÁMSTERDAM

Bosques inflamables

Yoshi Maezumi, becada Marie Curie de la Universidad de Ámsterdam y exploradora de National Geographic, ha investigado dicha transición en partes diferentes de la Amazonia, desde Brasil hasta Bolivia.

En un estudio, el equipo de Maezumi extrajo testigos de sedimentos que se remontaban a hace 8500 años del lago Caranã, en el estado brasileño de Pará, cerca del punto donde se encuentran el río Tapajós y el Amazonas. Explica que los humanos se asentaron en la zona hace unos 4500 años y utilizaron las quemas para despejar espacio para la agricultura.

Pero no se trataba de destrucción a gran escala. Plantaron una variedad de cultivos entre los árboles, incrementaron la prevalencia de especies comestibles como nueces de Brasil y açaí, y empezaron a enriquecer los suelos naturalmente pobres empleando una combinación de compost, desechos y carbón vegetal, creando suelos tan ricos que los agricultores aún los prefieren en la actualidad.

«No podemos determinar cuántas personas había, pero sí que había áreas muy extensas que estaban muy intervenidas», explica Maezumi. El fuego era una parte fundamental de su estrategia de uso del suelo.

Los registros de carbón vegetal, junto al polen y otros restos vegetales, demostraron que la gente despejaba el sotobosque con quemas frecuentes de baja intensidad, que según Maezumi habrían limitado la acumulación de elementos combustibles y habrían impedido incendios más grandes.

Este mantenimiento importaba porque, al alterar la composición del bosque, los antiguos habitantes amazónicos también lo hicieron más inflamable y propenso a los incendios, cambios tan profundos que aún pueden detectarse en la actualidad.

Crystal McMichael, de la Universidad de Ámsterdam, participó en un estudio que empleó teledetección para medir el contenido de agua de las copas de los árboles en partes diferentes de la Amazonia.

«En realidad, obtuvimos resultados inesperados», afirma McMichael.

Creían que los bosques fértiles donde generaciones de pueblos precolombinos habían enriquecido el suelo —creando la denominada terra preta, o tierras oscuras amazónicas— serían más frondosos que las zonas circundantes.

Sin embargo, los árboles de dichos lugares presentaban menos copas verdes y un contenido de agua inferior, sobre todo en años de sequía. También albergaban árboles ligeramente más pequeños y menos cubierta forestal.

Según Maezumi, esto tiene sentido. «Imagina una selva densa, muy oscura y húmeda, sin luz solar que penetre hasta las copas inferiores. Pero cuando empiezas a despejarla, cuando llega la luz solar, hay temperaturas más cálidas y secas».

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    Esta información tiene consecuencias para la gestión de incendios moderna y el saber de la paleoecología podría emplearse para informar cómo, cuándo y dónde debería permitirse la quema en la Amazonia.

    Aunque el presidente brasileño Jair Bolsonaro ha sido acusado de fomentar las quemas de este año, en general, las políticas gubernamentales han suprimido el uso del fuego. Maezumi afirma que, en bosques más secos alterados por los humanos, esto podría haber agravado el problema.

    Cuando las epidemias que se produjeron tras la colonización europea acabaron con hasta un 95 por ciento de los habitantes indígenas de la Amazonia, la quema frecuente de baja intensidad se detuvo y, conforme regresaba el sotobosque, aumentó el combustible.

    Por consiguiente, estos bosques inflamables —que podrían representar un tres por ciento de la Amazonia— podrían actuar como catalizadores de incendios forestales y, según sugiere Maezumi, permitir que se propaguen a bosques primarios cercanos.

    «En el mundo más cálido, seco y propenso a la sequía al que nos enfrentamos —un mundo en el que los humanos provocan incendios—, ¿qué podemos hacer? Podríamos identificar las zonas más vulnerables, como estos bosques gestionados por pueblos precolombinos, y dirigirlos como zonas de alto riesgo».

    Lo importante, según McMichael, es que la quema antigua no se emplee para justificar los incendios modernos.

    Aunque los humanos hayan quemado algunas partes de la Amazonia durante miles de años, los registros de incendios analizados hasta la fecha indican que es probable que la escala de perturbación forestal del siglo XXI no tenga precedentes.

    Los testigos de sedimentos extraídos del lago Caranã demuestran que, en las últimas décadas, el carbón vegetal se ha depositado en el lecho lacustre a un ritmo cuatro veces superior que durante el pico del periodo precolombino.

    Según McMichael, esto significaría que no hay nada en los archivos del carbón vegetal que pueda desvelarnos qué pasará a continuación.

    «Los incendios que observamos en el paleoregistro son menos frecuentes en el tiempo, parecen ser menos extensos en el espacio y no se producían por todas partes. En realidad, no sabemos qué ocurre si introduces el fuego en muchas de estas otras zonas», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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