¿Se acabó la caza de ballenas en Islandia?
A medida que la demanda mundial de carne de ballena disminuye, el sustento del último ballenero de Islandia podría estar en la cuerda floja.
Un barco de Hvalur, la última empresa ballenera que opera en Islandia, remolca rorcuales a puerto tras una cacería en agosto.
"Dios mío", dijo Arne Feuerhahn a su compañero. Mirando con prismáticos desde una colina que domina un fiordo al norte de Reikiavik, observaron cómo los trabajadores de la estación ballenera utilizaban un cabrestante a vapor para arrastrar a tierra el enorme cuerpo de un rorcual común. Al principio, vieron dos arpones atravesando la ballena, y luego notaron dos más: uno en la cabeza, dos en el costado y uno en lo profundo del vientre del animal.
Feuerhahn, activista y fundador de la organización de conservación marina Hard to Port, dice que ha observado más de 60 desembarcos de rorcuales comunes islandeses, pero que hasta ese día de verano nunca había visto una ballena alcanzada por más de dos arpones. Fue "el acontecimiento más perturbador" de la vigilia de este año, dice.
A finales de septiembre, los trabajadores de Hvalur (la única empresa islandesa que caza ballenas en la actualidad) habían sacado 148 rorcuales comunes del gélido Atlántico.
En la estación ballenera de Midsandur, al norte de Reikiavik, los empleados de Hvalur descuartizan un rorcual, quitándole la piel, la grasa, los órganos internos y otras partes en un proceso que dura hasta dos horas y media.
Un observador vigila el trabajo desde detrás de una valla. La caza de ballenas es en gran medida una "industria invisible", ya que la mayor parte de la acción tiene lugar en el mar, dice el activista Arne Feuerhahn.
Por lo general los cazadores matan a las ballenas con un solo arpón bien dirigido con punta explosiva que explota segundos después del impacto. Si se necesitan más golpes, la recarga del arma lleva de seis a ocho minutos, por lo que "te das cuenta de cuánto tiempo sufrió este animal y luchó por su vida", dice Feuerhahn. "Con los cuatro arpones, fue tortura pura y dura".
Islandia es miembro de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), pero desafía la prohibición de la caza comercial de ballenas impuesta por este organismo de 88 países, en vigor desde 1986. En 2006, el país comenzó a establecer cuotas para la caza de ballenas en sus aguas. Este año, tras un paréntesis de cuatro años causado en parte por la pandemia de COVID-19, se reanudó la caza en Hvalur, de junio a septiembre. La cuota actual de Islandia de 161 rorcuales se aplica a la región occidental cubierta por la licencia de la empresa, que expira a finales de 2023.
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Un barco remolca dos rorcuales a puerto. Aunque es miembro de la Comisión Ballenera Internacional, Islandia desafía la prohibición de la organización sobre la caza comercial de ballenas. En 2006, comenzó a establecer cuotas para la caza de ballenas.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que evaluó por última vez a los rorcuales comunes en 2018, los clasifica como vulnerables, en gran parte debido a su agotamiento por la caza comercial de ballenas durante el siglo XX. Los rorcuales comunes son nadadores veloces y, con la llegada de los barcos a vapor y los arpones explosivos, se hicieron más fáciles de capturar. Sin embargo, desde la década de 1970, las restricciones a la caza han permitido que estas ballenas y otras especies se recuperen. La estimación más reciente, en 2007, del número de rorcuales comunes en la región de Islandia era de unos 30 000 ejemplares.
Puede que Arne Feuerhahn pronto pueda guardar sus prismáticos.
En febrero, Svandís Svavarsdóttir, Ministra de Alimentación, Agricultura y Pesca de Islandia, declaró a los medios de comunicación locales que "hay pocas razones para permitir la caza de ballenas" debido a la naturaleza controvertida de la industria y a la escasa demanda actual de carne de ballena.
En la década de 1900, los cazadores mataron cerca de tres millones de ballenas, como esta fotografiada en 1962. Cuando casi todos los países pusieron fin a la caza comercial, las poblaciones de ballenas se recuperaron.
Sus palabras hicieron que se especulara con la posibilidad de no renovar la licencia de Hvalur el año que viene. En agosto, también puso en marcha una normativa que obliga a los inspectores del Gobierno a supervisar las cacerías y a los balleneros a realizar grabaciones en vídeo de las prácticas a bordo de los barcos. El objetivo, según declaró Svavarsdóttir a National Geographic, es "recopilar información de forma eficaz" para determinar si se cumplen las leyes de bienestar animal.
El porcentaje de islandeses que se oponen a la caza de ballenas de aleta se ha duplicado con creces desde 2013, mientras que el porcentaje de partidarios ha caído más del 20 por ciento, según el Fondo Internacional para el Bienestar Animal. Solo el 2 por ciento de los islandeses dice comer carne de ballena con regularidad, y el 84 por ciento nunca la había probado, según una encuesta de Gallup de 2018.
Los datos del comercio internacional muestran que cada año, desde 2018 hasta 2020, Islandia envió más de un millón de kilos de carne de ballena a Japón, que abandonó la CBI en 2018. Japón gasta casi 40 millones de dólares al año en subvencionar su propia industria ballenera, según el Instituto de Bienestar Animal, a pesar de que un informe de 2018 muestra que, por aquel entonces, la demanda de carne de ballena había caído de las más de 200 000 toneladas al año que se consumían en la década de 1960 a entre las actuales 4000 toneladas. El exceso de carne de las reservas se utiliza para fabricar comida para mascotas, según escribió en mayo el grupo conservacionista japonés Dolphin & Whale Action Network.
Esta ilustración de 1911 muestra cómo la extracción de aceite de ballena ha desempeñado un papel en la historia de Islandia. Algunos islandeses siguen considerando la caza de ballenas como una importante tradición cultural, afirma el activista Arne Feuerhahn.
La continuación de la caza de ballenas es "de idiotas, en realidad, se hace a costa del planeta, la biodiversidad y el clima", afirma Astrid Fuchs, responsable de políticas de Whale and Dolphin Conservation, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la conservación y el bienestar marinos.
Una industria muy invisible
Después de que Hard to Port publicara fotos de la ballena alcanzada por los cuatro arpones de Hvalur, la Autoridad Alimentaria y Veterinaria de Islandia dijo que tenía la intención de investigar si la empresa había violado leyes de bienestar animal. La agencia no respondió a las preguntas sobre el estado de su investigación.
La normativa promulgada por la Comisión de Mamíferos Marinos del Atlántico Norte estipula que las ballenas deben morir "instantáneamente o en un momento" con un arpón con punta de granada dirigido a su "zona de vulnerabilidad vital": corazón, pulmones, cerebro y principales vasos sanguíneos.
Pero la caza de ballenas es "una industria muy invisible", dice Feuerhahn. "Ocurre en el mar, y nadie sabe realmente cómo se mata a estos animales y cuánto tiempo sufren".
Con la llegada de barcos más rápidos y armas más potentes, la caza comercial de ballenas agotó las poblaciones de rorcuales durante el siglo XX. Ahora, se calcula que 30 000 de estas majestuosas criaturas nadan en la región de Islandia.
Matar a un animal de 45 toneladas en movimiento en lo que puede ser un mar agitado con un solo golpe de arpón requiere una precisión extraordinaria. A veces el arpón no alcanza los órganos vitales, o la punta explosivo no detona, o el arma no perfora lo suficiente para causar un daño letal, y se disparan más según sea necesario.
Aunque el animal esté inmóvil en el agua, puede que no esté muerto, dice Fuchs. "Puede que simplemente ya no se pueda mover, pero que siga sintiendo dolor".
El último ballenero de Islandia
El rostro de la moribunda industria ballenera islandesa es Kristján Loftsson, el propietario de Hvalur, que empezó a cazar ballenas a bordo del barco de su padre en 1956, cuando tenía 13 años. Ha mantenido la empresa en funcionamiento a pesar del aumento del escrutinio y la oposición internacionales, la ampliación de las zonas de santuario de ballenas y la disminución de la demanda de carne de ballena. En los meses de verano, Hvalur envía dos barcos balleneros equipados con arpones.
Kristján Loftsson, propietario de Hvalur, lleva cazando ballenas desde 1956, cuando era un niño de 13 años a bordo del barco de su padre.
Descrito por activistas y periodistas como un Capitán Ahab en la vida real, Loftsson reconoció en una llamada telefónica en septiembre que los anti ballenas siempre lo vilipendian. "No podría [importarme] menos", dijo. "Pueden escribir lo que quieran sobre mí".
"Las ballenas son un pez más", ha llegado a declararle anteriormente a un periodista. "Si son tan inteligentes, ¿por qué no se quedan fuera de las aguas territoriales de Islandia?". Cuando un medio de comunicación británico le criticó por haber cazado 150 ballenas en 2018, replicó que la cuota del país daba derecho a Hvalur a 161.
La cuota de Islandia es "lo suficientemente grande como para afectar a la población en la zona cercana a la costa islandesa", dice Justin Cooke, miembro del grupo de especialistas en cetáceos de la UICN que evaluó a los rorcuales comunes en 2018. Pero "no es lo suficientemente grande como para impactar a los rorcuales comunes en el Atlántico Norte en su conjunto". En el pasado, dice, la caza era la principal amenaza, pero hoy, con los mayores volúmenes de tráfico marítimo, las ballenas mueren más a menudo por colisiones con los barcos.
Hvalur reanudó la caza este verano tras un paréntesis de cuatro años, matando 148 rorcuales.
Loftsson asegura que la captura legal de rorcuales por parte de Hvalur palidece en comparación con la gravedad de las pérdidas de la ballena más amenazada del planeta, la ballena franca del Atlántico Norte. En la actualidad hay menos de 350 ejemplares vivos, que migran estacionalmente desde Canadá y Nueva Inglaterra hasta Florida. Desde 2017, al menos 54 ballenas francas han sido encontradas muertas o gravemente heridas, la mayoría por enredos en artes de pesca o colisiones con barcos. "Es absolutamente horrendo verlo", dijo Loftsson.
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En cuanto a la nueva norma de Svavarsdóttir que obliga a los inspectores del Gobierno a vigilar las cacerías, Loftsson no se inmuta. "No es nada nuevo", dijo: los observadores se han unido a sus cacerías antes. Según un informe de 2015 de la comisión de mamíferos marinos, Hvalur ha tomado medidas en las últimas décadas para asegurarse de que las ballenas que persigue mueren rápidamente, incluyendo la conversión de las puntas explosivas de pólvora negra "altamente impredecibles" a otras más potentes y precisas que utilizan pentrita. Las autoridades suecas de protección de la naturaleza señalaron en 2014 que el 84% de los 50 rorcuales comunes que cazó Hvalur ese año murieron al instante (no se dispone de información más reciente).
Loftsson dice que la caza de ballenas es "un negocio como cualquier otro". Seguirá cazando ballenas mientras la población de rorcuales mantenga su actividad.
Los trabajadores procesan las carcasas de las ballenas, cortando filetes de la carne.
Unas gaviotas se posan sobre una ballena que está siendo remolcada a puerto por un barco de Hvalur.
Sin embargo, los críticos de Loftsson cuestionan la viabilidad del negocio de Hvalur, dado que los mercados de carne de ballena son cada vez más reducidos.
Alrededor del 90% de la carne de la empresa se destina a Japón, afirma Loftsson. Cuando se le pregunta sobre la necesidad de Japón de almacenar su exceso de carne, responde: "Están leyendo demasiado la literatura antiballenera. Todo son tonterías. [...] El movimiento anti-caza de ballenas inventa todo tipo de historias". Por supuesto, los japoneses comen carne de ballena, dijo. "Si no, no la enviaríamos".
Algunos islandeses consideran que la caza de ballenas es una importante tradición cultural. "Hay un fuerte sentimiento casi patriótico, a veces incluso nacionalista", dice Feuerhahn. "Esta gente ve como su derecho, o como el derecho de Islandia, el control de sus aguas y el control de su pesca y su caza de ballenas. Así que cualquier interferencia desde fuera será simplemente criticada o bloqueada".
"Yo no lo veo así", dijo Loftsson. "Si un stock no sostiene la operación, no estaríamos cazando ballenas. Si la población sostiene la operación, cazamos ballenas. Eso es todo". Y añadió: "Es un negocio como cualquier otro".
Pero el futuro de la caza de ballenas no está en manos de Loftsson.
El futuro de la caza de ballenas en Islandia es incierto. La ministra de Pesca, Svandís Svavarsdóttir, ha indicado que podría no renovar la licencia de Hvalur en 2023. "La práctica forma parte de nuestro pasado más que de nuestro futuro", afirma.
Lo que está por venir "se está debatiendo activamente", dice la ministra de Pesca de Islandia, Svandís Svavarsdóttir. "Históricamente y en la actualidad, la caza de ballenas ha sido una parte muy pequeña del uso de los recursos marinos de Islandia y de las exportaciones". En el próximo año, el Gobierno evaluará "el impacto social y económico de la caza de ballenas en aguas islandesas". En cuanto a la cuestión del bienestar de los animales y la normativa que exige la vigilancia por vídeo de la caza de ballenas, se limita a decir que "espero que proporcione respuestas".
¿Se renovará la licencia de Hvalur el próximo año? "Eso está por decidir", dice Svavarsdóttir.
Como "ministra con visión de futuro", dice que debe tener en cuenta que ahora sólo una empresa tiene permiso para cazar ballenas y que los islandeses ya no tienen mucho apetito por la carne de ballena. "La práctica forma parte de nuestro pasado más que de nuestro futuro".
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.